Víctor Salas
De muy joven, cuando leí a Thomas Elliot, descubrí dos formas de entender la poesía, hacer una interpretación de la idea central después de cada verso o dejándome guiar por una serie ellos. Sucede que en la danza contemporánea hay coreopartituras escritas de modo tal que hay que aplicar ese sentido de la interpretación para ir plácidamente al lugar donde quien compone la obra quiere que lleguemos de determinada o indeterminada manera.
Tania Pérez-Salas trajo a Mérida una obra que es un suceso, por adecuarse a su tiempo y, fundamentalmente, a la realidad de las mujeres que han sido llevadas a los lugares donde su naturaleza no se adapta u obtiene lo necesario para su espíritu, esencialidad o manera de percibir y esperar el acontecer de su mundo idiosincrático.
No voy a narrar aquí los sucesos de cada una de las múltiples escenas, aparentemente disímbolas, aisladas o inconexas, pero sí relataré la del principio, el alfa y el omega, Eros y Tánatos.
Los bailarines en su totalidad se encuentra vestidos de uniforme manera, ejecutando una marcha con una música que no es precisamente la estructurada en esa forma musical. Marchan con frenesí y en desencuentro, como seres sin destino. Es una interesante escena por sus diseños y trazos espaciales, por el antimimetismo de los ejecutantes. Todo cambia, y lo señala el despojo de las ropas, la danza cambia y se hace íntima e intimidatoria, la mujer resulta llevada a los centros de poder masculinos en contra de sus expectativas. Pero todo lo anterior que parecía andrógino, se define en su sexualidad y entonces encontramos una vida privada del afecto, el amor o el retozo sentimental, tan indispensable para las mujeres.
Luego transcurren una serie de escenas en las que prevalece la elegancia en todo, sin importar el tono de la coreografía, la rudeza de los bailarines o la crudeza temática del momento. Eso, la elegancia, el buen gusto no escapa de ni uno de los detalle de Tania Pérez-Salas. Y no podría ser de otra manera, siendo ella tan linda físicamente y tan plena de inteligencia, sinceridad, buenas maneras y mejores palabras. No hay que olvidar la existente corresponsabilidad entre la condición física y moral del creador y el producto de ello. Los feos-feos, esos que no tratan de enaltecer su fealdad, producen cosas nefastas, parecidas a su condición de oprobio, que pueden a veces resultar bellas, pero no comúnmente.
En la escena final, una inmensa tela cae del telar como un cielo trágico, preconizador de una tragedia. Pero los bailarines ejecutan una danza como rumba flamenca, cuya resultante interpretativa sería la protesta humana (al golpear con la fuerza de los pies a la tierra –el piso en este caso–), pero dentro de mundo oscuro, frenético, se bosquejan móviles rojos que van emergiendo hasta quedar el escenario poblado de mujeres vestidas de largas faldas rojas, semejantes a las veracruzanas y faldeando al estilo de Amalia Hernández. Van tomado fuerza hasta convertirse en capullos de sangre y concluir reventando en rojos claveles. La fuerza, la pasión femenina queda establecida como una realidad precisa, aunque las feministas digan que el asunto de la igualdad de género no es cosa concluida y por eso no aceptan el posfeminismo. Tania no ha de pensar así, pero apoyaría ese argumento. Su solidaridad es total a las mujeres, eso es notable.
Hay otras escenas irreverentes e iconoclastas; hay un interesante mix en el que se escucha hasta la voz de López Obrador. Pero todo tratado con tanto cuidado que resulta aceptable, incondicionalmente.
Su producción es enorme y ella tiene muy clara la idea de para qué sirve la producción. Un telón de luces puede estar en el escenario un breve momento, y punto. No es necesario ni para mayor tiempo ni para reutilizarlo.
Consigue, con elementos pueriles, hacer efectos muy bellos, como unos bailarines parecidos a unos robocs, que solo tienen unos zapatos como de bufones, pero con la punta exageradamente grande.
El teatro Manzanero tuvo mucho público y ello comprueba que la calidad del espectáculo contemporáneo es lo que determina la motivación de la gente para asistir a eventos de tal naturaleza.
De pie, parte de la asistencia manifestó su mayúsculo placer, los demás desde sus butacas gritaban bravos y una Tania Pérez-Salas, subida al escenario, con mucho orgullo hizo trazos de gratitud a sus artistas y a toda la audiencia.
El Mérida Fest de este año ha tenido luces y sombras. Una de estas últimas fue el trabajo presentado en la Plaza Grande el sábado por la noche. Y una de las luces ha sido la Compañía de Tania Pérez-Salas, que provoca el acercamiento popular a la danza contemporánea que tanto aprecia y le gusta al antropólogo Irving Berlín Villafaña, director de Cultura del Ayuntamiento, quien debería percatarse que para incrementar audiencia hacia ese género dancístico hay que hacerlo con grupo de sólida calidad técnica, de excelente factura y de obras razonadas y plasmadas con mucho criterio teatral y respeto a la inteligencia de los asistentes.
Siempre he creído que la contemporánea tiene mucho público, pero tiene que tener las dosis que he señalado. A nadie se le da atole con el dedo. A nadie. Y por eso los grupos locales tiene escasa concurrencia.
Supe que Tania Pérez-Salas hizo la propuesta de venir a enriquecer las experiencias de los bailarines locales de contemporáneo. Me parecería lo indicado. ¿Por qué tanta colombianización de la cultura nuestra, siendo, Colombia y Yucatán dos realidades tan diferentes? Las propuestas culturales del país sureño salen como solución a una sociedad ensuciada por el narcotráfico y sus terribles consecuencias. Nosotros todavía somos inmaculados hasta en lo cultural. ¿Por qué olvidar México? Allí está esta excelente compañía dispuesta a ayudar a Yucatán. Órale, Irving, al ave por las alas.