Cultura

Ecos de mi tierra

Por Luis Carlos Coto Mederos

Jesús Orta Ruiz

XI

872

La maestra rural

Por el sendero tendido

en la llanura risueña,

cabalgas, y el potro sueña

que su lomo ha florecido.

Vas a irrumpir un olvido

al fondo de cinco millas

adonde por las orillas

de la caña, y en la aurora,

llegas, joven sembradora,

con veintinueve semillas.

Sabes que entre los sembrados

silencios de la campiña

en más de una mente niña

hay surcos abandonados.

Árboles paralizados

en un origen oscuro

aguardan tu empeño puro

como el corazón del fuego:

arado, semilla y riego

en la tierra del futuro.

Cuando, rebelde y violento,

el mes de octubre diluvia

sus balaceras de lluvia

en la anarquía del viento,

cargas con tu cumplimiento

–cruz más blanca que el armiño–

y cien veces el cariño

que sembraste bajo yaguas

te ha fabricado un paraguas

con la camisa de un niño.

873

Amor guajiro

Como emergiendo sombrío

del ancho cañaveral,

se asoma al camino real

tímidamente un bohío.

En el ocaso hay un río

de luz, un monte que arde,

todo en caprichoso alarde

de espejismos carmesíes,

mientras lanzan los totíes

el estertor de la tarde.

Es cuando por el camino

entra esa calma infinita

en que el paisaje medita

y medita el campesino.

Cuando el astro vespertino

de pestañas temblorosas

hace guiños a las cosas

y brilla como si fuera

fósforo azul que encendiera

el central y las “chismosas”.*

Es cuando sobre las bellas

nubes de oro y porcelana

mano invisible desgrana

una mazorca de estrellas.

La noche borra las huellas

de la tarde en el vacío;

y aunque en él, como un judío.**

se posó la noche bruna,

tiene peinetas de luna

en su melena el bohío.

Hay más luz: en la ventana

oliente a silvestres flores,

son dos redondos fulgores

los ojos de una cubana.

De su rostro, flor de grana

hizo nuestro mediodía;

y en la gris melancolía

del anochecer guajiro,

su mirada y un suspiro

van hacia la lejanía.

* Chismosa: quinqué rústico.

** Judío: ave de plumaje negro.

874

Sembradores

Evoquemos aquel día

oliente a campo cubano.

En la fragua del verano

el cañaveral ardía.

Goteaba una melodía

un ave en el platanal,

y tú y yo, desde el portal,

al pie de un jardín pequeño,

oíamos con ensueño

la voz del cañaveral.

Te miré, me estremecí

por no sé qué de la hora

y una ansiedad sembradora

echó raíces en mí.

Fuimos campo adentro. Abrí

un surco. Tú tiernamente

enterraste una simiente

que será un árbol en flor

y en su fruto habrá el sabor

de tu beso más ardiente.

Vio el cielo nuestra ilusión

y una cordial nubecilla

echó sobre la semilla

un agua de bendición.

En rápida procesión

los días no irán en vano:

al pie de un árbol lozano

un día suspirarás

entre mis brazos…, quizás

con un niño de la mano.

Mi labradora ternura

dejó una emoción latente,

y te juré mudamente,

–es así como se jura–.

Pero si has de ser impura

o mi juramento expira,

que una ciclónica ira

tronche el sembrado cariño,

para que no vea el niño

la huella de una mentira.