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Karime y Briggitte reciben sorpresa en La Casa de los Famosos

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Yucatán

Hace unos años escribimos la Leyenda del Pájaro de las 400 voces y no la incluimos en alguno de los libros publicados por un servidor porque no conservamos la copia.

Sin embargo, hace unos meses nuestra compañera reportera Melly Manzanero fue a comprar unas flautas a la lonchería “La Gloria”, que se encuentra cerca de su casa, y descubrió que en un cuadro en la pared tenían pegado el texto de esa historia, que le había gustado al propietario, don Eleuterio Moo Dzib.

Entonces, cuando nos autorizaron para contarles esto, fue nuestro compañero Oscar Suaste a tomarle fotos y, con el texto recuperado, como son historias que no pierden vigencia, aquí la presentamos de nuevo:

“Cuando el Creador de Todo bajó a la Tierra, notó que reinaba el silencio. Entonces pensó: No se manifiesta aquí la alegría de vivir, parece como si los seres vivientes estuvieran tristes.

Para remediarlo, llamó a los pájaros y les dijo:

–Como ustedes vuelan por muchos lugares, les mandaré un maestro de canto. Una vez que aprendan, podrán formar un coro para repartir alegría por todos los rumbos.

Apenas el Creador de Todo se retiró del lugar, los pájaros hicieron una asamblea para acordar quiénes tendrían derecho de aprender canto. Como la mayoría de ellos tenía bonitos colores, propusieron que el requisito para tener derecho fuera ese: el colorido de sus plumajes.

Indignado por sentir que lo estaban haciendo a un lado, el cenzontle, que es cenizo y sin brillo, protestó:

–El Creador de Todo no puso requisito alguno para enseñar, dijo que todos podíamos tomar las clases.

–Te equivocas –respondió el rojo cardenal–, porque lo que el Creador quiere es dar alegría al mundo, ¿y qué puede producir más alegría que conjugar nuestra belleza física con la belleza de nuestro canto?

Sometido el asunto a votación, las aves de bello plumaje se impusieron por mayoría y, cuando llegó el maestro, un hombre-ave brillante de esos a los que llaman ángeles, todas lo siguieron a un pequeño claro del bosque improvisado como salón de clases. Iban llegando los últimos cuando vieron acercarse al cenzontle y lo corrieron a picotazos.

Un solo canto

El curso duró varios días, en los que el ángel enseñó muchos cantos y, al terminar de impartirlo, avisó al Creador de Todo para que bajara a conocer los avances obtenidos. Ante el imponente invitado, los participantes tuvieron la oportunidad de pasar uno a uno a demostrar su talento, resultando que cada ave había aprendido un solo canto nada más.

–Ustedes jamás podrán formar un coro –les dijo el ángel un poco molesto–, porque no son capaces de aprender todo el repertorio.

–Es que lo pusiste muy difícil, respondió el pájaro azul.

–No sabré los cantos que los demás aprendieron, pero sí sé bien el que yo aprendí –dijo la yuya.

–Yo aprendí el que a mí me gusta, y no quiero aprender los que no me gustan –comentó el chinchimbacal.

Entonces se dejó escuchar un canto que venía del exterior de aquel lugar de clases. Era tan dulce y melodioso y conjugaba con tal maestría los cantos enseñados por el alado maestro, que motivó a todos a buscar entre el bosque al extraordinario intérprete.

Era el cenzontle, que a prudente distancia compartía con árboles y animales su alegría.

–¿Quién te enseñó estos cantos? –preguntó el ángel.

–Tú fuiste mi maestro, los aprendí de ti –le respondió.

–No te vi en clase.

–No me dejaron entrar, pero me escondí cerca para aprender. Lo malo fue que sólo aprendí 400.

–Pues aprendiste 399 cantos más que cada uno de los que sí estuvieron en mi clase. Creo que de haber entrado habrías aprendido todos –comentó el ángel.

Entonces el Creador de Todo habló con su voz atronadora para sentenciar:

–Amigo cenzontle, como por mérito propio has aprendido 400 voces, de hoy en adelante así te llamarás: el Pájaro de las 400 voces. Decreto, además, que te dediques a cantarle a la Tierra y que, en reconocimiento a tu esfuerzo, a ti te canten los poetas.

El Creador de Todo y el ángel se elevaron y el cenzontle, feliz, viajó por los más diversos rumbos del planeta para cumplir su honrosa misión”.

(De un relato que le hizo su abuelo al hoy ingeniero agrónomo y productor de frutas y hortalizas Armando de Jesús Martín Pérez).

(Roberto López Méndez)

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