Leslie Munro, un escocés de 63 años, vino a Yucatán porque quería conocer “el paraíso”. Desde el 2016 vive en el barrio de Santiago y, de no ser por la pandemia, ahora estaría disfrutando de las playas y de las zonas arqueológicas en compañía de su esposa. Sin embargo, de un tiempo a la fecha se ha convertido en el paseador oficial de sus cuatro perros.
Leslie, como muchos de los 735,790 extranjeros que radican en el Estado, dejó de explorar los atractivos de la cultura maya, la comida y el mar. Casi está confinado por completo.
El censo de población del Inegi del 2010 arrojó que el .35% del total de la población yucateca es extranjera; en su mayoría es de origen estadounidense, europeo y de Sudamérica.
En el caso de la ciudad de Mérida, los extranjeros son en su mayoría canadienses; también hay rusos, australianos, escoceses y japoneses. Estos grupos han adoptado principalmente los barrios de Santa Ana, La Ermita, La Mejorada y Santiago. Son sus nuevos hogares. El mecanismo para afincarse aquí casi siempre es el mismo: adquieren antiguas casonas de los alrededores para después modificarlas, volviéndolas más cómodas, modernas y autosuficientes.
Con la llegada del coronavirus, los extranjeros tuvieron que cambiar radicalmente su forma de vida, especialmente los de más de 60 años, que evitan salir lo menos posible a la calle por temor al contagio.
Leslie, con un cubrebocas puesto, informó que tiene como regla lavarse las manos de manera frecuente y procura tener limpia su casa; además, las bolsas, la mercancía del supermercado y cualquier objeto que ingrese a la vivienda se desinfecta, incluyendo los zapatos y las patitas de los perritos después del paseo.
Leslie argumentó que está en contacto telefónico o por internet con sus familiares, que viven en el Reino Unido. De cualquier modo, comenta, ellos constantemente viven con miedo, no por el COVID-19, sino por el aumento de noticias negativas –muertes, corrupción, asaltos y violencia– que les llega de México.
Mientras continúa la contingencia, el entrevistado se dedica a ver películas, jugar con sus cuatro perros y cuatro gatos, seguir las noticias internacionales y locales por televisión y, de vez en cuando, contacta por videollamada a sus familiares y amigos.
Una vuelta para “Herly”
Alie Bocharova, de 38 años y de origen ruso, es pareja del australiano Tom Fechete. Ellos también viven desde hace un año en el barrio de Santiago. La pareja manifestó que, desde que llegó la contingencia, su único paseo ha sido caminar todos los días por la mañana con su perro Doberman color café llamado “Herly”. Después se dedican a realizar las actividades cotidianas, incluidas la limpieza y la sanitización.
Ella se dedica a las artes gráficas y él trabaja como investigador cultural, razón por la cual decidieron dejar Rusia para llegar a la Ciudad de México, donde vivieron un par de años y luego se establecieron en Mérida.
La pareja mencionó que procura no salir de casa por los altos casos de la pandemia. Sus únicas salidas han sido para comprar fruta fresca en el mercado e ir por algunos alimentos que acostumbran comer dentro de su dieta. Los alimentos que no consiguen aquí, los piden por internet y se los entregan por paquetería exprés, casi siempre provenientes de Rusia o Australia.
Tanto Alie como Tom hablan poco español. Apenas pueden expresarse con frases cortas que utilizan para preguntar ubicaciones, realizar compras y hacer pagos sencillos.
Antes del confinamiento se dedicaban a pasear por las mañanas en el Centro Histórico de Mérida. Visitaban los museos, las comunidades cercanas; solían probar la comida yucateca, especialmente los panuchos, y por las tardes ella atendía su galería en tanto él trabajaba en su computadora.
Entre los atractivos que más les llaman la atención de Mérida están las casas coloniales y afrancesadas, las calles adoquinadas, la venta de pan a domicilio –panaderos en triciclo–, el Paseo de Montejo y las artes (danza, teatro, música y exposiciones plásticas).
No es todo. Y por si fuera poco, de Yucatán les encanta Sisal, Las Coloradas, los cenotes, algunas zonas arqueológicas e Izamal.
Anthony, lejos de Mary
Por su parte, Anthony Spencer, de 60 años y originario de Estados Unidos, dice que desde hace poco más de tres meses está viviendo el confinamiento solo, totalmente solo, todo ello debido a que su esposa Mary se quedó varada en Utah en espera de que reanuden los vuelos internacionales y pueda regresar.
En libertad y sin esposa, como se refiere a sí mismo, manifestó que durante el confinamiento se ha quedado en casa, ubicada en el barrio de Santa Ana, porque el personal de servicio se encarga de comprarle el súper, limpiar la vivienda y todos los domingos, desde hace cinco años, le compran su torta de cochinita y una Coca Cola light.
El entrevistado extraña salir a disfrutar de la vaquería bajo el Palacio Municipal, también las serenatas de Santa Lucía, comer una marquesita y reunirse con sus amigos en una casa de playa en San Benito para jugar dominó, cartas y la lotería, aunque afirmó no conocer muchas de las cosas que tienen las planillas.
Su familia le habla constantemente para saber de su salud, de la situación del COVID-19 y de los casos violentos que ven en las noticias internacionales sobre México, que ellos creen que pasa en Yucatán.
Como Anthony no habla español, la información local que le llega es a través de páginas de internet: Expatriados en Yucatán, The Yucatán Times, televisión local con subtítulos y noticias internacionales por televisión de paga.
De Nagoya a La Ermita
La japonesa Hi Sato, de 58 años, dice que desde que vino hace seis años quedó enamorada de Yucatán. Tan es así que decidió dejar su natal y ruidosa Nagoya, en Japón, por las tranquilas y empedradas calles del barrio de La Ermita.
Con la condición de no tomarle fotos –porque no estaba arreglada–, narró que está maravillada con el Estado, con la seguridad y con la calidez de la gente. La japonesa disfruta los lugares coloniales, las playas cercanas y las zonas arqueológicas a pocas horas de distancia.
Adquirió su casa por medio de una agencia de ventas inmobiliarias internacional, donde se les envía un informe de la situación estructural de la vivienda y las adecuaciones para su modernización. El único detalle que considera que tiene su calle es que se le inunda cuando hay lluvia, pues se vuelve criadero de moscos y no está acostumbrada a esos insectos.
Hi explicó que, con la llegada del coronavirus, dejó de salir a eventos públicos. No acude a la playa, no recibe visitas e incluso las personas que asisten para realizar algún servicio al interior, deben desinfectar sus zapatos, ponerse gel y usar el cubrebocas todo el tiempo.
La entrevistada manifestó que si los yucatecos toman conciencia de las medidas de higiene, sana distancia y uso de cubrebocas, en pocas semanas se podrá vencer el virus y todo retornará a la normalidad.
Angela García, vecina del barrio de Santiago, dice que muchos de sus vecinos extranjeros no llegaron a sus casas como cada año, debido a que los aeropuertos fueron cerrados.
No obstante, suelen llamarle para que acuda a las viviendas a verificar el trabajo del personal de limpieza, el mantenimiento y les recoja el correo.
(Melly Manzanero)