Yucatán

Edgar A. Santiago Pacheco

A partir de que un colega antropólogo, de hondas raíces en Puerto Progreso, pinceló una breve imagen de su niñez cercana a 1965, cuando descalzo y sin camisa corría detrás de las carretas tiradas por caballos que se dirigían a las empacadoras, jugando a tocarle la cola a enormes tiburones que de ellas sobresalían, “algunas colas de excepcional, tamaño, narra el colega, iban dejando surcos en la arena mientras eran llevadas a su beneficio”. Reparé en que los escualos tal vez sean uno de los animales más temidos y al mismo tiempo admirados por el hombre, de allá que hasta en los lugares menos esperados los encontremos mencionados.

Sin tener el interés de buscar noticias sobre los tiburones en la península yucateca, en diversos momentos me he topado con interesantes referencias en viejos libros, que ejemplifican singulares formas de relacionarse con ellos, tanto para su explotación comercial como en el aspecto de diversión. Estos hallazgos nos hablan de viejos tiempos, de prácticas singulares y, de cómo la mirada del viajero está calibrada de una manera diferente, de tal suerte que nos permite ver en el cultivo de la descripción, la hierba útil, separándola de la maleza común.

Tres son los ejemplos destacables, el primero corresponde a un libro de texto de 1887, titulado Geografía pintoresca, viajes alrededor del mundo. América el Doctor Baltasar. Editado en Barcelona por Julián Bastinos, y que tenemos nota de que perteneció a un lector de Cansahcab, Yucatán; el párrafo de la página 44 que presentamos se refiere a las costas de Cuba e ilustra su caza “los tiburones son por desgracia bastante comunes y causan no pocas víctimas; los negros tienen la increíble osadía de atacarlos dentro del agua; pasan por debajo del monstruo y procuran clavarle su cuchillo en el corazón; así perecen algunos de estos escualos, pero no sin que de vez en cuando mutilen o destrocen a no pocos de sus intrépidos agresores”.

La siguiente mención corresponde a la crónica reporteril de Aldo Baroni del año de 1937, sobre el viaje de Lázaro Cárdenas a Yucatán, en su libro Yucatán, editado por Botas, de él rescatamos estas folclóricas notas sobre los tiburones en Cayo Arcas. Sitio compuesto por una cadena de tres pequeños cayos de arena y un arrecife situados en el Golfo de México, localizado a unos 130 kilómetros de la costa Oeste de Campeche.

Escribe Baroni: todos los barcos que van de La Habana y de Progreso a Veracruz, tienen que buscar la torre blanca del faro de las Arcas. La ven, rectifican la ruta y siguen el viaje. En nuestro retorno a México, el Presidente decidió que viéramos este paraíso, habitada por una sola familia.

Precisaba el reportero: El Presidente Cárdenas y su comitiva hemos confraternizado con la familia patriarcal, los padres y los ocho hijos, que forman toda la población de la isla. Gente buena que recibe solamente una vez por mes las visitas de la civilización, gracias al barco de la Secretaría de Comunicación y Obras Públicas que los surte de laterías, granos, carne seca y alguno que otro periódico.

Describía el sitio: Detrás del faro hay una piscina natural, formada por una línea de arrecifes que se presta, amablemente a servir como vivero. Y en ese vivero el torrero y sus hijos, que son gente campechana industriosa, que multiplica el exiguo sueldo de la Federación con las artes de pesca, tienen toda una cría de tortugas, enormes tortugas blancas, grandes algunas como una mesa de carambola, y una docena de tiburones.

Sobre éstos escribía admirado “Los hijos del torrero nos dan el ejemplo y entonces, con tímido pie, penetramos en el agua tibia. Los muchachos persiguen los escualos, que nadan lentamente, alrededor de estacas clavadas en la arena del fondo, y observamos que los enormes peces no pueden alejarse porque tienen las colas amarradas con sogas”. Los muchachos se acercan a las fieras, las castigan con la mano, las cabalgan… Cuando nos dicen que se trata de tiburones previamente amansados, gracias a una congrua ración de palos, todos nos sentimos Tarzán y cabalgamos como Neptuno sobre los lomos ásperos… Los tiburones de Las Arcas son despachados mensualmente a la costa y allí los venden, a precio de tiburón, por supuesto, pero luego en la capital…”

Un último texto corresponde a 1954, es un libro de Verrill A. Hyatt sobre Peces raros y sus curiosidades de Ediciones Destino, con sede en Barcelona, y se refiere la parte de nuestro interés a la caza del tiburón en el Norte de la península de Yucatán.

Narra el autor: Hay un solo lugar en la Tierra donde la única industria de sus habitantes y su única fuente de ingresos consiste en la pesca de tiburones. Se trata de la pequeña Isla de Holbox, al Norte de Yucatán. Las aguas claras y trasparentes de las cercanías de la isla están llenas de estos animales. “Para capturar estos monstruos se valen de gruesas redes sujetas a fuertes postes, matándolos luego clavándoles una especie de lanza en la base del cráneo. Yo he visto hasta cincuenta de estos monstruos encerrados en las redes repartiendo coletazos, mordiendo por todas partes desesperadamente, levantando una espuma aterradora, intentando escapar de su prisión, mientras los ocupantes de la embarcación los mataban a cuchilladas. Podemos decir con toda certeza que tal cacería es en extremo peligrosa. Sin embargo, no se recuerda ningún caso de muerte o herida debida a los tiburones”. Son estas líneas, perdidas en viejos textos, para ejemplificar que el tiburón abre las fauces en los lugares más inesperados, y que los libros, nunca dejan de sorprendernos.