Para añorar servir a los demás siendo doctor o maestro no hay impedimentos si se trata de niños, soñar no cuesta nada, menos si se mantiene un suspiro de esperanza en los pequeños que viven en el campamento de refugiados de Laguna Larga, en la frontera entre México y su Guatemala.
Un halo de esperanza envuelve a los pequeñines del país chapín, pues ya reciben clases, propiciando que los infantes como Lydia Maribel, quien cursa el quinto año de primaria, sueñen con ser grandes mentores. Esto, pese a que sus padres enfrentan un reto mayor, sobrevivir en una región donde no hay nada.
Después de que fueron expulsados de su país, los pequeños quieren ser doctores o ingenieros, o cualquier profesión para ayudar a los demás, cualquiera menos la de soldado de Guatemala, pues aún tienen la imagen del Ejército tirando sus casas.
Lydia, con apenas 11 años de edad, sueña con una gran profesión, enseñar a otros niños a leer y tener una mejor educación. Pese a que viven en un campamento donde las familias hacinadas apenas y tienen un techo de palma, maestras procedentes de Guatemala llegan a impartir clases 22 días al mes. Ese lapso es suficiente para nutrir el conocimiento de los desplazados más jóvenes, mismos que no pierden la ilusión de una mejor calidad de vida en el futuro.
La pequeña Lydia llegó al campamento con sus padres cuando apenas tenía nueve años; sin embargo, es quien ayuda a su madre en las actividades del hogar, pues como la mayoría de pequeños, llevan sus cántaros y botes de agua hasta una toma en el lago. El vital líquido obtenido sirve para todo, incluso mediante filtros se abastecen del agua que han de beber.
“Voy muy bien
en la escuela”
Señala que va muy bien en la escuela, pues en matemáticas lleva un promedio de 80 y 70 en inglés, pues casi no le gusta, pero, asegura, seguirá aprendiendo para que en un futuro pueda enseñar muy bien a sus alumnos.
Otros de los pequeños, de 10 y seis años, sueñan con lograr profesiones en un futuro, lo cual al Gobierno guatemalteco no le interesa, pues prefieren tenerlos exiliados en una zona inhabitable, antes que regresarles sus tierras para que puedan seguir su estilo de vida y alcanzar mejores servicios, tanto de alimentación como de salud.
Ya hay varios niños que se han enfermado de varicela y problemas de la piel, además de que en temporada de lluvias sufren de gripa y tos, ya que viven casi en la intemperie, donde sólo unas hojas de guano y palos son parte de su nuevo hogar en el que fueron obligados a vivir por su Gobierno corrupto.
(Texto: Ignacio Morales / Fotos: Ignacio Morales / Carlos Valdemar)