Artículo 3.Queda decretado que, a partir de este instante,habrá girasoles en todas las ventanas,que los girasoles tendrán derechoa abrirse dentro de la sombra;y que las ventanas deben permanecer el día enteroabiertas para el verde donde crece la esperanza.Thiago de Mello
Tomar la palabra en este acto, en una clara evocación al poeta mexicano Raúl Renán es una elemental acción de gracias. Lo hago en nombre de mis compañeros escritores, Juan Arabia (Argentina) y Jorge Contreras (México) galardonados también con la Presea Internacional de Poesía “Raúl Renán” 2019. Las intenciones de este festival, más allá de su envoltura de conmemoración y alegría por el 130 aniversario de la fundación de Tecoh, encierran un profundo reconocimiento por la cultura y la palabra.
Recibir con respeto la presea de poesía “Raúl Renán” reclama hacer una breve consideración de su persona y obra, que permita conocer su estatura intelectual y valorar su aporte en la literatura.
La presencia del poeta Raúl Renán se enmarca en un momento de encrucijada en la historia literaria de Yucatán. Ese momento estuvo signado por la irrupción de la juventud en el grupo de la revista Voces Verdes hacia 1951, en Mérida, que buscó traer aire fresco a la creación literaria.
La producción poética en la Península de Yucatán contaba con una historia inmemorial:
En el albor del tiempo, desde la antigua civilización maya, fue la mano del hombre la que domesticó al maíz sobre la piedra. En el imaginario en cambio, el maíz fue el barro germinal del hombre, y con ello, de su mirada y de su palabra.
Así la mirada del hombre y la mujer mayas se hizo sabiduría y su palabra, canto. Corrieron entonces juntas por el viento y se labraron luego en la piedra y desde ahí se alojaron en el corazón de los abuelos, los hijos y los nietos.
Por la puerta del mar, esparcida entre la chusma de la espada y los sayales de la cruz, la palabra del conquistador hispano campeó e impuso el silencio. A su vez, proscrita pero no ahogada, la voz antigua del maíz, convertida en memoria y esperanza telúrica, permaneció a la sombra de la ceiba pero no desapareció; seguiría palpitando y produciendo obras de valor hasta nuestros días.
De ambas savias arteriales, en su oposición y convergencias, surgirían los dos alientos de un mismo canto. La literatura en esta región fue desde la Conquista una expresión bilingüe y progresivamente multicultural.
Lo que se tiene como literatura moderna en Yucatán surgió al calor de la insurgencia nacional y se esculpió como la estela de un dios Jano. Pero el reconocimiento mutuo de sus rostros, con sus voces en maya y español, reclamó que escampara el tiempo.
Fue el sacudimiento sísmico de la atmósfera y del tejido social que produjo la Revolución Mexicana de 1910, lo que suscitó una ola de redescubrimiento del ser y de la conciencia nacional. Al calor de esta ola y prohijado por un influjo romántico tardío, persistente en Yucatán, cuajó el neomayismo artístico. Fue un primer intento de reivindicación del tema maya. En éste la imagen de la grandeza maya era la de la vieja civilización prehispánica y la visión del indio, la del maya muerto, envuelto en el aura de su edad pretérita de gloria.
Los autores neomayistas dibujaban una imagen externa. Era una recreación del pensamiento maya desde la cultura occidental. Aún así, las obras cúspide de esta literatura indigenista –La tierra del faisán y del venado, de Antonio Mediz Bolio, y Canek, de Ermilo Abreu Gómez– expresan la elegía del lamento y la requisitoria de la justicia.
Esta expresión representa una estación cardinal en la trayectoria poética de la península: la literatura yucateca adquiere su identidad insignia y arraiga en la trova y en el imaginario popular.
Pero más allá de su momento y sus obras cumbre, dicha sana comunión de arte y expresión popular, devino en molde fácil, fetichización de lo vernáculo que tendió al apagamiento de la práctica literaria en una folclorización turística.
Aunque con timidez e incertidumbres, surgió entonces el grupo de la revista Voces Verdes –movimiento de frescas inquietudes generacionales– y abrió paso a una etapa contemporánea de las letras en Yucatán.
En ese colectivo se hallaba el joven Raúl Renán, quien desarrollaría más tarde una vasta obra en la ciudad de México como escritor, editor y promotor literario. Su semblanza y trayectoria están registradas en los anales de historiografía literaria mexicana.
La encrucijada en que afloró la presencia poética de Raúl Renán, que él vivió íntimamente como permanencia o renovación, expresaba un dilema de la literatura yucateca, común al desarrollo de muchas literaturas latinoamericanas: el de tradición o modernidad. En ello se jugaba para muchos el asunto de la propia identidad.
Ante las posturas maniqueas de lealtad o traición a nuestro ser espiritual, él asumió una mirada de equilibrio.
A mi gusto, dos de sus obras la muestran con gran claridad: Los niños de San Sebastián, por un lado recrea su amoroso apego al origen del terruño infantil; y por otro, Los silencios de Homero reivindica su capacidad de habitar en las raíces profundas de la cultura occidental.
Así mismo, mientras para otro poeta entrañable de Yucatán, Raúl Cáceres Carenzo, los escritores no hacemos más que trazar distintos fragmentos de un mismo poema, el de cada quien; Raúl Renán pensaba, en cambio, que cada poemario debía tener autonomía, con una personalidad propia.
Sirvan estas breves menciones como señales de un holograma para acercarnos a su pensamiento y poética personal.
Así, la Presea Internacional de Poesía “Raúl Renán” tiene una estatura y amplitud en que podemos cobijarnos los poetas mexicanos y de otros países.
Al recibirla esta noche, en compañía de dos distinguidos escritores de Argentina y México, puedo compartir aquel viejo verso indígena: “Mi corazón está brotando flores”.
Gracias.
Villa de Tecoh, Yucatán