Yucatán

Entregan reconocimiento a descendiente de migrantes coreanos en Sacalum, Yucatán

Sicto Kim relato que su abuelo y su padre llegaron a Yucatán durante la época del Oro Verde
Sus ancestros fueron parte importante en la lucha por la Independencia de su nación, actualmente es uno de los pocos sobrevivientes en tierras yucatecas / Amir Jesús Mex Ayuso

Como parte de su visita a Yucatán  Jeong In Suh, Embajador de la República de Corea en México y el Coronel Yoon Joo Kim, agregado militar de la Embajada de la República de Corea en México, entregaron una medalla conmemorativa, además de un reconocimiento a Sixto Kim, quién es descendiente de la delegación coreana que habitaba en Yucatán y, fuera parte  importante en la lucha de revolución para la Independencia de Corea ante Japón.

Actualmente Sixto Kim, es uno de los pocos sobrevivientes de la segunda generación de aquellos coreanos que llegaron a Yucatán en la época del Oro Verde.

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La migración coreana a Yucatán, tiene su manifestación más activa durante el porfiriato (1876-1911), al ser la Península uno de los Estados con mayor proyección económica, gracias al monocultivo del henequén; época en que la producción y comercialización de la fibra dio pie al término Oro Verde.

Su historia

Sixto Kim, descendiente de coreanos, relató en entrevista los recuerdos de lo que le contaban sus abuelos, señalando que en el año 1880, alentados por los ricos hacendados henequeneros, comenzó la llegada de trabajadores extranjeros a Yucatán, sobre todo los de origen asiático.

Según le contaron su abuelo, Juan Kim, quien en ese entonces tenía solamente trece años, llegó hacia el año 1905 para trabajar en las haciendas henequeneras, acompañado de su padre Manuel Kim, mientras el resto de la familia se quedó en Corea.

Además, indicó que llegaron junto con casi mil paisanos a Yucatán, como resultado de unas campañas publicitarias, por lo que creyeron que era real; sin embargo, la situación era totalmente distinta, pues, se les hizo creer al coreano que Yucatán era “la tierra de las oportunidades”, donde “el dinero se recogía con pala”.

Así, entre aquel millar de coreanos interesados en emigrar, firmaron un contrato en el que se comprometieron a trabajar en las haciendas henequeneras durante cuatro años, “llegaron mi abuelo y mi padre, aunque ni ellos sabían bien a lo que se habían comprometido”, relató.

“Fue ya hasta estar aquí en Yucatán –dijo- que supieron que entre las cláusulas del contrato estaban: que el empleador debía de cubrir los gastos del viaje, proporcionarles agua potable, casa, leña y una hortaliza; si se enfermaban pagaría la atención médica y las medicinas, su pago sería semanal (75 centavos por el corte de dos mil pencas, y 40 centavos por cada mil adicional), 25 centavos por desyerbar y limpiar; entre otras cosas. Mi papá y mi abuelo siempre sacaban doble jornal, porque eran muy trabajadores”, aseguró.

“Después -recordó-, supimos por otros paisanos que viven en otros pueblos que los coreanos llegaron todos juntos en barco a Salina Cruz, en Oaxaca, luego en tren fueron llevados a Coatzacoalcos, Veracruz, en otro barco, a Progreso, y finalmente a Mérida, en tren. Fueron llevados a diferentes haciendas henequeneras y, al estar solos, ante la falta de mujeres coreanas, se apresuraron a aprender rápidamente el idioma, en especial el maya, dándose un natural mestizaje con la población nativa”.

“Mi abuelo y mi padre, a su llegada fueron llevados a Tizimín, siendo de los coreanos que se habituaron a las labores de la hacienda, por lo que al término de su contrato continuaron con este trabajo; fueron llevados de una hacienda a otra, así llegó mi padre a Izamal donde conoció a mi madre Severiana Canche”, dijo.

La llegada a Sacalum

“Al llegar a  la comisaria de Yunku en Sacalum, las cosas fueron distintas, aquí nunca faltó el trabajo; además, para esa época, después de Don Joaquín Peón, la nueva administradora fue Anita Peón Aznar, que era muy buena patrona y, aunque no había escuela, nos enseñó el catecismo y después nos llevó a bautizar a Mérida, por eso somos católicos”, señalan Sixto y su esposa Celia.

