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Campeche

Eudaldo Chávez Molina

“Vive la vida mientras la tengas. La vida es un regalo espléndido, no hay nada pequeño en ella” Florence Nightingale

“Esta vez despierta sin tubo. La enfermera le da agua, que le agradece infinitamente, solo con la mirada. Todavía no puede hablar, si mover la cabeza, si mirar a los costados. En la mano izquierda siente el calor de una mano: Es la de una enfermera que sonríe entre lágrimas, que gota a gota hacen un nudo en su garganta y sin embargo sonríe…” Una enfermera siempre nos dará esperanzas; es un ángel con estetoscopio”.

En los albores de este nuevo año y al celebrarse el Día de la Enfermera, dedico estas reflexiones a la enfermera Petronila Chávez Molina, pionera de esta profesión en el estado y en nuestro municipio. Es un reconocimiento a su loable misión por compartir el sufrimiento humano, sembrando el optimismo por la vida.

Es mi homenaje en vida a todas las que eligieron esta misión como vocación para servir a los demás. Las enfermeras se han convertido en una de las más grandes bendiciones de la humanidad, junto al médico y al cura. Cuando eres enfermera sabes que cada día cambiarás una vida, o una vida cambiará la tuya.

Las enfermeras como criaturas de Dios tienen la oportunidad de curar el corazón, el alma y el cuerpo de los enfermos, de sus familias y los nuestros. Puede ser que no recuerden su nombre, pero siempre recordarán lo que hiciste por ellos.

Si salvas una vida eres un héroe, pero si salvas cien vidas eres una enfermera. Tal cual es su trascendencia en la salvaguarda del don más preciado que Dios nos concedió. La atención constante de una buena enfermera es tan importante como la mejor operación de un cirujano.

Sin embargo no puede hacer distinciones ante los valores jerárquicos que rigen nuestra vida. Algunos enfermos son personajes importantes y otros no; pero, para una enfermera, el más importante es el más enfermo. Salvaguardar la vida está por encima de todo.

Por eso la enfermería es como una manía, una fiebre en la sangre, una enfermedad incurable que una vez contraída no se puede curar. Si no fuera así no existirían las enfermeras. Algo del trabajo de una enfermera es amortiguar el dolor, hacer florecer la esperanza, entender el dolor para saber amar la vida, celebrar el deber cada día, mientras tanto solamente hacen su trabajo.

La enfermera es la única criatura que con sus palabras, con sus manos, con su fe y optimismo transmite la vida. Es la única que tiene el don divino, que mira desde aquí cuando alguien ya está en el cielo.

En el quehacer cotidiano de la enfermera ella sabe quiénes nacen tristes y mueren tristes, pero en el entretiempo amamos la vida, cuya milagro es la explosión de la belleza por vivirla intensamente. Ella se enfrenta los misterios del milagro de recibir la vida en el alumbramiento de un parto. Testigos de honor en la entronización de la obra maravillosa de Dios.

Y cuando la vida es un paréntesis entre dos nadas, solamente recrea el don de recrearla la floreciente palabra de una enfermera, que con su gracia mística enlaza el optimismo con la fe de volver la mirada hacia el mañana en el diluvio de colores con que se tiñe el despertar de la primavera.

Al borde de una cama de hospital el espectáculo más maravilloso de un mañana es observar como el sol se filtra entre las hojas y en su milagroso destello toca la piel de los pacientes, siendo la cofia de una enfermera la fuente sagrada de un nuevo amanecer con gozo y alegría, donde la soledad deja de herirnos.

Es la enfermera la única que tiene el don de la palabra sin sonido, cuando estamos frente de la vida que es la muerte, ella no habla, solamente lleva en su alma la sagrada oración por la reivindicación de la vida. En el silencio de nuestro sufrimiento, a veces solamente nos da la mano, y en ese lenguaje tan divino nos deja el mensaje de Dios. Es el amor sagrado que nace del corazón para derramarse en lágrimas de honor.

También la esperanza es síntoma de vida, nosotros nos quedamos con todo lo que tuvimos cuando el pasado se fue. Y en nuestro padecimiento, siempre es resplandece en la cofia de una enfermera el milagroso destello de un rayo de sol, como un distintivo de que estamos vivos. Es la cita de un suspiro ya perdido que se rescata en el último minuto de la esperanza.

La enfermera pone al paciente en las mejores condiciones para que la naturaleza pueda sanar las heridas. La cirugía remueve la bala de la extremidad y así elimina una obstrucción a la cura. Pero es la naturaleza con la mano de Dios la que cura la herida.

En esta noble tarea, la destacada enfermera Florence Nightingale ha dicho: “Le debo mi éxito a esto: nunca di ni acepté una excusa. Si tuviera que decir algo sobre mi vida, diría que soy una mujer con habilidades ordinarias que ha sido guiada por Dios a través de caminos extraños y poco comunes para cumplir con su voluntad. Y sostienen que el primer requisito en un hospital es que no debes hacerles daño a los enfermos.

Por eso la enfermera es el enlace de Dios con los enfermos, es ella la facultada a llevar el mensaje y la luz de su cofia a los pacientes, para retroalimentarlos en su fe y optimismo por alcanzar un nuevo amanecer que es síntoma de vida.

En este día en que se une el gozo con el deber y la satisfacción de resguardar la vida, no se puede concebir la sagrada misión de la enfermera, la mujer que con su mirada siembra la esperanza por la vida. De su cofia emana la luz misma del Creador. Es la oración perenne de cada mañana que en su cofia lleva todo el milagro de Dios.

Bajo el esplendor de la enfermería todo se ilumina, hasta la sonrisa de los enfermos renacen con sonoridad musical, cada vez que toca su frente. Siendo una misión que se acerca a la gracia de Dios, el ejercicio de la enfermería tiene trascendencia social, va más allá de una profesión humanitaria para convertirse en una vocación casi sagrada cuando se ejerce con ética y profesionalismo, sin soberbia y con sensibilidad.

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