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Yucatán / Sucesos

Una nueva vida lejos de la calle, del sufrimiento

Por Jazmín Rodríguez

 

A sus 24 años, Ana está luchando para dejar las adicciones que la llevaron a vivir en la calle desde que tenía la minoría de edad. Un carro abandonado, una banqueta o cualquier lugar oscuro le servía como escondite para evitar ser blanco de las autoridades, y así sobrevivir hasta que tocó fondo, pues la pérdida de un bebé la hizo abrir los ojos para querer iniciar una nueva vida alejada de la calle y los vicios.

La muerte de su padre cuando ella tenía tan sólo 5 años, piensa que fue el detonante para que su madre se volviera una mujer alcohólica, drogadicta y violenta.

Ana no alcanzaba a comprender muchas cosas y sus recuerdos a la fecha de su niñez, son los hombres que desfilaban como parejas temporales de su mamá, con quienes pasaba largas horas e incluso días ingiriendo bebidas alcohólicas y consumiendo drogas; así como los arranques de ira de la mujer que le dio la vida desquitaba con ella.

No todo el tiempo, las cosas eran malas en casa, pues esa mujer violenta algunas veces cambiaba y estaba tranquila, en un estado de relajación y se puede decir que perdida.

Pasaron tres años para que la pequeña se diera cuenta que el cambio brusco de esa agresiva mujer se debía a los antidepresivos que un psiquiatra le recetaba.

A sus 8 años, Ana ya había sufrido demasiado; la mujer que la trajo a este mundo, era la misma que la estaba orillando a un camino de perdición, no había tratos buenos o palabras bonitas hacia su hija, y aún siendo niña, ya cargaba con sentimientos de culpa, de tristeza, así como varios abusos por parte de esos hombres que aprovechando el estado de la madre, llegaron a ultrajarla.

A la fecha no sabe si viven y si son reincidentes, pero dejaron en la memoria de la pequeña un gran sentimiento de culpa, pues cuando se acercaba a mamá para contarle lo que le habían echo, la mujer reaccionaba de la peor manera, comenzando a ver a su hija como una rival que le podía quitar a sus parejas, y el trato madre e hija fue de mal en peor.

Un día, luego de ser golpeada por su madre, vio cómo tomaba pastillas y eso la calmaba, aunque no la hacían acercarse a la menor de la manera más cariñosa, al menos provocaban que la tolerara, para la niña era como que su mamá se alejaba de la realidad y ella quería hacer lo mismo y lo consiguió.

Ana robó un paquete de pastillas, pero dejó pasar una semana antes de consumirlas, esperaba a que su mamá y su pareja -de ese momento- comentaran algo sobre la falta de medicamento, pero no pasó nada y se decidió a ingerir los antidepresivos sin medir la cantidad; lo último que recuerda es que dentro de su habitación, donde se escondía para evitar ser agredida física o verbalmente, se quedó dormida.

Al despertar, se encontraba en un hospital, su madre estaba a su lado y su primera reacción fue regañarla por intentar suicidarse, la pequeña no sabía qué era el suicidio, sólo quería alejar los monstruos, esos malos pensamientos que a la fecha la atormentan y la hacían sentir vacía, y ahí fue donde su adicción, primero con medicamento inició, su mamá nunca se atrevió a preguntarle qué le pasaba o aceptar que era la culpable de que su hija tuviera como ellos creían, pensamientos suicidas, por exponerla en todo momento al llevar a sus verdugos a su hogar, en esas cuatro paredes donde pasaban cosas que ningún menor merece vivir.

Ana consiguió salir de la realidad al ser medicada por un psiquiatra que por varios años trató la supuesta depresión que la había llevado a un intento de suicidio, pasaban días y ella sólo no recordaba lo que había echo, si iba a la escuela, si comía o si era víctima del maltrato dentro de su hogar, y un día estando en la calle sin los efectos de los antidepresivos, se dio cuenta de que estaba con un grupo de jóvenes con quienes probó la marihuana, pero eso no la hacía sentir mejor, así que fue en busca de algo más, la cocaína le gustó y recordó que las parejas de su madre eso llevaban a casa y al intentar robarles un poco, uno de esos hombres, quien ya antes la había intentado atacar sexualmente se dio cuenta, él no perdió la oportunidad y logró convencerla de que sería su amigo y ambos la consumirían, pero una vez estando bajo los influjos del estupefaciente, ella fue agredida, su madre se percató de eso y le creyó al hombre de que ella era la que se le insinuaba, así fue como Ana desde los 17 años de edad comenzó a vivir en las calles.

Las primeras noches las pasaba en alguna terminal de autobuses, por el día buscaba las plazas comerciales, pero poco a poco su aspecto iba empeorando, no podía asearse, no podía regresar a casa y recordando que para su madre siempre fue una inútil buena para nada, no pensaba en conseguir un trabajo, porque no sabía hacer nada, intentó robar, llegó a buscar comida en los botes de basura, hasta que encontró un grupo de drogadictos con quienes cambiaba droga por placer, “si tan sólo mi mamá me hubiera hecho sentir útil mi vida sería otra”, recordó Ana.

“La gente piensa que estos problemas son sólo de hombres, pero no se dan cuenta de que habemos mujeres alcohólicas o drogadictas que terminamos en la calle, no siempre ofrecemos nuestro cuerpo para conseguir el vicio, con el simple hecho de saber que estamos en la calle ya no valemos nada y abusan de nosotras, nos golpean y hay algunas a quienes matan, yo viví varios años en la calle, intentando esconderme de mi madre, sus parejas que me violaron y de los recuerdos que me hacían entrar en crisis, drogada me podían encontrar en cualquier banqueta, las madrugadas eran mi escape, es cuando menos la policía podía verme, y mis agresores dormían, pero eso terminó hasta que salí embarazada, yo no sabía hasta que comencé a sentir un fuerte dolor en mi estómago que no soportaba ni consumiendo droga, una ambulancia me levantó de la calle y me llevaron a un hospital, ahí me dijeron que había perdido a mi bebé, llevaba muerto dentro de mi tres días, eso me hizo abrir los ojos, me di cuenta que estaba siendo igual que mi mamá, en todo momento expuse la vida de mi hijo hasta que lo maté, mi madre no me mató, pero me quitó las ganas de vivir, ahora lucho por salir adelante y dejar atrás todos esos recuerdos que por las madrugadas me atormentan”, finalizó Ana.

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