Cultura

Las Dimensiones de Rod Serling

Joaquín Tamayo

 

¿Que no es posible?... Todo es posible en el reino de la imaginación y de la mente. Todo es posible en… la Dimensión Desconocida. Esta frase en voz en off, expresada con un tono grave, casi dramático, solía cerrar cada episodio, cada capítulo, pero no el suspenso de aquella remota e inquietante serie televisiva, cuya influencia seguramente ha alcanzado a las sagas fantásticas de hoy.

Su artífice, Rod Serling, era capaz de que la intriga, el dilema y el misterio de unos cuantos personajes cupieran en apenas veinticuatro minutos de historia. Cuentos bien contados, como exigen las leyes literarias: principio, desarrollo, nudo y remates noqueadores; a veces circulares, en otros, desenlaces abiertos. Siempre insospechados. Sorpresivos y sugerentes. Genuinas vueltas de tuerca. El escritor Rodrigo Fresán ha dicho a menudo: si alguien quiere aprender la mecánica del relato corto solo debe comprar la caja en DVD con las seis temporadas (1959-1964) de este clásico de la llamada edad de oro de la televisión norteamericana. “Ese es un verdadero taller de cuento”, ha explicado el argentino en diferentes entrevistas.

Rod Serling, (1924-1975) nació en Syracuse, Nueva York, y representó el espíritu aventurero de su época. Al estilo Hemingway y de Jack London se convirtió en boxeador, se enlistó en el ejército para combatir en la Segunda Guerra Mundial y se unió al cuerpo de paracaidistas durante el conflicto bélico en Corea a principios de los años cincuenta.

Ya desde muy joven había sido un lector pertinaz de autores clásicos y de revistas baratas de aventuras de anticipación (las famosas publicaciones pulp). Esas aficiones lo llevaron a escribir aunque sin mucha lozanía. Su vida cambió tras comenzar una trayectoria en el guion cinematográfico. Colaboró en la escritura de múltiples cintas de bajo presupuesto y, poco a poco, se hizo de un nombre en el ámbito del celuloide. A él se deben, por ejemplo, películas ahora consideradas de culto: la primera versión de El planeta de los simios (pionera de la ciencia ficción, junto con 2001: Odisea del espacio, de Stanley Kubrick, en gran formato y de alto costo) y Siete días de mayo, tramas reveladoras de su fértil y potente creatividad.

Sin embargo, ambos guiones vinieron luego del éxito que había obtenido a través de su obra más notable y definitoria: La Dimensión Desconocida (The Twilight Zone). En distintas conversaciones periodísticas, Serling expuso una y otra vez el incesante esfuerzo y la desgastante lucha que libró para que, por fin, CBS le autorizara la serie.

Su personalidad conciliadora y diplomática lo ayudó a contar, desde el inicio del proyecto, con narradores que, en el futuro, habrían de adquirir prestigio internacional o ya eran figuras referenciales en sus respectivos géneros. Charles Beaumont, Richard Matheson, Ray Bradbury, Lester del Rey y Murray Leinster, por citar a algunos, aportaron relatos o adaptaron piezas de otros escritores como Ambrose Bierce, aunque regularmente era el mismo Serling quien se encargaba de aquella tarea tan azarosa y compleja. No obstante, fue él quien desarrolló la mayor cantidad de guiones originales para la producción que también dirigía.

Por fortuna, desde hace unos años estos textos se compilaron en dos volúmenes. Se trata de los cuentos que Rod Serling escribió y que después, sobre la marcha de cada temporada, ajustó a las necesidades de la televisión. En Los mejores relatos de la Dimensión Desconocida I y II se encuentran reunidos los manuscritos de esos programas. La raíz inspiradora.

En total son diecinueve piezas, las más singulares y mejor logradas, de un escritor que, al igual que el cineasta sueco Ingmar Bergman, redactaba primero la historia que se le había ocurrido y luego la transformaba en guion. La película Persona se desprendió de una novela suya.

El método de Serling resultó muy parecido, aunque a diferencia del director europeo sus relatos nunca fueron concebidos para editarse en libro o aparecer en revistas. En contraste, eran el laboratorio donde posteriormente se ejecutaba el experimento. Ficciones con una vastedad de detalles, atmósferas, descripciones acuciosas y personajes delineados a profundidad para, a la hora del rodaje, emprender la poda necesaria. Todos, eso sí, con voluntad estética y cierta malicia artística no tanto en el lenguaje, sino en las circunstancias que rodeaban cada evento.

Al hablar de malicia artística, pienso en los recursos utilizados en busca de determinados efectos que pudiesen dotar de inteligencia e interés el argumento en cuestión.

Me explico: si Chejov aplicó siempre el malentendido como trasfondo de sus historias y obras de teatro (El beso, La novia y La gaviota, por poner una muestra), Serling proyectó la paradoja en el andamiaje de sus narraciones. Tal vez a semejanza de Wilde o de Stevenson. En los dos libros de La Dimensión Desconocida ese asunto subyace en los temas; es su herramienta secreta, por así decirlo.

Sus tópicos provenían de las preocupaciones norteamericanas de aquel momento: la amenaza nuclear en el apogeo de la Guerra Fría, lo absurdo del racismo, el enigma espacial, el viaje en el tiempo, el destino irrenunciable, la presión social, la precariedad del sueño americano, los pactos con el más allá y el dominio feraz de la tecnología sobre el ser humano. Cada uno derivó en una paradoja, su sello literario.

“¿Dónde se ha ido todo el mundo?”, ?“A tiro de piedra”, “Los monstruos están en Maple Street”, “Una historia de máquinas”, “El refugio”, “El solitario” y “La odisea del vuelo 33” son los relatos más completos de esta colección; precisamente los que nos hacen comprender la distancia que hay entre las categorías del miedo y el asombro.

El caso es que escribió para entretenernos mediante la sensación del horror y advertirnos que la crueldad yace escondida en la sutileza de la vida, en la rutina aparente. Incluso uno de sus personajes dice: “hasta con amabilidad se puede matar”.

Nada tan delicado ni tan brutal como el anodino hombre de “Con suficiente tiempo al fin”: un lector compulsivo que se salva del bombardeo atómico porque permanece leyendo en una bóveda blindada. Cuando desaparece la humanidad, cuando solo subsisten libros y unas escasas viandas, agradece a Dios, pues invertirá todo los minutos en ese placer, pero lo estremece el pánico al percatarse de que, por un descuido, ha perdido la vista. Esa es la paradoja que Rod Serling nos legó: la dimensión desconocida que acecha entre lo que uno es y lo que nunca será.

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Los Mejores Relatos de la Dimensión Desconocida I y II

Serling, Rod

Celeste Ediciones, 2016