La diversificación de los espacios de promoción del jazz en México tiene mucho que ver con el progresivo salto de ser entendido como una música supuestamente dirigida a iniciados a una propuesta sonora inclusiva y sustentada en un cada vez más amplio anclaje popular.
En esa línea debe observarse la convocatoria del II Festival Internacional de Jazz de Durango entre el 22 y el 25 de noviembre próximos. Además de conciertos en el teatro Ricardo Castro, el programa incluye presentaciones en la Plaza de Armas.
Pero lo que más llama la atención es la anunciada participación de exponentes que cultivan el género más allá de su matriz original. Si bien surgió en los Estados Unidos, y en un momento su internacionalización partió de la base de reproducir los estilos que formaron parte del mainstream en ese país, a lo largo del siglo XX, en consonancia con el espíritu de libertad creativa que su práctica implica, el jazz ha venido dialogando con géneros y estilos fundados en las tradiciones musicales de otros pueblos.
En se proceso han tomado vuelo propio expresiones como el jazz latino, que incluye las vertientes afrocubana y afrobrasileña, o el llamado gypsy jazz, que tuvo como uno de sus primeros referentes al guitarrista belga Django Reinhardt.
Los organizadores de la cita de Durango invitaron a la española Andrea Motis, una joven catalana que con solo 23 años ha seducido a públicos dentro y fuera de su país. Toca trompeta y saxofón, compone y canta. Al frisar la pubertad fue considerada como una chica prodigio, lanzada por el contrabajista Joan Chamorro, con quien sigue trabajando con frecuencia.
La Motis, por sí misma, refleja el tránsito entre la asimilación de los núcleos permanentes del jazz importado de la fecunda e inagotable escena norteamericana y la vocación por traducir esas influencias en un espejo de la identidad cultural más cercana a la artista.
El disco Emotional dance (2016) es una fehaciente prueba de ello. Estándares norteamericanos y creaciones suyas; los primeros sin demasiadas complicaciones, casi al papel carbón, y las segundas con la mirada puesta en lo que podrá ser esta muchacha si explora su mundo interior y el entorno musical que la rodea.
No sé el repertorio que llevará a Durango, pero si le da por interpretar Louisiana o los caminos de algodón, del grupo catalán Els Amics de les Arts, o las composiciones del saxofonista español Perico Sambeat, o las canciones que ha hecho en catalán y transpiran ciertos efluvios de la nova cançó, podría adelantar cuál es la ruta más segura hacia la autenticidad.
Otro invitado de interés es Olson Joseph. Nació y creció en Haití, pero estudió y ejerce su carrera musical en México. Egresado de la Escuela Superior de Música (INBA) en la especialidad de canto y también en la de trompeta, propio proyecto musical: fundó el grupo Infuzyon Jazz, en el que fusiona el género con ritmos afrocaribeños. Es un fenómeno singular en el panorama musical mexicano.
Este es otro que no puede renunciar a los estándares, pero cuando lo hace sitúa en otra dimensión el lenguaje jazzístico, saliéndose de caminos trillados y con el aporte de una dinámica polirrítmica peculiar.
En tal sentido es fiel a una herencia: “Antes de que llegaran los colonizadores a África –explica– la gente no asistía a conciertos, la música era parte de la vida. Nosotros cuando tenemos la oportunidad de tocar enfrente de un público llegamos con esto, romper las barreras entre el artista y el público. Lo que tratamos es lograr esa simbiosis entre los que hacen música y los que vienen a darle sentido a la música que estamos haciendo. Por lo tanto, nuestro concepto es de jazz participativo, compartir sentimientos y emociones, esto es el concepto básicamente de Infuzyon Jazz”.
¿Hasta dónde podrá cumplir con ese precepto? Todavía Olson Jpseph es una incógnita. Pero resulta alentador que en Durango y otras partes de la geografía mexicana se deje escuchar su voz.