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Yucatán

Durante muchos años, pasé los veranos en Xalapa, Veracruz, en casa de la familia De la O Fernández. El verano de 1984, fue un verano muy especial, pues mi estancia en esa ciudad coincidió con la realización de la Muestra Nacional de Teatro. A la ciudad de Xalapa concurrieron los grupos de teatro más importantes del país, en primerísimo lugar, la Compañía Nacional de Teatro dirigida por José Solé; la Universidad de Guadalajara también estuvo presente, así como la Universidad Veracruzana, encabezando el grupo, por ese entonces, los hermanos Francisco y Laura Beberido. Nuestro Estado de Yucatán concurrió muy dignamente representado por el inmortal Héctor Herrera, “Cholo”, con su compañía de Teatro Regional, pues en el marco de esa muestra de teatro se rindió un justo y merecido homenaje a los hermanos Herrera Bates. Aquello fue una verdadera jornada maratónica, pues Pilar Fernández, su familia y yo, nos levantábamos, tomábamos un desayuno ligero, y salíamos para pasar el día de sala en sala de teatro, para ver el mayor número posible de obras. Aquello fue agotador, pero una experiencia enriquecedora e inolvidable. En medio de las actividades, hubo una que me trajo siempre muy gratos recuerdos.

Una mañana, muy temprano, la gran directora de teatro, sonorense de nacimiento, pero yucateca por decisión y adopción, María Alicia Martínez Medrano, se presentó a la casa y me dijo: “Alístate rápido, te vas conmigo a desayunar”, Me llevó al restaurante del Hotel María Victoria, en la calle 5 de Mayo, en el centro de la ciudad de Xalapa. Cuál no sería mi sorpresa, al llegar al comedor y ver quiénes eran los comensales; figurones del teatro nacional esperaban para desayunar con nosotros. A ese memorable desayuno concurrieron gente de la talla de Don Rafael Solana, José Solé (que ya desde ese entonces se auxiliaba para hablar con un aditamento electrónico), Emilio Carballido, Vicente Leñero, Matilde Landeta y el coordinador de la muestra de teatro, Ramiro Osorio Fonseca, con su esposa Cristy. En ese entonces, Ramiro Osorio, colombiano de origen, era un talentoso estudiante de letras de la UNAM, y con el tiempo llegó a ser Embajador de Colombia en México y, posteriormente, Ministro de Cultura de su país. Me reencontré con él, aquí en Mérida, cuando vino como embajador de su país a presidir el depósito de las cenizas de Rómulo Rozo en el Monumento a la Patria; fue un reencuentro muy sui géneris, que contaré en otra ocasión.

En el amplio catálogo de la muestra, llamaba la atención una puesta muy fuera de lo común. Se anunciaba que el grupo de teatro “Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena”, de Oxolotán, Tabasco, que ponía “Bodas de Sangre”, de Federico García Lorca, se presentaría al aire libre, en las faldas de un cerro, en el pequeño pueblo de Xilotepec, a las afueras de Xalapa. Llegamos a Xilotepec con muy buena anticipación, y con gran sorpresa descubrimos que la representación se llevaría a cabo en una especie de anfiteatro griego, hecho de pequeñas albarradas de piedra en semicírculo, y como escenario, servía la falda misma del cerro, profusamente cubierta de vegetación. Desde una elevada cabina, hecha de ramas amarradas, María Alicia dirigía todo el operativo, con la energía que la caracterizaba, ayudada supuestamente por un megáfono, totalmente innecesario, pues la voz de María Alicia tenía la energía para hacer cimbrar al cerro. Los figurones del teatro que habían desayunado con nosotros fueron llegando uno a uno, y fueron acomodando su anatomía sobre la albarradilla de piedras que más se aviniera con su cuerpo; con excepción de Matilde Landeta, que fue llevada casi en andas por los estudiantes de la Facultad de Teatro de la U. V., que la depositaron en la primera fila, cómo dignamente le correspondía.

