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Sin lugar a dudas, los años que han transcurrido desde la infancia y juventud del de la letra han dado lugar a la creación de nuevos y mejores espacios de distracción y, por consiguiente, a una nueva cultura del ocio. Es decir, que la juventud de hoy día al leer las siguientes líneas, se preguntarán cómo era posible que la juventud de hace ya más de 50 años sobreviviera con tan pocas opciones de distracción y divertimento.

Las hoy personas de la tercera edad recuerdan que en algunos de los principales barrios de la ciudad había parques y cines donde se podía pasar momentos de juego y de distracción. A continuación, el autor de la presente hará una remembranza de aquellos juegos y espacios donde la juventud de los años setenta ocupaba sus horas de ocio y distracción.

Era común observar, en muchas esquinas de la ciudad, a grupos de muchachos que se reunían, en el caso específico del que relata, en una de las esquinas del rumbo, en la calle 69 con 38, en la acera de la peluquería de don Mochís, los Aguilar, los Cachón, los Echeverría, los Herrera, unos hermanos conocidos como los caritas, y otros más que no me vienen a la mente en este momento, para platicar lo acontecido en la mañana en la escuela o bien en otras partes del rumbo. En el mayor de los casos, este grupo formaba equipos para jugar al béisbol o básquetbol en alguno de los espacios del rumbo.

Se jugaba al básquetbol en las canchas de las iglesias de Lourdes y de san Cristóbal o en una que se encontraba en el rumbo del Cabrío, allá por la 36 x 73. El béisbol, en el solar del rumbo de Lourdes y, en ocasiones, se iba con toda la gente hasta un lugar situado por la calle 52, que se llamaba Vanguardia.

Se jugaba también en las calles, que en esos años no estaban pavimentadas y la luz era escasa, en los cruzamientos de la 36 y 38. Tamalitos a la olla, busca busca, encantados, había un juego en el que podían participar las niñas del rumbo, era el llamado Stop “declaro la guerra en contra de…Stop”.

Se jugaba también al trompo o a las canicas, pero más temprano, por aquello de la luz que no había en la calle. Había temporadas para el trompo, para el yoyo, para armar los famosos tirahules. Una temporada que era esperada por nosotros, era la de las figuritas.

Hay que mencionar que también la juventud de aquellos años y del rumbo antes mencionado, se “colaba” para jugar alguna noche de la semana, con personas adultas, uno de los juegos que nunca ha pasado de moda: la lotería. Ya sea en casa de doña América o de doña Elda, se sacaban las sillas o bien en el suelo nos sentábamos, con una o dos cartillas, frijolitos o piedritas en la mano para apuntar y estar atento a la persona que cantaba las cartas. Había personas que jugaban dos, tres o cuatro cartillas, y tenían más opción de ganar.

Había también otra opción de distracción, el pagar para ver televisión en alguna de las casas que las tenían por el rumbo, el de la letra recuerda que se pagaba 20 centavos para sentarse en el suelo o bien en una banca como de las iglesias, para ver algún programa como Disneylandia, ya con el paso del tiempo, en casa del que escribe se contaba con un televisor y ya no había que pagar por ver algún programa.

Con información de Roger Aguilar Cachón

Por Redaccón Digital 

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