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Campeche

Víctor Salas

Ya instalados en la elegante sala de su casa toda climatizada, ella luce como una estrella, salpicada de los dulces detalles que dejan las experiencias, los haceres, el ir y venir a la/de la lontanìa para quedar nuevamente en casa, esa rosa del mar, como llama Brígido Redondo a Campeche, y a la que popularmente le dicen la novia del mar.

Esperanza Burat, está alegre por la entrevista pero muy preocupada por las fotos que toma Lupita, porque “estoy despeinada, cierro mucho los ojos y voy a salir terrible”. Ya sabemos que todo eso, es preocupación de gente perfeccionista, acostumbrada a las cosas bien hechas y que les gusta que todo el mundo las vea muy bien…siempre bien.

No es para menos. Su vida ha sido exitosa en el arte, los vínculos políticos, las relaciones sociales, los trabajos profesionales, los estudios realizados y por supuesto, la plenitud familiar.

Por donde se le mire la rodea el arte, los muebles de mármol y finas maderas, el confort y el esplendor. Por su memoria pasan los nombres de Carlos Sansores, Rafael Rodríguez Barrera y ¡claro está! , el de don Eugenio Echeverría Castellot, quien fuera su suegro. Pero así mismo lo hacen los apellidos de las más connotadas familias de Campeche, en especial los de aquellas que tuvieron que ver con la cultura, el arte y el pensamiento campechano, preocupados que fueron por el pertinente desarrollo cultural.

Ahí inicia la narración de su biografía artística. “era mediados de los años sesenta del siglo XX. Humberto Puerto y yo formábamos parte del Grupo de Folclore de Campeche. Bailábamos por todas partes, pero jaranas yucatecas, los Aires Regionales, la Cabeza de Cochino y otras más. Manolo Lanz era nuestro asesor y el que diseñaba nuestro programa. El responsable de las obras coreográficas. En ese preciso momento, un maestro de Yucatán le pide ayuda a Manolo Lanz para la integración del Ballet de Yucatán. Este, manda a Capullo, José Manuel Sosa y Humberto Puerto para las tareas de la aglutinación coreográfica del futuro Ballet Folclórico de Yucatán. Como parte de ese trabajo, íbamos a bailar a la Ermita de Santa Isabel. Mi pareja era Sergio Gracian. El folclore en el sureste se debe a Manolo Lanz.

En 1968 fue Reina del Carnaval de Campeche, lo que tiene un significado muy especial entre la sociedad de la ciudad porteña. Ser Reina es tan especial que lo ha sido de diferentes eventos y desea serlo, en su momento, de la senectud. Se carcajea. No hay recuerdo que no le brinde alegría. Mi papá me mandó a México a estudiar. Fui a la Escuela Mexicana de Turismo. Por cierto, en la capital del país fui asistente de teatro del gran Nacho Sotelo y llegó a actuar, como suplente en dos obras de teatro. Una de ellas en verso, del teatro clásico español.

Fue casada con el ingeniero Eugenio Echeverría Lanz. A él le gustaba mucho la pintura. Conoció y compró obras de grandes pintores. En la familia hay hasta un Clausell. Se divierte al recordar que fueron novios durante diez años. Era fabuloso, dice.

Fue directora del FONAPAS-Campeche. Con ese programa se inicia un amplio desarrollo cultural. Trajimos al Ballet Clásico de México, al de Amalia Hernández, a López Tarso, Sonia Amelio, los Títeres de la Cachiporra y muchos eventos más. Fundamos el teatro FONAPAS, hoy Juan de la Cabada. Implementamos el programa de La Fiesta del Palmar, los Jueves de Aficionados, el Festival Campeche Joven Canta, un programa para ayudar a los menores infractores y logré que se grabaran dos elepés con música de las comparsas campechanas y el Toro Cubano.

Fundé el Ballet de Cámara de Campeche, cuyo director fue Lucio Bolivar.

A propósito del Festival Internacional de Danza Contemporánea que organiza Dzul Dance Company de New York, y que se inicia mañana lunes 25 de noviembre en el teatro Toro, recuerda que Javier Dzul vino a dar un curso de contemporáneo al que se inscribieron muchas muchachitas. La idea de Javier era trabajar en una obra coreográfica. A la hora de los resultados, salimos seleccionadas Lina Pérez y yo. Éramos las de mayor edad, pero Javier elogiaba nuestra garra, la pasión que vertíamos al trabajo dancístico. Ese sentimiento inextinguible y sustentador de las mejores actitudes de artistas y promotoras culturales como Esperanza Burat.

El tiempo ha sido como un cántaro de agua, derramada entre el regocijo de Sergio y Lupita y el mío propio.

La gratitud queda sellada con un pastel que hemos compartido y al que ella nos ha convidado. Dejamos tendido un puente de personajes culturales para entrevistar. Las charlas continuarán.

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