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Cultura

Maryse Condé no es una voz alternativa

Pedro de la Hoz

Le preguntaron por la identidad que asumía en la escritura: si francesa, si antillana, si la de mujer negra, si la de hija de la diáspora africana. Un destello fulgurante cubrió su mirada al responder con determinación: “Escribo en Maryse Condé, esa es mi lengua, la suma de todo lo que soy y de los mundos que me hicieron así”.

Fui testigo de esa salida de Maryse en una de las sesiones de la Semana de Autor que la Casa de las Américas, en La Habana, le dedicó en 2010. Más que ingenio, la respuesta implicó una declaración de fe en la constancia y la creatividad para reflejar una experiencia de vida mediante la palabra.

La autora guadalupense, nacida en Point-a-Pitre hace 81 años, está en las noticias debido a la adjudicación del Premio Nobel Alternativo que pretende llenar el vacío del Nobel de Literatura 2018, pospuesto debido al escándalo acaecido en el seno de la Academia Sueca.

Recuérdese que el marido de una de las académicas fue acusado de abusos sexuales y condenado a dos años de prisión por violador. La Fundación Nobel decidió dejar el lauro literario de este año en suspenso, confiando en que la Academia Sueca, entidad responsabilizada con la competencia literaria pusiera sus asuntos en orden, ya que hubo renuncias de varios miembros de número. Sin embargo, la esposa del delincuente sexual sigue aferrada a su curul por lo que también peligra el Nobel de 2019.

Por iniciativa de la intelectual sueca Alexandra Pascalidou comenzó a promoverse el Nobel alternativo de manera que se pudiera dar continuidad a una tradición. Solo que en lugar del secretismo acostumbrado de la academia Sueca, se abrió al gran público la convocatoria. Más de tres mil bibliotecarios suecos y de otros países, y miles de lectores del continente europeo propusieron a cuarenta y siete escritores en una lista inicial. Hubo cuatro finalistas entre los más votados; volvió a aparecer entre ellos el popular japonés Haruki Murakami, quien renunció a ser escogido a ultima hora, entonces triunfó la Condé.

Valga aclarar que esta escritora para nada es una voz alternativa. Desde hace mucho tiempo constituye un firme pilar de la expresión literaria de los pueblos del Caribe y de los sectores tradicionalmente marginados en las llamadas sociedades poscoloniales.

Cuando la conocí por intermedio de la gran poetisa cubana Nancy Morejón, ya la Condé poseía una luminosa trayectoria por sus novelas, piezas teatrales y ensayos. La savia heredera de la tradición francófona antillana abonada por nombres como los del haitiano Jacques Roumain y el martiniqueño Aimé Césaire.

Vida y pasión literaria se juntaron ardua y fervorosamente en su obra. La jovencita enviada a estudiar en París –la metrópoli para los antillanos seguía siendo tránsito obligatorio– casó con un actor africano y vivió casi una década en la Guinea de Sékou Touré. Conoció el drama de la supervivencia de los Estados emergentes con un pasado colonial y la fragilidad de las nuevas democracias que surgieron en escenarios de disgregación tribal. Al volver a París divorciada y con cuatro hijos, se aferró a la escritura para descubrirse a sí misma y dar cauce a sus sentimientos identitarios. Luego en Estados Unidos se percató de que las Antillas era una asignatura pendiente en los medios académicos y luchó por hacer efectiva esa presencia. Redescubrió su Guadalupe, sus orígenes y construyó un universo narrativo múltiple y original.

La novela más conocida de Maryse Condé fue publicada en La Habana en 2010, Yo, Tituba, la negra bruja de Salem. Tomó como punto de partida dos líneas inadvertidas en el legajo de las deposiciones del proceso seguido a un grupo de mujeres en la localidad norteamericana de Salem en el siglo XVII. Eran acusadas de satanismo por autoridades puritanas y conservadoras. La versión estadounidense de los hechos trascendió en la magnífica pieza teatral Las brujas de Salem, de Arthur Miller.

Pero Maryse Condé quiso ofrecer otro punto de vista, la de una esclava caribeña implicada en el proceso, apenas mencionada en los testimonios. El dato le bastó para fabular una realidad deslumbrante y desconocida, y reivindicar etnia, cultura y condición social. También magia y ternura.

La palabra de Maryse Condé alcanzó entonces una dimensión poética poco común, pero en ningún momento ajena a sus raíces. Por eso hay que entender la validez de su respuesta ante el auditorio habanero que indagó por su identidad. Su lengua es la de Maryse Condé.

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