Ariel Juárez García
“Los adultos mayores –con alteraciones de salud– por sus condiciones biológicas y sociales se están considerando el sector más vulnerable a las infecciones como el COVID-19, al vivir en situaciones de riesgo determinadas por los recursos personales, económicos, del entorno, familiar, comunitario, y de acceso a los servicios de salud” –señaló el Grupo de Investigación de Salud Pública de la Universidad de Nariño en Colombia.
Es necesario pensar en la situación de los padres que se encuentran en esa condición, ya citada. ¿Cómo se siente uno al verlos envejecer y perder sus facultades físicas, mentales y emocionales? ¿Cómo le afecta a uno ver a las personas de las que siempre había dependido quedándose poco a poco… incapacitadas para cuidar de sí mismas? ¿No es esta una experiencia dolorosa y angustiosa?
Es comprensible que a veces se sienta uno triste o tenga los nervios de punta.
En las últimas décadas se han producido importantes cambios sociales a nivel mundial que han repercutido en la familia. En Europa sólo un 2% de los ancianos vive con sus hijos. Los abuelos representan el 26% de la población europea, y, según un estudio publicado por la Unión Europea, la cifra “está destinada a aumentar”.
Los japoneses, dice el diario Asahi Evening News, “se enorgullecen de su tradición de cuidar a los ciudadanos de la tercera edad”. No obstante, está extendiéndose entre ellos la costumbre, sobre todo en los centros urbanos, de ingresar a los abuelos en hospitales y clínicas especializadas, incluso sin que haya necesidad.
En Africa del Sur, donde las personas mayores han recibido tradicionalmente un trato digno, existe ahora la deplorable tendencia a rechazarlas, según el periódico de Ciudad del Cabo The Cape Times. Las familias quieren “disfrutar de la vida al máximo”, y “se engañan al pensar que recluyendo a la abuela en una residencia de ancianos confiable ya han cumplido con su deber” –se publicó.
El mismo periódico –The Cape Times– menciona el caso concreto de una anciana a la que sus tres hijos internaron en un buen centro geriátrico, “con promesas de que la apoyarían y visitarían regularmente”. Pero ¿qué ha sido de ella? “Al principio las visitas fueron diarias. Después de algunas semanas se redujeron a tres semanales, y luego a una. Al cabo de un año la visitaban dos o tres veces al mes, más adelante cinco o seis veces al año y, finalmente, apenas la visitan.” ¿Cómo pasa esta anciana sus largos e interminables días? Esta es la penosa explicación que se da: “Sus únicos compañeros son los pájaros y las palomas que se posan en un árbol que ve desde la ventana de su habitación. Cada día, espera su llegada con tanta ilusión como si fueran sus familiares más cercanos”.
En muchos países es costumbre que haya tres generaciones –abuelos, padres e hijos– viviendo juntas bajo el mismo techo. El atender a padres enfermos o impedidos es parte de su cultura y no se considera una gran dificultad. Pero en muchos países occidentales, donde las familias por lo general están acostumbradas a vivir cada una en su propia casa, el que los padres de edad avanzada –con alteraciones de salud– se vayan a vivir con los hijos suele considerarse un grave trastorno.
La vida de las personas en la tercera edad se vuelve más pasiva, y el envejecimiento tiende a ocasionar problemas en su salud y en derredor de ellos. Son muchos los que al llegar a cierta edad no pueden valerse por sí mismos, y en su entorno no encuentran las atenciones necesarias. Sean de su familia o no, pocos están conscientes de la necesidad de cariño, respeto y atención que merecen los adultos mayores.
Vale la pena citar un caso que pudiera servir para ilustrar lo que está sucediendo en este tiempo: Quizás, un joven, antes podía disfrutar de la intimidad de su propio cuarto; ahora tiene que compartirlo con uno de sus hermanos. Antes podía invitar a casa a sus amigos; ahora no puede hacerlo porque “hacen demasiado ruido”. Antes tenía tiempo para dedicarlo a la diversión y el ocio; ahora mucho de ese tiempo está ocupado con tareas domésticas. Antes sus padres estaban relajados y era fácil hablar con ellos. Ahora se han vuelto irritables; tienen los nervios de punta. Sí, porque “los abuelos se han ido a vivir a la casa” y las cosas ya no son igual que antes.
