Manuel Tejada Loría
Notas al margen
No ha sido un buen año para los libros en todo el mundo. Fenómenos naturales y sociales han atentado gravemente contra una de las invenciones más significativas para la humanidad. El libro, ya sea impreso o en plataforma digital, sigue siendo el principal generador de conocimiento, de información y supervivencia de nuestra memoria, además de ser el vehículo per se para las expresiones literarias y, por ende, del fomento a la lectura.
Las recientes inundaciones por la marea alta en la ciudad italiana de Venecia, ciudad construida sobre un archipiélago, y conocida por no usar transporte de ruedas, sino a través de góndolas en los canales que la comunican, afectaron gravemente varios comercios, incluyendo a librerías que se encuentran al margen de estos canales. Los museos han preferido cerrar sus puertas para asegurar el patrimonio cultural y artístico que contienen.
La Librería Acqua Alta, famosa por encontrar la manera de lidiar con estas inundaciones anuales, que incluso ha utilizado góndolas y bañeras para resguardar los libros, en esta ocasión no pudo evitar la pérdida de libros invaluables, primeras ediciones y material que difícilmente podrá recuperarse. Lo fenómenos naturales suelen ser dañinos al patrimonio cultural y a los acervos de libros cuando no hay el debido cuidado y precaución para el resguardo.
Pero también los fenómenos sociales se vuelven una amenaza constante, como sucedió en la Librería Henrique González Casanova de la UNAM, en Ciudad Universitaria, donde un grupo de encapuchados, que nada tienen que ver con el anarquismo magonista, hizo destrozos en el inmueble y quemó una gran cantidad de libros.
El coordinador de Difusión Cultural de la UNAM, el novelista Jorge Volpi, en sus primeras declaraciones, condenó los actos vandálicos. Habló incluso de denuncias ante el ministerio público de estos actos que no cometieron los estudiantes, sino grupos externos. Porque, de hecho, quienes se acercaron a recuperar los libros que se salvaron fueron los mismos estudiantes, lo que, sin duda, nos habla del valor que los libros tienen para los universitarios y en general para todos los estudiantes.
No deja de ser sorpresivo y repudiable el hecho de que hayan quemado libros. La quema de libros es ya símbolo de la aversión al conocimiento, a la información y al derecho a la libertad que representa un libro y la lectura. Se quemaron libros durante las dictaduras de Argentina y Chile, durante el nazismo, y bueno, en nuestro estado, fijo en nuestra memoria permanece el Auto de Fe de Maní, acontecido en 1562, cuando Diego de Landa quemó varios códices mayas.
En Yucatán se ha cumplido un año de silencio editorial por parte de las dependencias estatales de gobierno. Con la disolución del Consejo Editorial y apenas con publicaciones que más corresponden al Fondo Regional para la Cultura y las Artes de la Zona Sur, y a la coedición de 2 plaquettes, prácticamente ha sido nula la producción editorial del 2019. Resulta extraño cuando el Plan Estatal de Desarrollo de este sexenio contempla en su estrategia 3.1.2.3 fomentar la producción literaria y el hábito de la lectura a través de la edición y publicación de medios escritos, tomando como referencia, según contempla el propio plan, los 126 títulos publicados anteriormente.
Sin duda, además del impacto que este silencio editorial implica para los creadores literarios del estado, quienes tienen que buscar otras alternativas (quizá de más provecho para ellos), también pienso en la afectación a las empresas editoriales e imprentas y, sobre todo, a los lectores y al acervo de las bibliotecas. De no ser por otras instancias existentes, como la Universidad Autónoma de Yucatán, o al Ayuntamiento de Mérida que continúa con su proyecto editorial, el panorama cultural sería más complejo y sombrío en la entidad.
No deja de ser preocupante, sin embargo, este año perdido. Este extraño silencio que a veces sabe a falta de presupuesto, y otras, a rescoldo.