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De cuando la trova se hizo cine

Pedro de la Hoz

Eran muy jóvenes y venían de trovar como nadie lo había hecho hasta entonces en Cuba: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Noel Nicola, voz y poesía; un estadodunidense melenudo, Pablo Menéndez, cuya progenitora, Bárbara Dane, figura del country alternativo en su país, quiso que el hijo estudiara en la isla; un guitarrista excepcional, Sergio Vitier y un pianista fuera de serie, Emiliano Salvador, ambos compositores que acumularían altísimos méritos, el bajista y también compositor Eduardo Ramos, y hasta un saxofonista, escritor, bohemio, que con el tiempo se convertiría en uno de los musicólogos más importantes del continente.

En el centro del emprendimiento, Leo Brouwer que ya era Leo Brouwer con sólo 30 años de edad: calificado por la crítica entre los mejores guitarristas del mundo, autor de piezas imprescindibles en el repertorio guitarrístico universal, plenamente identificado con los lenguajes de la vanguardia. El fundador de la cinematografía cubana de la etapa postrevolucionaria, Alfredo Guevara, alentó la idea y, de paso, protegió y confió en el talento de jóvenes no muy bien comprendidos y aceptados por ciertos funcionarios, enquistados en sus parcelas de poder en los medios masivos de comunicación y algunas instituciones culturales.

Sólo la Casa de las Américas, con la heroína del asalto al Cuartel Moncada al frente, y el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) tuvieron la visión de notar en la que todavía no se llamaba Nueva Trova una fuerza renovadora en la música popular cubana capaz de articularse con el jazz, el movimiento tropicalista brasileño, la nueva canción latinoamericana, la nova cancó catalana, y la recreación de las raíces más auténticas de la evolución sonora insular.

Cincuenta años después de que en los últimos meses de 1969 se dieran a conocer bajo el rimbombante nombre de Grupo de Experimentación Sonora del ICAIC, algunos fundadores volvieron a reunirse, en la sede del organismo de la industria fílmica para rememorar aquel hecho trascendental. Allí estaban, a principios de esta semana, Leo, Silvio, Pablo Menéndez, y Jerónimo Labrada, ingeniero de sonido que grabó la mayoría de las producciones iniciales del GES-ICAIC.

Aunque la misión principal residía en crear música para las bandas sonoras de las películas, las sesiones del grupo dieron lugar a varias proyecciones simultáneas como el impacto en la radio y la televisión de canciones y piezas instrumentales, en la industria discográfica, la generación de conciertos en vivo y el cumplimiento de encargos para determinados actos conmemorativos de las gestas libertarias.

El GES se fue ampliando; llegó Sara González, una muchachita que haría época con su potente voz y su apasionado modo de componer; los percusionistas Leoginaldo Pimentel, Norberto Carrillo e Ignacio Berroa, el flautista Genaro García; Manuel Valera y Carlos Averhoff, saxofonista; Raúl Ondina, Jorge Aragón y Alfredo Pérez, tecladistas; Amado del Rosario y Ana Besa, oboístas.

Hay que subrayar que el GES fue también una inédita experiencia pedagógica. Durante el primer año sus integrantes se consagraron fundamentalmente al estudio y a la grabación de música para noticieros y documentales. Se elaboró un sistema de estudios muy revolucionario, en el que conjugaban ensayos y audiciones de casi toda la música posible: de Beethoven a John Coltrane, de Gilberto Gil a Ravi Shankar, de Anton von Webern a Xenakis, de Frank Zappa a Blood, Sweat and Tears, de Sindo Garay a Juan Blanco y, por supuesto, de Bach a Los Beatles.

Impartían las clases Juan Elósegui, violista de la Sinfónica; Federico Smith y Brouwer. Elósegui contribuyó con su original método de solfeo al perfeccionamiento de la lectura, incluso a la iniciación de los trovadores en el entendimiento de la información contenida en los pentagramas. El compositor estadounidense Federico Smith, quien ya había trabajado junto a Leo Brouwer en el Teatro Musical de La Habana, transmitió nociones de armonía, instrumentación y orquestación. Leo compartió con Smith esta disciplinas y profundizó en el contrapunto y la morfología

En un tiempo increíblemente todos podían escribir partituras para el cine u orquestar una canción. Los cineastas se interesaron por el GES, comenzando por el maestro del documental Santiago Alvarez.

La experiencia se prolongó por siete años. Protagonista y testigo de excepción, Leonardo Acosta concluyó: “El trabajo del GES dejó un saldo favorable no sólo para el cine cubano y para el desarrollo del Movimiento de la Nueva Trova. También influyó en casi todos los grupos constituidos más tarde, tanto en torno a la nueva trova como al rock y el jazz afrolatino, aunque algunos no lo reconozcan, o no lo sepan. Ante todo fue un estímulo para la experimentación. Los exintegrantes del GES han triunfado luego individualmente, cada uno en su terreno preferido. Cabe preguntarse ¿qué hubiera hecho el grupo de haber contado con modernos equipos electrónicos que hoy tienen sus sucesores y sin los escollos y prejuicios que tuvo que enfrentar?”.

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