Luis Carlos Coto Mederos
Jesús Orta Ruiz
XIII
879
Madrigal de la niebla
No hay iris. Se difumina
el color de las violetas
y convivo con siluetas
en un mundo de neblina.
Una mujer me encamina
y de guijarros y abrojos
va librando mis pies flojos…
¡Ay, quién me diría que
los ojos que ayer canté
hoy fueran mis propios ojos!
880
Tu voz
Tu palabra tiene el arte
de iluminar la ceguera:
háblame, que no hay manera
de verte sin escucharte.
Solo así puedo mirarte
exacta, como si un dios
conmovido por mis dos
linternas de rotas pilas,
me hiciera nuevas pupilas
con el cristal de tu voz.
881
Sexto sentido
Sin visión se pueden ver
por el trotar los caballos;
por la canción de los gallos
la luz del amanecer;
un laúd por el tañer;
un panal, por el sabor;
por el perfume, la flor;
por la humedad, el rocío;
por los rumores, el río
y por un beso… el amor.
882
Audiovisión
Un sonido de cubiertos,
platos y vasos me llega
de la cocina… ¿quién friega?
Suenan los grifos abiertos.
Del reposo de los muertos
la memoria del oído
a mi madre me ha traído
y la veo como cuando
laboriosa fue grabando
su imagen en el sonido.
883
Magia
Estoy viendo como quien
sueña en una noche triste,
paisaje que ya no existe
con ojos que ya no ven.
Magia de supremo bien
hay en el recuerdo mío,
cuyo visual poderío
desde un mirador profundo,
está repoblando el mundo
que se me quedó vacío.
884
Palabra sin sonido
¡Cuánto me dices callada
con la voz de tu embeleso!
Tu expresión está en el beso
y tu grito en la mirada.
Cuando sueñas encerrada
en un mutismo de flor,
para tu voz interior
mi ensueño tiene un oído…
¡Qué palabra sin sonido
hay en tu silencio, Amor!
885
Eco interior
Debajo de la enramada
en voz baja y misteriosa,
hablaban no sé de qué cosa
el silencio y la cañada.
Hoy no. La calle asfaltada
cubre linfa, hierba, flor;
y entre el ruido del motor
que con la distancia lucha,
solo mi recuerdo escucha
el apagado rumor.
886
A mi pequeño río
Ojo de agua en la colina,
majá líquido en el monte,
venías con el sinsonte,
la flor y la arena fina.
Otras veces –ruido y ruina–
pugnabas por abrazar
la cintura del palmar,
arrastrando las cosechas
como si estuvieran hechas
para un acopio del mar.
887
Guayabas
En la escondida poceta
las ramas se repetían
y las frutas que caían
doraban el agua quieta.
Era como una secreta
mina de oro que en la estancia
descubrió mi pobre infancia
cuando para un niño hambriento
tocaba el ángel del viento
el clarín de la fragancia.
888
Fugacidad
Venía de la ciudad
el tren como disparado
y en un caballo espantado
montaba la soledad.
A tenderle su amistad
iban mi mano y mi voz:
pero él seguía veloz
dejando el silencio herido
y en la cola de su ruido
quedaba inerme mi adiós.