Cultura

Izamal y en Feria…¡La Gloria!…

Conrado Roche Reyes

En compañía de mi buen amigo el ingeniero Duarte y otros cuates más, nos trasladamos a Izamal para pasar ahí el día más sobresaliente y motivo de la misma, el 8 de diciembre, día de la Inmaculada Concepción, es decir, la Virgen de Izamal, Patrona del pueblo y Reina de Yucatán. La más bonita de todas las imágenes y advocaciones de María Santísima, incluida La Macarena.

Llegamos a nuestro destino por la mañana. Lo primero es lo primero, subí al camarín, el lugar donde la sagrada imagen esta resguardada y en la que existen testimonios pictóricos de obispos y otros hombres píos. Antes, el lugar estuvo repleto de veladoras. Esto sucedió durante siglos, por lo que actualmente, ante el peligro de un accidente (una parte del piso se estaba ya hundiendo) aquello está prohibido.

Posteriormente “reconocimos”, como se dice, el pueblo caminando. La actividad comenzaba en el centro del pueblo. Hasta hoy no sé cuál realmente es el centro” oficial, ya que existen dos lugares muy preponderantes: uno que es donde se instalan los puestos de fritangas, juegos de azar, venta de artesanías, los juegos mecánicos y donde estuvo hace años el mercado principal y se halla, según la ideología reinante, la estatua del Padre Landa. Y el otro parque, el 5 de Mayo, donde se encuentra el palacio municipal y donde se efectúan los bailes en los días preconcebidos.

De las cuatro personas que acudimos, solamente dos se arriesgaron a subir a la lo alto de la pirámide Kinich Kakmó. Obviamente, yo fui uno de los que no se atrevió dada mi “espléndida” condición física.

Izamal no ha cambiado mucho en años. Obviamente es una ciudad mucho más grande y con calles y vehículos transitando, pero el espíritu, la personalidad y sobre todo la magia y misterio que embarga a las personas al llegar, es sempiterno. Las calle con casas pintadas de amarillo. Voladores y bombitas. Grupos de adolescentes caminando tomados de los brazos riendo coquetamente, como sucedía aquí en Mérida hace años. Y es que la mujer izamaleña es muy hermosa y cuando se juntan varias de ellas, las jovencitas son bastante aventadas.

Comimos sabrosamente en un restaurante que está justo al lado de la gran pirámide (un verdadero desperdicio por parte de quien corresponda el no terminar la restauración de la enorme construcción), de mayor envergadura que la de Chichén Itzá, y que comenzara el inolvidable arqueólogo Víctor Segovia Pinto, quien fue mi gran amigo y vivió en Izamal enamorado de la arquitectura tanto de los vestigios mayas como del convento franciscano. Se pasaba horas sentado admirando este último en una banca del parque 5 de Mayo. El lugar repleto. Tuvimos que esperar un buen tiempo para que nos atendieran. Pero valió la pena. Me comí una buena ración de sacol, acompañado de una bebida de la casa, sabrosísima pero desgraciadamente no recuerdo su nombre.

Barriguita llena corazón contento. Acudimos por la tarde al tablado, esto es al coso taurino, para que los huaches que nos visitan y viven aquí lo comprendan mejor. Subimos al segundo piso de coso y escuchamos a la charanga interpretar alegres y variadas jaranas. Para entonces ya se había unido al grupo un buen número de amigos y parientes con su respectivo “pomo” y sus “aguas”. En el ruedo, en el centro amarrado de un palo un cebú esperaba su turno para ser toreado. Paleteros, garapiñaderos, venteros de bolis y variadas frutas. Exhibición de bellas y femeninas pantorrillas en la “baranda”.

Los valientes diestros con sus competentes banderilleros hicieron el paseíllo con un remedo del traje de luces. Ahí se torea como Dios les da a entender. La cuestión es solamente evitar la cornada. Cuando un animal sale verdaderamente bravo, rápidos y veloces, los vaqueros salen al ruedo para lazar y retirar al burel ante la admiración de las niñas. En un momento dado, la Virgen es paseada dando la vuelta al ruedo cual matador en son de triunfo. Es aplaudida por la gente después de persignarse.

Allí quisiera ver a las loquitas y loquitos (cada vez menos y mas patéticos protestantes contra las corridas) que serían sacados a patadas. Su mente cerrada jamás entenderá que esta ancestral costumbre forma parte de la idiosincrasia del maya. Sincretismo muy bello. Sin toros y toreros, no habría feria ni fiestas, el punto neurálgico de la misma.

Muerto el último toro, compramos carne para chocolomo: chi costilla, hígado, riñón, ¡vísceras para paladares exigentes que cocinó la esposa de uno de los amigos itzalanos y que devoramos con harto chile habanero a mordiscos –así debe ser– sentados en la terraza y en las piedras del jardín. La mayoría en estado “burro”(ebrios) por lo que al retorno, dormitando, regresé como conductor designado. Qué emoción el mirar a un borrachito sin capote ni muleta bailar una jarana frente a un cebú de ochocientos kilos recibiendo tremendas zarandeada levantándose sin un rasguño, carcajadas, cuando antes de ser cogido se burlaba del toro que lo levantaba varios metros arriba.

La comida, la Virgen, el hermoso convento, las niñas, sobrinas y sobrinas nietas, el rencuentro con los primos y ante todo, la magia insalvable, física y energética que Izamal irradia.