Después de que María Alicia dio la tercera llamada, entre la espesura de la abundante vegetación se empezó a escuchar el ritmo marcado por unos tamborcillos, muy pronto se unieron a ellos las voces de unas flautas de caña, y de pronto, la vegetación se abrió con gran violencia para dar paso a un jinete, totalmente vestido de negro, sobre un corcel del mismo color, y con una espectacular capa de treinta metros de longitud, volando al viento. A escasos metros de la primera fila, el jinete enfrena, y el cuaco se levanta impresionantemente sobre sus cuartos traseros, pataleando fieramente con los delanteros, mientras la capa vuela al aire. ¡Un ahogado grito coronó la aparición del galopante personaje!, y desde ese momento, el público electrizado siguió fascinado el maravilloso texto de García Lorca, en la versión de los chontales de Oxolotán. La puesta de este grupo maravilloso demostró al mundo que las obras de valía universal, como lo es el teatro de García Lorca, no reconocen fronteras ni nacionalidades, son arte universal. Al final de la obra, reaparece el jinete, extiende su larga capa, y el pueblo, llevando con dolor a sus muertos, se cobija bajo ella y desaparecen todos entre la maleza. Un grito general de ¡BRAVO! y una inédita ovación de quince minutos sin interrupción, coronaron la puesta. En aquel instante, había nacido, para el mundo, el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena de Oxolotán, y de ahí, recorrería el orbe triunfalmente.

A resultas de la presentación en Xilotepec, el laboratorio es invitado a llevar Bodas de Sangre al Bosque de Chapultepec, donde la puesta alcanza otro éxito clamoroso; en CDMX ve el montaje el productor Joseph Papp, que decide incluir al grupo en el homenaje universal que se llevaría a cabo en 1986, en el Central Park de Nueva York, con motivo de los cincuenta años del asesinato del poeta andaluz, en ese evento, el Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena cimbra al público con la obra, y recibe otra inédita ovación, ahora de veinte minutos de pie y con sonoros gritos de ¡BRAVO! El clamor producido motiva al gobierno español a llevar al grupo a su país. La primera presentación es en los Jardines de la Reina en Madrid, y de ahí, la obra es llevada a Granada, la cuna de Federico García Lorca, para ser representada nada menos que en Fuente Vaqueros, lugar de nacimiento del poeta. Ahí, se da un incidente maravilloso.

Cuando el grupo de Tabasco llega a Granada, España se encontraba en cuarentena por la Fiebre Equina, y no era posible conseguir los caballos necesarios para la representación; por lo que María Alicia se apresta a hacer una adaptación al guión de la obra. Están ensayando, junto a un frondoso bosque de altos pinos, cuando de pronto se oye música a la distancia, y en seguida, ven aparecer a un grupo de gente tocando y bailando; al frente del grupo marcha, montado en un gran caballo blanco, un anciano de blancas barbas y largos cabellos. ¡Eran los gitanos, y al frente de ellos su patriarca! El anciano es ayudado a desmontar y se dirige a María Alicia y le dice: “Maestra, he venido a ver qué quieres hacer con “er niño”, para ver si te doy permiso de que lo hagas”. (Hasta hoy, para los gitanos, García Lorca es “er niño”) María Alicia manda traer una poltrona para sentar al patriarca, y se corre el ensayo. Al terminar la representación, el rostro del anciano está cubierto de lágrimas, se levanta, toma su blanco caballo de las bridas, se dirige a María Alicia, y le dice: “Maestra, toma mi caballo, quiero que se use para ‘er niño’”. Y fueron los caballos de los gitanos los que se usaron en el homenaje a García Lorca, en su lugar de nacimiento. Sencillo, pero noble homenaje de esta raza de profunda entraña, para el poeta que los elevó a las alturas del arte.

El Laboratorio de Teatro Campesino e Indígena de Oxolotán vive y sigue luchando, aún después de la muerte de su creadora, María Alicia Martínez Medrano. Oxolotán, es un pueblo chontal, perdido en la Sierra de Tabasco, un pueblo que aprendió con el teatro que es posible una vida mejor con el arte. Se creó ahí una profunda conciencia popular, por eso no es de extrañar que, ahí, un niño chontal se te acerque y te diga: “¡Mozart, escribió para nosotros su música!”

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