El caso de los Campos Agüero y los Campos Díaz, documentado plenamente en POR ESTO! durante más de un mes de publicaciones, ha revelado dos vertientes que como sociedad deben avergonzar y, en consecuencia, tendrán que frenarse y erradicar de la geografía yucateca.
El primero: el de Víctor Manuel y Daniel Iván Campos Agüero, da cuenta del aprovechamiento que hacen algunos “profesionales”, de la vaguedad de la ley; de ello se tiene como testigo los cientos de fojas en expedientes de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat). Ahí, se han presentado decenas de estudios de Impacto Ambiental, donde lo más increíble fue que con un litigio, lograron “modificar” geográficamente un Área Natural Protegida, llamada El Palmar.
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Dan muestra de la voracidad de quienes, con un título y cédula profesional, aprovechan las grandes lagunas legales, que en pleno Siglo XX (20) y XXI (21) han dejado desamparados a comunidades rurales, indígenas -varias de ellas- en la Península de Yucatán, con grandes extensiones de tierras ejidales en sus manos, que no supieron de la justicia social de una Reforma Agraria.
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Son muestra de las mancuernas insanas para la economía y el ambiente, que se forman a veces entre empresarios y abogados, para torcer la ley. Y en el ejemplo que nos ocupa, va más allá, pues además comprometieron la estabilidad de un ecosistema, con todo y una serie de especies amenazadas, que -muy seguramente- próximas generaciones podrán conocer sólo en imágenes o videos.
Trastocaron a partir de 2006 un espacio delimitado en la década de los noventas, por su riqueza natural, pero al mismo tiempo fragilidad inminentemente amenazada ante las características de la urbanización que hace tres décadas se avizoraron. Bastaba ver al vecino Quintana Roo, donde también son terratenientes, para querer preservar la costa yucateca.
Para ellos no fue un ejemplo para frenar, sino una inspiración para seguir. Lotificaron de forma masiva los seis tablajes que dieron origen al gran negocio llamado Paraíso Sisal, hoy en práctica replicada por sus hijos, con el gran predio ya denominado “Sisal del Mar”.
Un mal ejemplo el que dan del desarrollo en Yucatán, como mala imagen la que deja el caso “Campos Díaz”.
Bajo el título “Nepobabies” reciben Sisal como herencia”, ayer se documentó en POR ESTO!, el proyecto de “Casa de Verano”, en la franja costera de Sisal, de uno de los cuatro hijos de Víctor Manuel Campos Agüero, de apellidos Campos Díaz.
En lo privado, el legado de padre a hijo es incuestionable, en lo público se observa el mismo modus operandi del progenitor y socio de la Inmobiliaria Paraíso Sisal: Se pretende levantar una residencia de playa en un predio “donado” derivado de la gran porción de tierra que Fernando Barbachano y Víctor y Daniel Campos Agüero litigaron contra el Gobierno del Estado de Yucatán, para acreditar que no era parte de la Reserva Estatal Protegida El Palmar.
Víctor Manuel Campos Díaz -como promovente- en mismo eje de acción, busca el cambio de uso de suelo para la “vivienda familiar” amparado en la sentencia que consiguió su consanguíneo junto con Barbachano Herrero entre 2009 y 2010 para poder urbanizar esa región ahora vendida como “la última playa virgen”.
El joven no sólo va en detrimento del ecosistema, sino que a tres décadas de que fue reconocida la zona de El Palmar como Reserva Estatal (1990) y a nivel internacional como sitio Ramsar (2003), va en contra de su generación. Un grupo de edad que tiene como denominador común, mayor conciencia de la ecología, la sustentabilidad y actúa en consecuencia.
Los herederos de estos empresarios tendrían la oportunidad de dignificar el trabajo de sus padres por la economía local, podrían -con todas las de la ley- enorgullecer al “yucatequismo” económico que hoy hace voltear a los capitales mundiales y que coloca a la entidad entre las más seguras para invertir. Podrían despojarse del mote “nepobabies” y salvaguardar la tierra que tanto dicen amar, respetando las leyes, sin privilegios ni prebenda de apellido o cargo, como hasta ahora -parece- lo han hecho.
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CC