Conrado Roche Reyes
Hace ya algunos ayeres, sucedió la siguiente historia de la vida real. A alguien allá en Hollywood se le ocurrió realizar una película con temática de los antiguos mayas. Pero de los meros antiguos de antes de la llegada de los españoles. Casi todas las locaciones fueron en Chichén Itza y se necesitaban numerosos extras para dicha película que era en realidad un verdadero churro. Ni siquiera lo que los intelectuales y actores llaman “una gringada”. No, fue una verdadera pende…ada. El productor, aprovechando la enorme fama que por entonces tenían los actores George Chakiris, quien acababa de filmar Amor sin barreras, película de culto, y de Yul Brynner, que acababa de filmar la película El rey y yo, otra gran producción. (¿Qué fue de ambos, vivirán?).
Bien, la trama, más o menos era la siguiente (hablo de memoria y han pasado muchos años): se supone que hubo una gran enemistad entre dos grupos de guerreros, unos encabezados por Unac Ceel (George Chakiris), con otra tribu.
Resulta que en las primeras escaramuzas, las huestes de Unac Ceel sufren varias derrotas, y la batalla final era inminente, así como la derrota de sus hombres. Entonces, el Unac tenía un amigo entre los indios americanos de la Florida, de la tribu de los seminolas (Yul Brynner), completamente rapado, esa era parte de su personalidad, y con impresionante musculatura, y se embarca en una canoa a pedir ayuda a su amigo “gringo”. Fíjese el lector que desde entonces y nos presentan en esta esperpéntica película a un indio norteamericano, de los seminolas, como el salvador de los mayas de Unac Ceel.
El filme, con sus inevitables doncellas sacrificadas casi en cueros al cenote sagrado y sacrificios humanos en la pirámide de Chichén, ante la algarabía de la muchedumbre de guerreros (puros yucatecos disfrazados de mayas), con sus plumas, arcos, flechas, y al embrujo de los tunkules vitoreaban a su salvador, cuya actuación –nos estamos refiriendo a Yul Brynner– no pasó de ser una exhibición de su atlético y bien musculado cuerpo en una pequeña tanguita paseándose por Chichén todo embarrado de aceite para resaltar sus formas. Su sola presencia exacerbó los ánimos de los mayitas y triunfaron en la batalla final guiados por el seminola indio.
Se hizo un llamado a quien quisiera salir de extra en la película de marras, se inscribieron cientos de personas locales, entre ellos varios amigos, y entre ellos, uno de los más desmadrosos compañeros de mi escuela, “el Frijol” Hernández. Las instrucciones del director a los extras todos pintarrajeados y con sus taparrabos de plumas y tocados de plástico, eran unos fieros guerreros mayas antes de entrar en batalla. A una arenga de Yul Brynner, el director instruyó a esa muchedumbre de X’ma oficios, que gritaran como locos, poniendo cara de salvajes mariguanos pues iban a guerrear “¡Griten fuerte y con furia!”, fue la orden. Luces, cámara, acción. Y estalla un estruendo. La gritería era ensordecedora. La cámara recorría a los valientes y furiosos guerreros con el micrófono de sonido encima de sus cabezas. Al llegar la cámara a “el Frijol”, este gritaba frenéticamente: “¡Pelana, pelana, pelana”. Al director le pareció aquello tan real, que detuvieron la cámara en Hernández quien seguía gritando a voz en cuello “¡Pelana , pelana!”. Y así quedó. ¡Cooorte!, dijo el director expresando que la escena quedó perfecta.
Cuando la película se estrenó en el cine Cantarell, enfrente al parque Hidalgo, en donde hoy está Elektra, se corrió la voz de aquellos gritos y aquel churro en Mérida fue un éxito. Llenos todos los días y carcajadas en la escena descrita. El comentario general era. “¿Ya viste la película de pelana en el Cantarell?”.