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Cultura

2019, las ventiscas del génesis del nuevo anuario

Víctor Salas

A las 6: 35 del día uno de enero de 2019, el crepúsculo meridano yergue a la ciudad capital de Yucatán, que se encuentra tibia y nubladosa. Ventisquera. De ventisca discreta que empuja a las nubes de oriente a poniente con destino impredecible. Es la hora del génesis del nuevo anuario, momento en el que veo a Montejo el Mozo y a su primo Francisco, alborozar todo para avanzar con sus cerdos y corceles, arcabuces y soldados encaramados en las monturas de los cuadrúpedos, levantado el polvo del camino que va de Dzibikal a la abandonada T’hó. Van rumbo a una paradójica conquista sin combate, al despojo de un toponímico maya para adjudicar sustantivo castellano a una nueva patria. Son los albores de 1542, pero yo estoy en 2019 contemplando a la misma Mérida sin entonces, que cumple 477 años o 174,105 días de vida cotidiana, de anversos y reversos según el placer del jefe político en turno.

De la Mérida de antes, de en medio y de hoy, tomo esta última para dirimir mis pasos y palabras, descuartizar sus letras, ponerlas en el quirófano y suturar su realidad urbana. ¿Qué es Mérida, hoy? Un territorio ponderado por tiros y troyanos que ha provocado un avance de la mancha urbana prevista, preconcebida y prefigurada por un gobernador llamado Víctor Cervera, que puso las condiciones materiales en vías carreteras y alargamientos edificiales para lograr la urbe de hoy, que se unge moderna, aunque llega a esa modernidad, con veinte años de retraso si la comparamos con Puebla, Guadalajara, Monterrey o la joven ciudad de Cancún. Así, pues, nuestra ciudad no debe vanagloriarse de su avance tardío, sin novedades en sus edificios que parecen clones de la arquitectura miamesca, sin haber logrado orden ante las actitudes de los nuevos vecindarios y avecindados, sin pensar en legislaciones modernas que logren el respeto de conductores vehiculares, mercaderes de a pie, huacal, palangana o trocas que expenden todo tipo de artículos comestibles, de entretenimiento u ornamentación igual en aceras que en parques o cualquier espacio público, donde lo que menos importa es el respeto al área que nos corresponde a todos, a la colectividad civil, y queda claro que las autoridades, si no han sido rebasadas, por lo menos no han dado muestras de capacidad para integrar usos de utensilios modernos con el respeto que merece una ciudadanía que rebasa ya al millón y medio de habitantes que desean silencio, paz nocturna, y una legislación que equilibre los intereses de todo tipo de comerciantes con la diversidad social que se mezcla desde el Centro Histórico hasta lugares como City Center, Alta Brisa, Cholul o Pacabtún.

Estos conglomerados sociales asimilados en el consumismo y desechismo, en el digitalismo y el wasapeo generan, igualmente, la suciedad fecunda que la muerte en el Periférico y a sus zonas adyacentes que semejan un túnel o Paseo de la Mortandad.

Mérida se cree un espectro del cambio, una ecuación entre las urbes del orbe. Pero si uno dobla a la derecha de la avenida Itzaes ahí vive el reflejo de otra realidad, cruda, ausente de la profilaxis necesitada en la modernidad de las ciudades que crecen y acarrean con ello toneladas de desechos, basura y conflictos ciudadanos.

En el viejo año de 2018, las cosas fueron así. En los remotos años del siglo XVI, de manera parecida, en el transcurrir de los crepúsculos del recién nacido año de 2019, esperamos una actitud beligerante porque ya en las calles de la Mérida de hoy, vemos bolsas de basura tiradas por doquier, basura amontonada en las aceras y un abandono preocupante, reflejo del desinterés e irresponsabilidad de los Servicios Públicos Municipales.

“Mérida cómo te quiero/ nunca de extrañar dejo/ tu quieta Plaza Mayor,/ Tu (otrora) hermoso Paseo Montejo…”

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Gracias a Tony Camargo por obsequiarnos la canción 'Yo no olvido al año viejo”