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Pedro de la Hoz

Hubo un Alvaro Carrillo, castellano conquistador, que sometió a golpe de espada y arcabuz a los pobladores originarios de la comarca de Teocaltiche hacia 1540. Personaje menor, diluido en la crónica local, no debe caer en el olvido por lo que representó, como tantos otros, en el engranaje de un proceso que nos ha marcado para siempre.

Memoria absolutamente mucho más agradecida es la de este Alvaro Carrillo que festejamos hoy en el centenario de su nacimiento el 2 de diciembre de 1919, orgullo de Oaxaca, de México y de América Latina toda; compositor ineludible en la historia de nuestra música popular.

Si tan sólo hubiera escrito Sabor a mí, tendría un puesto de honor en la entrañable saga de los hitos de la canción que nos identifica. Pero no es el caso; Carrillo compuso decenas de piezas de notable calado y feliz recuerdo.

Aunque una y otra vez tengamos inevitablemente que tomar como referencia Sabor a mí, por su trascendencia y anclaje. La anécdota que dio pie al autor ha sido contada por su hijo Mario, quien, a su vez, recreó lo que le trasladó una tía suya, acerca de la relación sentimental entre sus progenitores y la salida que halló Alvaro cuando la amada reclamó que no empinara más el codo en la fiesta familiar navideña de 1957.

“Mi madre le dijo que de tanto beso ya la estaba emborrachando, que ella sin tomar nada ya tenía en la boca el sabor a whisky –relató Mario Carrillo. Mi padre, tras una breve pausa, reviró y le dijo: “Lo que tienes en la boca no es sabor a whisky es… sabor a mí”. Ambos, cómplices de la poesía, entendieron en ese momento que la frase suscitada era una sentencia poética que debería convertirse en canción. Ella la anotó como tarea y brindaron por el que sería, probablemente, el éxito más grande que Alvaro Carrillo haya compuesto”.

No importa que sea cierta o no la anécdota. A mí, por razones de identidad, me hubiera gustado más algo de tequila o mezcal en el desenlace. Mejor aún, que no mediara alcohol. Al fin y al cabo eso no importa, sino lo que vino después, cuando el compositor concibió una canción rotunda en versos y sonidos, un himno para los enamorados de entonces, de ahora y mañana.

Sé que para una buena parte de la audiencia actual, la canción entró a formar parte de su imaginario musical luego de que Luis Miguel la relanzara en Romances (1997), disco que resignificó el bolero en una época cuando el género se hallaba confinado a los cancioneros nostálgicos de gente de la tercera edad. El carisma y la pegada de una estrella del pop insuflaron nuevos aires a Sabor a mí y otros tantísimos boleros que nunca debieron perder altura.

Sé también cómo Los Panchos, por mucho el trío de voces y cuerdas más influyente en la región, contribuyeron decisivamente a la internacionalización de la canción de Carrillo y que otros intérpretes, como Javier Solís, la incorporaran a su repertorio.

En Cuba, Sabor a mí llegó por otro camino no menos respetable. El chileno Lucho Gatica era un ídolo en La Habana de finales de los años 50, donde frecuentaba la televisión y los centros nocturnos, y gozaba de la reputación de ser un renovador estilístico en la interpretación de boleros. En la isla dejó atrás cuecas y valses criollos y se aplicó en darle vida propia a temas que hicieron época como La gloria eres tú, de José Antonio Méndez, y Contigo en la distancia, de César Portillo de la Luz, así como a temas aprendidos de autores mexicanos, entre sus favoritos el gran Agustín Lara.

En su filiación bolerística pesó haber conocido en su tierra natal, a la cantante cubana Olga Guillot, encuentro que tuvo lugar en 1951, cinco años después de que el joven chileno se iniciara profesionalmente en el canto.

De Alvaro Carrillo dio a conocer en Cuba Amor mío y nadie más puso en duda la valía de un autor mexicano que, hasta ese momento, no estaba presente en el gusto de los habitantes de la isla. En 1958, Amor mío figuró por meses en las listas de éxitos de las radioemisoras y las victrolas de los bares y cantinas, donde el bolero se consumía con pasión.

Luego fue el turno de Sabor a mí, que Gatica cantó en 1959 por primera vez en el programa de televisión Cabaret Regalías, de horario estelar. El público se convenció de inmediato de que estaba ante una canción perdurable. En ese resultado gravitó el talento y oficio de otro mexicano, José Sabre Marroquín, quien orquestaba las canciones interpretadas por Gatica. De Sabre Marroquín habrá que hablar más en otra ocasión, por su importancia en la configuración de texturas y acentos para el bolero en aquellos años.

En su incombustible bolero, Carrillo dice: “Pasarán más de mil años muchos más / yo no sé si tenga amor la eternidad / pero allá tal como aquí / en la boca llevarás / sabor a mí”. Han pasado cien años de la venida al mundo del oaxaqueño y entre nosotros permanece.

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