Cultura

Joaquín Tamayo

Entrevistadores y entrevistados. Eso somos cada día de nuestra existencia. Desde que adquirimos lucidez, todo es entrevista informal: el padre interroga al hijo, el maestro al alumno y viceversa; en la consulta médica, en la solicitud de empleo, en el registro judicial, en las simples reuniones de chismosos… O en el caso de la esposa acorralando al marido sospechosamente trasnochado.

La entrevista es el único género, tanto periodístico como literario, inherente a la condición humana. Me atrevería a pensar que es más antigua incluso que la poesía, el teatro y el cuento. De hecho, podría afirmarse que estos últimos derivan, de alguna manera, del ejercicio cotidiano de ese diálogo, el cual no surgió por una necesidad lírica o por un arrebato informativo. Nació por la primitiva urgencia de comunicarnos, por un deseo vehemente de establecer contacto con el otro, a través de papeles alternados, entre alguien que pregunta y alguien que responde: conocernos.

Es, entonces, el género más parecido al amor, enfatizaba Gabriel García Márquez: siempre se requieren dos para consumarlo como debe ser. Tan es así que la amistad verdadera, podría decirse, es una larga y caprichosa entrevista sostenida en el tiempo y el espacio. Sin embargo, cuando abandona ciertas interrogantes y respuestas ya muy hechas, convertidas casi en cliché, su valor aumenta y se transforma en la forma más productiva del parlamento: la conversación, un arte que debido al uso excesivo de la tecnología parece en riesgo de extinción. Pero el encuentro cara a cara nunca podrá ser sustituido.

En Los Nuestros I y II, el escritor Conrado Roche Reyes consigue que sus entrevistas con intelectuales y creadores yucatecos alcancen, precisamente, el rango del conversatorio, cuyo impulso, por su riqueza y amenidad, logra prescindir de descripciones minuciosas para dejar todo en voz de sus protagonistas; los textos asumen así una estructura narrativa muy veloz y de cadencias naturales. No es nada fácil mantener una composición literaria a base de la pura interacción verbal, sin la menor implicación de un narrador que prodigue el hilo de la trama. En la historia de la novelística y del periodismo contemporáneo hay evidencias magistrales: Philip Roth, Manuel Puig, Truman Capote, Plinio Apuleyo Mendoza, Ricardo Garibay y Nicholson Baker son una muestra del poderío del diálogo bien llevado. Al poner en práctica este mecanismo, Conrado Roche genera un flujo constante de la escritura donde las ideas, los sueños, las filias, las fobias y los recuerdos tejen y destejen las autobiografías, los fieles testimonios de los propios artistas.

Sin advertirlo, los entrevistados reconstruyen pasajes, episodios, atajos y presencias significativas que han ido moldeando el gesto agridulce de sus vidas. Se confiesan y, en ocasiones, se reprochan y se redimen. No se trata de un duelo, de un forcejeo para ver quién domina la erudición, sino de un dueto en el que Conrado –músico al fin y al cabo– hace la segunda voz y “toca el bajo”, es decir, conduce el ritmo de la charla.

Un viejo jefe de información solía pedir a sus reporteros: no me traigan temas, tráiganme gente, porque la gente es un tema en sí mismo. Sin alardes, con absoluto gobierno del lenguaje coloquial y de la expresión de lo que llamamos el español yucateco, el escritor –y colaborador fundador de POR ESTO!– cumple esta premisa e interviene solo cuando la plática lo exige. Por el contrario, deja que sus interlocutores se explayen, se liberen y armen el tema capital de sus gozos y desdichas. Las sesiones con el novelista Joaquín Bestard Vázquez (q.e.p.d.), con el maestro y polígrafo Roldán Peniche Barrera, con el narrador Manuel Calero y las actrices Eglé Mendiburu y Nancy Roche son, además de ilustrativas, el reflejo de sus procesos de creación, de la combustión para conformar un cuento, una novela o una obra dramatúrgica en escena. Hablan también de sus afinidades y de la visión particular acerca de la cultura y de las artes, siempre con desparpajo y sinceridad. Relatan, en pocas palabras, las anécdotas que les han dado carácter y que explican, muchas veces, el comportamiento de sus almas.

Es pertinente añadir que detrás de la aparente sencillez de los dos volúmenes de Los Nuestros, se oculta un autor que ha concretado su tarea: investigar, observar y memorizar a las personas que pronto ha transfigurado en personajes. El artificio es su estrategia: las preguntas que semejan casualidad poseen, en el fondo, un riguroso grado de estudio. No están ahí por mera ocurrencia, sino por una planeación calculada. Esa lección que quizá pueda pasar inadvertida, es el sedimento sobre el cual se levantan estas conversaciones. Los Nuestros I y II proyectan el espíritu yucateco de una época, de la floración de obras notables, de nombres trascendentes, pero sobre todo revelan un pasado con el que Conrado Roche Reyes seguirá conversando de tú a tú, porque es de él, y porque también es nuestro.