Por Pedro de la Hoz
La selección este año de la trilogía sacra La infancia de Cristo, de Héctor Berlioz, como plato fuerte del tradicional Concerto di Natale del Teatro la Scala, de Milán, por parte del reconocido director inglés John Eliot Gardiner, rescató una partitura que se aviene con el espíritu de la temporada navideña y que en el momento de su escritura, representó un punto de ruptura formal y de contenido con la tradición del oratorio.
A la altura de 1850, Berlioz (1803 -1869) gozaba de una merecida reputación como director de orquesta y compositor. Ganado por la estética del romanticismo europeo, su presencia en el medio cultural francés de la época desataba pasiones, querencias y, desde luego, rechazo en ciertas mentes conservadoras.
En el campo sinfónico le había ido mejor que en el de la ópera, puesto que su empeño por sacar adelante Benvenuto Cellini (1838) encontró resistencia en el público y frialdad en la prensa. Pero sus obras orquestales se tenían entre las más celebradas tras sus audiciones iniciales. La Sinfonía fantástica (1830), estrenada en el Conservatorio de París, impactó por la explosión de sentimientos que recorre sus cinco movimientos. Hoy es, al igual que Harold en Italia (1834), un modelo de música programática. Leonard Bernstein, uno de los grandes directores del siglo XX, llegó a decir que se anticipó a la psicodelia por su impronta alucinante.
Sus incursiones en la música sacra se habían limitado a unos cuantos encargos, el de mayor repercusión la Gran misa de difuntos (1837), compuesta para el tributo póstumo a un general víctima de un atentado en Argelia.
Un día de 1850, en medio de una velada entre amigos, les participa del supuesto hallazgo de una partitura para órgano, titulada El adiós de los pastores a la Sagrada Familia, atribuida a un tal Pierre Ducré, quien debió ser maestro de la Santa Capilla de París hacia la medianía del siglo XVII.
Los amigos quedan seducidos por la belleza de la partitura y Berlioz, incapaz de seguir tomándoles el pelo, confiesa al fin que el tal Ducré no existe, que él es el verdadero autor de la obra. La aprobación de sus allegados motivó que dedicara tiempo y talento a completar el oratorio. Eso sí, paso a paso. El adiós de los pastores se transformó en una pieza coral a la que añadió una escena para tenor y una obertura. Bajo el título La fuga a Egipto, publicó lo que tenía en manos hasta ese momento en 1852. Tras el estreno en diciembre de 1853, Berlioz decidió escribir otra parte, El sueño de Herodes y una tercera, La llegada a Sais. El 10 de diciembre de 1854, puso a consideración del público en la sala Herz la trilogía sacra en su totalidad, titulada definitivamente La infancia de Cristo. Curiosamente, trastocó el orden: la primera parte de la trilogía es El sueño de Herodes (seis escenas), la segunda La fuga a Egipto (dos escenas y la obertura orquestal) y la tercera La llegada a Sais (tres escenas), todo en función de un lógico desarrollo dramático de la acción.
En cuanto al formato, el oratorio corre a cargo de siete solistas vocales, coro polifónico, coro de niños y orquesta sinfónica, y dura algo más de hora y media. En la introducción queda expuesta la base de la trama: “En aquel tiempo nació Jesucristo, pero ningún signo reveló quién era el que lo había enviado. Pero los reyes temblaron en sus tronos, al tiempo que la esperanza florecía en los corazones de los afligidos. Escuchad cómo la palabra de Dios advirtió a los padres de Cristo sobre el peligro”.
El compositor Charles Gounod se deshizo en elogios al escuchar el oratorio. El poeta alemán Heinrich Heine escribió a Berlioz poco después del estreno: “De todas partes me llega la noticia de que su oratorio es un ramo perfecto de dulces rosas de melodía, y una obra maestra de la sencillez”. Y como antes había hecho público su reparo a cierta tendencia de Berlioz a la grandilocuencia en la Gran misa de difuntos, precisó: “Nunca me perdonaré haber sido tan injusto con un amigo”.
En efecto, el oratorio no posee efectos deslumbrantes ni marcados pasajes virtuosísticos. Berlioz escribió los textos y en ellos no dio rienda suelta a la exaltación; más bien, se atuvo a balancear la narración histórica con la exposición contenida de los sentimientos de los protagonistas.
Al dirigir el oratorio en Milán, Gardiner fue a lo seguro. Su trato con Berlioz es de larga data y, en particular, la crítica ha calificado su grabación para el sello Erato de La infancia de Cristo como una interpretación modélica. Para ello, contó con la mezzosoprano sueca Anne Sophie von Otter, el tenor inglés Anthony Rolfe-Johnson, el barítono belga José Van Dam, soberbio en El sueño de Herodes, el coro Monteverdi, y la Orquesta de Lyon.
En Milán dirigió a la Orquesta de la Scala, el coro de voces blancas de la Academia de la Scala, y un elenco encabezado por el tenor inglés Allan Clayton, la mezzo sueca Ann Hallenberg, los barítonos Lionel Lothe (Bélgica) y Thomas Dolié (Francia) y el bajo también francés Nicolas Courjal.