Cultura

El patrimonio histórico, la tolerancia y la educación

Emiliano Canto Mayén1

Aunque el amor se sobrepone al odio, el rencor puede borrar con su cincel, en menos de un minuto, los más valiosos rastros de la memoria humana. Un síntoma de descontento que debe preocupar a todo pensador, sociedad y gobierno es la destrucción planeada y sistemática de los vestigios que han llegado hasta nosotros del pasado remoto. Lo anterior, porque aquel que es incapaz de respetar a su patrimonio difícilmente se contendrá ante la integridad y los derechos de los demás.

Sin importar sus causas, toda agresión es violenta. Sin embargo, en mi opinión, una es especialmente grave: aquélla que se infringe a los objetos que han resultado de la paulatina acumulación de esfuerzos y saberes es un triste preámbulo de mayores discordias y destrucción. La quema de libros precede a los más cruentos asesinatos. Los nazis derribaron las lápidas de los cementerios judíos y con ellas empedraron el camino a los campos de exterminio; en Afganistán, los talibanes dinamitaron los Budas de Bamiyán poco antes de dirigir un ataque a las Torres Gemelas y, el 2014, el estado islámico destruyó los milenarios muros y palacios de Nínive. En una grabación de video, aterradora, un creyente acerbo de la fe de Mahoma agradecía a Alá por haberle dado el privilegio de destruir un ídolo y, a continuación, ametrallaba la escultura de un toro alado, divinidad de una fe olvidada.

Destruir lo que costó el sacrificio de quienes nos precedieron y requirió de un esfuerzo ancestral, tan sólo porque diferimos de la opinión que aquellos hombres y mujeres profesaron, es la peor de las intolerancias; quienes se conducen de esta manera destruyen y atentan contra las creencias de alguien que, ya extinto, es incapaz de defenderlas.

En México ¿por qué hemos llegado al punto de que hay quienes consideran necesario dañar los tesoros del pasado para hacer triunfar su posición?, ¿por qué se exige tolerancia destruyendo lo que las mujeres y hombres del pasado nos legaron? Toda venganza es irracional y temible y, en lo personal, creo que los especialistas, los gobernantes y las instituciones han fracasado en convencer a los ciudadanos de que para hacer un futuro más justo hay que construir en vez de demoler, que se debe respetar a quienes piensan diferente y que, como Gandhi indicó, es imposible dar un apretón de manos con los puños cerrados.

A pesar de estas nubes de tormenta que parecieran cernirse sobre el Mayab, creo que podemos conjurar la tempestad. Un caso de triunfo peninsular que conozco de primera mano es el de la Casa de la Historia de la Educación en Yucatán; este centro cultural, desde el año 2010, ha promovido eventos de la más diversa índole con el objeto de abatir el empobrecimiento cultural de la época contemporánea. Anoto esto, ya que lejos de concentrarse tan sólo en la salvaguarda de los documentos históricos de las escuelas de nuestra entidad, en la Casa se han organizado también veladas, congresos, conferencias, conciertos y foros de debates acalorados pero constructivos. A estos eventos han asistido desde personas de la tercera edad hasta adolescentes y, gracias a su equipo entusiasta de colaboradores, todo aquel que ha entrado por sus puertas sale con nuevos saberes y la esperanza de que es posible regenerar el lacerado tejido social de nuestro país.

La educación es la que permitió a nuestro estado gozar de la paz interior que le caracteriza y sólo ésta puede aliviar los rezagos que entristecen a esta entidad de México. Preservar el patrimonio, estudiarlo y difundirlo es la mejor manera de atajar la violencia y conflictos a que nos llevará el clima de intolerancia reinante.

1 Profesor investigador de El Colegio de Morelos.