Cultura

Pedro de la Hoz

Tensión en la pareja, ruptura y evocación. En pocos minutos el drama se expresa mediante pasos y movimientos de notable intensidad, sin que el empaque deje de ser elegante ni olvidan los ejecutantes ciertos códigos de la danza clásica. La partida, miniatura bien recibida, pasó por las tablas del Gran Teatro de La Habana, casi al final de la función de gala que las estrellas de los ballets de San Petersburgo regalaron a la capital cubana por el medio milenio de su emplazamiento en la costa noroccidental de la isla antillana.

Interpretaban el dúo Victoria Litvínova, préstamo del Bolshoi moscovita, y el propio autor de la coreografía Yuri Smekalov, uno de los pilares del Teatro Mariinsky, de San Petersburgo, quien además asumió la dirección del espectáculo en su conjunto y encabezó la delegación artística rusa integrada por bailarines de cinco compañías.

Smekalov venía de cosechar un éxito rotundo en el Kennedy Center de Washington, donde el Mariinsky presentó su renovada versión de Paquita. Salvo algún que otro reparo de la columnista de The Washington Post, Sarah L. Kaufman, para quien la puesta en escena “proyectó una técnica nítida y emoción física, sin la profundidad de carácter, las apuestas dramáticas o la complejidad del mejor trabajo de la compañía”, la crítica estadounidense celebró la pieza.

Ni qué decir el público. Una cronista observó que con esta Paquita dominante en octubre en la capital de la nación norteamericana quedó atrás la barrera entre el ballet para consumo de una élite y la sensibilidad de la audiencia contemporánea. Para Sara Keisler, Smekalov imaginó cómo presentar el ballet clásico a una nueva generación de espectadores, con los bailarines refrescando la noción de ese arte mediante una actuación cautivadora y una actuación ecléctica.

“Por lo general –escribió– el ballet está arraigado en una tradición interna: alusiones a fábulas cada vez más oscuras, guiños a coreógrafos famosos que solo los bailarines entrenados notan y largas secuencias de reverencia con significado poco claro. El ballet no presenta palabras habladas, sino un código de gestos específicos con las manos. Aquellos espectadores sin un conocimiento del vocabulario físico del ballet deben descubrirlo por sí mismos o esperar que el programa de mano tenga una sinopsis a la hora de discernir la trama. Para muchos, el ballet es simplemente un código secreto arcaico para el que no tienen una clave”.

La Paquita de Smekalov pretende sumar y no apartar. Para ello insiste en la acción física y los gestos enfáticos, entendibles a todo público, y transparenta los giros argumentales. No sigue al pie de la letra la coreografía original estrenada en 1846 en la Opera de París con coreografía de Joseph Mazilier ni la de la reposición de Pierre Lacotte. Tampoco la versión que hizo en 1847 Marius Petipa para el Ballet Imperial en San Petersburgo, ni la que mantuvo el Mariinsky hasta 1926, de la que, dicho sea de paso, solo ha permanecido en los repertorios el grand pas classique inmortalizado por Anna Pavlova. Otro importante creador ruso, Alexei Ratmansky reprodujo en 2014 la coreografía de Petipa para el Ballet Estatal de Baviera, pero eso fue, con notable méritos, una operación arqueológica. La cuerda de Smekalov difiere; su Paquita rinde homenaje a las anteriores, sobre todo a Petipa, pero la desborda. Opta por un ballet narrativo en el que prevalecen más las danzas de carácter que las variaciones clásicas, con situaciones dramáticas y gran preponderancia de los elementos del llamado ballet d’ action.

Egresado en 1998 como bailarín en la Academia Vaganova, de San Petersburgo, ingresó en el Mariinsky en 2009. Ya desde entonces alternaba su faena interpretativa en la escena con la creación coreográfica, por la que ha merecido significativos reconocimientos, entre los que se halla el primer premio del XI Concurso Internacional de Moscú (2009). Con la compañía ha bailado en una treintena de obras de diversos estilos, a la vez que ha montado diez para programas de concierto, desde Réquiem por Narciso (2009) a Concierto para contrabajo (2019).

Además de Paquita, obras suyas de mayor aliento son Moidodyr, ballet en dos actos encargado por el Bolshoi, y Solaris, basado en la novela de ciencia ficción homónima del polaco Stanislaw Lem, sobre la cual también partió el ruso Andrei Tarkovski para realizar una película memorable. A México, Smekalov obsequió su obra Infinita Frida, estrenada en agosto de 2013, en Texcoco.