Yucatán

Confeccionan 20 mil cubre-bocas en el Cereso

Aquilino cosía el cubre-bocas en silencio. En la maquiladora, los obreros no hablaban entre sí. Tenían las miradas enfocadas en sus máquinas cosedoras y, de cuando en cuando, oías un chasquido de tijeras cortar la tela.

–¿Cuánto tiempo llevas aquí?

–Diez años.

–¿Qué hiciste?

–Me acusaron de violación.

La memoria del cronista trajo de inmediato unas declaraciones hace años del profesor Francisco Brito Herrera. “En la cárcel nadie es culpable”.

Ayer, hoy y mañana, además de sus sentencias, esos hombres cumplían una labor, se dedican a la elaboración de cubre-bocas, artículo indispensable en el área médica, escaso a nivel mundial ante la contingencia por el coronavirus Covid-19.

–¿Cuántos llevas?

–Ochocientos, novecientos tal vez. Dependiendo de la costura.

–Supongo que les dieron algún curso o algo así.

Terapia ocupacional

–Nos dieron capacitación, claro, es fácil, pero si no lo sabes hacer se dificulta. Para nosotros es importante esto porque es como una terapia ocupacional. Además nos dan un emolumento, no es mucho, pero es algo, nos ayuda a salir adelante.

–¿De cuánto es tu sentencia?

–Por 25 años. Ya llevo diez.

Aquilino dijo su nombre completo, pero el cronista prefiere no divulgarlo. Le parece mejor mantenerlo en la privacidad, no en el secreto, porque esto no es un circo romano. Es la cárcel.

A las 12:15 horas los reporteros se presentaron a las puertas del Centro de Reinserción Social, por la famosa rampa. Un guardia tomó la temperatura del cronista y del fotógrafo Víctor Gijón. Cada uno tenía 35 grados. Enseguida se les pidió un lavado de manos con jabón y agua caliente. Les colocaron gel y pasaron a la recepción. Se identificaron y el personal les pidió aguardar unos minutos porque los internos estaban en el almuerzo.

Semivacío

El Centro de Reinserción Social lucía semivacío en la entrada de la rampa. Usualmente ves gran movimiento de personas, pero por la emergencia sanitaria ahora son pocas. El ambiente se sentía raro, como ausente, como si algo hiciera falta. Y no era ni el calor ni el fuerte sol.

Una vez adentro, del penal, de nuevo, a lavarse las manos. El “profe” Brito fue el primero. Y, casi casi en silencio, caminó guiando a los periodistas a la maquiladora. “Una flor de mayo que no da precisamente en mayo”, dijo el cronista señalando una Plumeria rubra llena de flores a la vera del caminito.

Entramos a la maquiladora. Sobre una mesa grande cinco reos cosían y ajustaban las ligas elásticas de los cubre bocas azules. Un frío, desangelado, “buenas tardes” rompió el silencio de voces. Aquilino estaba en la mesa de enfrente. Solo. Sumergido en sus pensamientos hasta que el cronista lo interrumpió.

Los internos trabajan de ocho de la mañana a doce del día y salen a tomar los alimentos. Regresan a la una y vuelven a salir a las cinco y media de la tarde. No hablan entre sí ni con los custodios. Todos llevan cubre-bocas. Nunca vimos sus rostros. Sólo las miradas. Y de algunos, ni eso. De unos cuantos sentimos las miradas. Eran como de curiosidad. “Todos están sentenciados”, aclaró Brito Herrera.

Reparador

Homicidas, feminicidas, violadores. Eso dicen las sentencias, aunque el cronista duda en decirlo así, sin eufemismos. A veces la realidad es más dura, chocante, bizarra, por aquello de atrevida, si la comparas con la fantasía o la ficción.

–Yo reparo las que salen mal –dijo Genaro sin mirar al cronista.

–¿Cuánto tiempo llevas acá?

–Un año. Me sentenciaron a 16 años y seis meses por homicidio… Hoy me dieron cien para componer, pero ya las hice, sólo quedan las que ves acá.

–¿Tienes algún oficio aparte?

–Urdo hamacas y eso ya es mi ganancia.

–¿Es difícil componer las cubre-bocas que salen mal?

–Bueno, si no lo sabes sí, pero nos enseñaron. Empiezas probando con telas diferentes, para no desperdiciar material y cuando aprendes, pues ya te dan el bueno.

Los internos tienen todos los materiales a su disposición, la meta es hacer 20 mil cubre-bocas que, desde luego, serán sanitizados.

–¿Voy a salir en el periódico? –preguntó uno de los reos. “Sí”. No lo vimos, pero notamos una sonrisa y siguió con la mirada en la prenda que cosía. Ya no estaba en silencio aquella sala.

(Rafael Gómez Chi)