“Mis hermanos y yo nacimos en esta hacienda Yunkú. Desde pequeños trabajamos el henequén, hicimos todo tipo de labores en el campo y, si no venía alguien a trabajar, teníamos que hacer su jornada. Ganábamos 5 pesos y 20 centavos”, expresó.

“Para nuestros patrones éramos ‘tupiles’, que significa ‘los apagados, los que no pueden pensar, los que no saben nada’. Trabajé en la hacienda hasta los 50 años y quede ‘prejubilado’, llegándome la ansiada jubilación a los 65 años”.

“Frente a mi casa pasaba el ‘Truck’, donde se transportaban los trabajadores y pencas de henequén después de procesarlos y que más tarde yo mismo usé para llevar lo que cosechaba a vender a Sacalum”.

“En esa época, fácil podías distinguir dónde había haciendas, por el humo de las chimeneas”.

Luego, con cierta tristeza, abundó: “Fui cazador, cacé venados y serpientes cascabel, tengo una foto en la que llevo alzada una tremenda culebra con 16 cascabeles”.

“Pero no escuchamos a mi papá, quien nos juntaba en la casa y luego decía: ‘es momento de que aprendan el idioma de Corea’. Él nos hablaba en coreano y luego nos decía qué significaba en español; mi papá hablaba un poco de español y maya”, recordó Sixto.

“Como éramos chamacos –dijo- no le dábamos importancia, pero él decía: "Algún día se van a acordar de esto". En una ocasión un coreano vino abrir una fábrica por estos rumbos, supo de mí y llegó a la casa con su intérprete; me ofreció trabajo pensando que yo hablaba coreano, porque le habían dicho que éramos hijos de coreanos. Fue entonces cuando recordé las palabras sabias de mi padre”.

“Fuimos 9 hijos: Juan, Gumercino, Matilde, Clemente, Fortunata, Manuela, Cresencia, Cristina y yo. Actualmente solo vivimos tres: Cresencia, Cristina y yo, que nací el 28 de marzo de 1932. Me casé con Celia Hau Dzulub, ella tenía 19 años y yo 36; hoy, 24 de febrero, cumplimos 53 años de matrimonio”.

“Cuando nos casamos –explicó- nos fuimos a vivir en casa de mi papá. Él murió un año y medio después, y fue enterrado en el cementerio de Sacalum. Siempre llevaré a mi padre en mi corazón”.

Además, pelotero

Sixto Kim fue un gran pelotero. Le decían "el coreano". Su posición en el béisbol era de jardinero central, viniendo a su mente recuerdos de aquellos amigos con los que compartió el campo de juego, junto a su querido hermano Clemente Kim.

“Eramos parte del equipo de béisbol de ‘Cardenales de Yunku’. En cada comunidad se formaba un equipo. Cuando íbamos a jugar la paga era el almuerzo que nos preparaban”, dijo.

El béisbol llegó aquí, gracias a maestros como Gustavo “Gordach” Ortiz, de Ticul, y Roger Bastarrachea, de Tixpéhual, quienes –dijo- nos enseñaron a jugar y formaron los primeros equipos, igual que un inspector de haciendas que fue el que nos ayudó a construir el campo local”.

“Yo comencé de joven y lo dejé a los 53 años, porque el béisbol es para la juventud. El que era muy bueno bateando era mi hermano Clemente, él era zurdo”, afirmó.

“Me invitaban a jugar en otros lugares. Como los hermanos Irigoyen de Sacalum, había muchos peloteros buenos: los hermanos Manrique, Isabel Rosado, Santiago Domínguez y Gustavo Ortiz. Una vez nos fuimos de gira a Ciudad del Carmen por dos semanas. El señor Joaquín Azul, que era presidente de Sacalum, nos acompañó. El béisbol fue mi diversión desde niño, ya que no había otra cosa que hacer y se volvió parte de mi vida”, manifestó.

“Otro equipo que siempre llegaba a retarnos era ‘Carnicería Vega’, de Ticul; en ese entonces los Cardenales de Yunku eran Benjamín Várguez, Alfredo Várguez, Hipólito Várguez, Clemente Kim, Ramón Kim y nos reforzaban los de Temozón Sur: Fernando ‘chino’ Loo, que luego se quedó a vivir en Ticul; ‘El Secre’, que era cuñado del ‘chino’ Loo; ‘El zurdo Tuyú’ que venía a veces a caballo y, por supuesto, el maestro ticuleño Gustavo ‘Gordach’ Ortiz”, dijo, al finalizar la plática.

SY