Pedro de la Hoz
El primer día del año compartimos con Alicia Alonso uno de sus sueños realizados. Al Gran Teatro de La Habana que lleva su nombre llegó como regalo del nuevo ciclo El lago de los cisnes, en la versión coreográfica marcada por su estilo. Ya se ha hecho costumbre que en esta jornada la institución conceda sus premios anuales, el más importante en este caso a una figura cubana o extranjera que con su impronta haya dejado un legado de excelencia en ese ámbito. En esta oportunidad correspondió al pianista Huberal Herrera, próximo a cumplir sus 90 años de edad, uno de los más fieles intérpretes de la música de Ernesto Lecuona, quizás el más universal de los compositores de la isla. Como pocos, Huberal, en recitales y grabaciones ha sabido traducir en emociones el rico contenido de las danzas, los valses y las fantasías lecuonianas.
La pauta de la celebración, que saludó el aniversario 60 de la entrada a La Habana de los barbudos del Ejército Rebelde liderado por Fidel Castro, estuvo –y se prolongará todos los fines de semana de enero- en una de las obras emblemáticas del repertorio del Ballet Nacional de Cuba. El lago de los cisnes entró desde el primer día a la naciente compañía; en su debut del 28 de octubre de 1948, cuando la compañía se nombraba Ballet Alicia Alonso, incluyó en el programa el pas de deux del acto segundo.
Alicia ya era la Giselle por antonomasia. Venía de los Estados Unidos, donde había escalado esa jerarquía desde las filas del American Ballet Theater. Quería que sus triunfos abrieran la ruta de la danza clásica para disfrute de los suyos en su patria. Fernando, su compañero, y ella estaban conscientes de las potenciales de desarrollar ese arte con acentos propios en América Latina.
No hubo que esperar demasiado para que el Ballet Alicia Alonso representara íntegramente la coreografía con la que Piotr I. Chaikovski se consagró como compositor de música para la danza. En 1953 la maitre inglesa Mary Skeaping montó la obra en La Habana y un año después, en el teatro Auditórium, Alicia asumió el papel protagónico secundada por su partenaire Royes Fernández y Charles Dickson.
En ese mismo instante comenzó a madurar lo que sería su versión. No fue cosa de un día, sino un largo proceso que fructificó cuando, luego del triunfo revolucionario de enero de 1959 en la isla, renació la compañía, rebautizada como Ballet Nacional de Cuba, y Alicia tuvo las condiciones para desarrollar a plenitud técnica, escuela y repertorio.
Como se sabe, El lago de los cisnes se hallaba precedido de múltiples trazas y avatares. A Chaikovski, en 1875, el Ballet de Moscú encargó la partitura. Hasta entonces la música de ballet estaba a cargo de autores que se subordinaban estrictamente a los dictados coreográficos. Chaikovski, que comenzaba a tener renombre como compositor para formatos orquestales, desató su imaginación, pero el director de la compañía moscovita, Jules Reisinger, cortó su vuelo con la anuencia de la bailarina que estrenaría el ballet, una mujer de la cual que los testimonios de la época coinciden en subrayar su mediocridad. De modo que el estreno, acaecido dos años después, pasó con más penas que glorias.
La reivindicación de la partitura de Chaikovski sucedió en 1895, cuando en San Petersburgo, los coreógrafos Marius Petipá y Lev Ivánov, que dividieron a partes iguales el trabajo, remontaron El lago… y le dieron por primera vez sustancia. El cuento de hadas cobró altura en pasos y piruetas y a partir de entonces, comenzó a desandar los caminos del mundo, especialmente con el empujón de los Ballets Rusos de Diaghilev en 1911 alentado por Mijail Fokin. Sobrevinieron a lo largo de la primera mitad del siglo XX variantes del ballet firmadas por Alexander Gorsky, Mijaíl Mordkin, Agripina Vagánova, Nicolai Sergueiev (la montada inicialmente por la mencionada maitre inglesa en La Habana) y George Balanchine, por lo que era legítimo que Alicia intentara lo suyo.
Así lo ha explicado: “Trabajé con cada personaje y no me ocupé solamente de los pasos. Hay que tener en cuenta que son personajes en escena. El baile lo representan actuando, porque cada uno tiene su sentido. Una escena nueva es la pantomima del Bufón que se divierte con todo esto. Unimos el tercero y cuarto actos, convertido en epílogo, pues supone una continuidad. Otro de los aspectos que tengo en cuenta es la lógica. Cualquier clásico que montamos procuramos que tenga una lógica para todos los públicos: quienes saben de la técnica del ballet y los que no la saben. Hasta ahora lo hemos logrado”.
Lo más llamativo es el final de la historia. Mientras en buena parte de las versiones el suicidio de los amantes denota un acento trágico, en la de Alicia ella quiso que triunfara el amor: “Para mí era muy triste que fuera vencido el amor humano por la maldad. El amor vence”.
De ahí que sea atendible la promoción con que la compañía anuncia su función de Año Nuevo cuando sostiene que la versión cubana de El lago de los cisnes, con coreografía de Alicia Alonso, escenografía de Ricardo Reymena y vestuario de Francis Montesinos y Julio Castaño, resume los aspectos esenciales que han hecho perdurar este título a lo largo de la historia de la danza: el triunfo del amor y del bien sobre el mal, la integración de plástica, coreografía y dramaturgia, que determina su depurado resultado artístico. Y, sobre todo, las extremas exigencias técnicas e interpretativas, a las cuales deben responder tanto las primeras figuras como el cuerpo de baile.
El crítico suizo Antoine Livio, al presenciar la coreografía cubana de esta pieza en París en 1984 escribió: “Hay que ver El lago de los cisnes por el BNC para saber lo que la palabra magia representa, lo que la palabra danza puede expresar; la palabra arte existe”.