No es que uno no quiera a sus abuelos –adultos de mayor edad en condición vulnerable–, pero puede que no siempre sea fácil llevarse bien con ellos. Se ve que uno está perdiendo la paciencia, que se molesta por cosas relativamente triviales. Una joven llamada Victoria lo expresó de esta manera: “Las personas mayores se comportan de una manera particular. Mi abuela me pide que le lleve un escabel –un taburete pequeño para apoyar los pies cuando ella está sentada–, aunque su silla de ruedas ya tiene uno incorporado. O regreso a casa cansada, deseo descansar un rato, y ella quiere platicar conmigo. Cuando tratamos de ver la televisión, la abuela nos habla, y si decide verla con nosotros, lo entiende todo al revés y tenemos que explicárselo”.
A uno probablemente tampoco le agraden los cambios que tiene que hacer en su estilo de vida. Quizás haya que estirar demasiado el presupuesto de la familia. Si tanto el padre como la madre trabajan, puede que las demandas de atención que necesitan las personas mayores los dejen cansados, exhaustos. También es posible que se vean obligados a vivir sin las anteriores oportunidades de esparcimiento, distracción y desahogo. Y luego está la tensión en el matrimonio que tal vez resulte de todo ello, especialmente si uno de los dos piensa que está llevando más carga que el otro en lo tocante a cuidar de los abuelos.
Es tan solo cuestión de adaptarse a una situación difícil. Y uno puede contribuir mucho a su propia felicidad y paz mental mediante: a) entender y aceptar las obligaciones familiares, y b) cultivar verdaderos “sentimientos como compañeros” para con los padres de edad avanzada o “abuelos”.
Es muy posible que la situación sea igual de tensa para los adultos de mayor edad. La vejez trae consigo “los días calamitosos”. Desde luego, es calamitoso darse cuenta de que se está perdiendo la salud. Y añádase a eso la tensión de verse empujado de golpe a vivir en un nuevo entorno. “La mayoría de las personas mayores desean amor y atención de sus hijos, pero no necesariamente que éstos les ayuden con dinero, alojamiento y otros gestos caritativos. De hecho, algunos adultos mayores, a pesar de la mala salud, prefieren hacer cosas por sus hijos y nietos a que éstos se las hagan a ellos” –comentan dos especialistas en el libro The Intimate Environment.
Cabe mencionar que, en Estados Unidos, por ejemplo, la mayoría de las personas mayores reciben cierta medida de ayuda y sostén de sus hijos ya crecidos; relativamente pocas personas de edad avanzada terminan internadas en residencias de ancianos (asilos) u otras instituciones de ese tipo. El libro The Intimate Environment (Nuestro entorno personal), de Arlene S. Skolnick, dice: “La inmensa mayoría de las personas de edad avanzada tienen contacto regular con sus hijos, los ven a menudo y acuden a ellos en momentos de dificultad o necesidad”.
No siempre es fácil atender las necesidades de los adultos mayores –con alteraciones de salud– y llevarse bien con ellos. Tiene que ser duro para los “ancianitos” ver que pierden su independencia: verse obligados a depender de los que en su día dependieron de ellos. Si ahora viven en casa uno o dos de los abuelos, es probable que uno experimente cierta tensión y confusión. Pero hay que calmarse, la familia no se está desintegrando. Es tan solo cuestión de adaptarse a una situación difícil.
Sin duda, tener a los adultos mayores –de salud vulnerable– en casa, puede ser una nueva experiencia en la vida, para toda la familia. Pero si todos los miembros muestran paciencia y amor, y están dispuestos a ceder, puede ser una experiencia muy remuneradora.