Síguenos

Última hora

Senado le niega al INE prórroga para realizar la elección judicial

Cultura

¿Para qué ser artista en esta ciudad?

Víctor Salas

Los padres de muchas personas que expresaban el deseo de convertirse en artista, les decían que “estás loco, de eso no vas a vivir para nada”. Cuando la insistencia del aventurado personaje era múltiple, se aceptaba aquella petición a cambio de tener una carrera sólida, de preferencia universitaria, para tener el recurso para sostener dignamente a una familia. De ahí que veamos a ingenieros, odontólogos, médicos como músicos o coralistas, y con anterioridad, los actores eran oficinistas, burócratas o maestros que en su tiempo libre se dedicaban a sus deseos artísticos.

Han pasado muchos años, en que la lucha por hacerse la vida dentro del arte se ha convertido en una real batalla perdida, y sobresale en ella la seguridad de la burocracia, pero en ningún caso, las condiciones económicas para que una persona pueda dedicarse y vivir exclusivamente del arte.

Entre la lucha por ser una entidad importante en el arte y el avance de la infraestructura artística, se ha llegado a la risible paradoja de que los veladores, personal de mantenimiento, choferes, secretarias o personal de apoyo de cualquier institución de arte y cultura tenga plaza, es decir sueldo asegurado de por vida, vacaciones pagadas, días de asueto, días económicos, aguinaldo, gastos médicos pagados, prestaciones, adquisición de vivienda y seguridad de una jubilación. O sea, quienes no son, nunca han sido ni serán artistas tienen el placer de la seguridad del salario quincenal, mientras un bailarín, un cantante, un actor o un pintor tienen que someter sus capacidades creativas al escrutinio de concursos para devengar un ocasional dinero, para realizar una obra, pero de ninguna manera para su desarrollo de vida humana, porque cuando se logra un dinerito vía premios a proyectos, hay que justificar hasta el giro de la moneda que se pone encima de un mostrador al pagar una mercancía.

Pero, además, el noventa por ciento de los burócratas de arte y cultura no son ni artísticos ni cultos porque muchos de ellos llegaron a las oficinas de cultura por amiguismo, o simpatías con la superioridad. En la Sedeculta, hay secretarias que de amas de casa fueron a parar a las oficinas del máximo jefe. ¿Cómo fue eso? No es difícil imaginarlo.

Pero hay cosas más absurdas aún, que explican por qué el artista vive desprotegido, descobijado y con el Jesús en la boca. En el Conaculta, sólo la sección de proyectos tiene un edificio que ha de costar millones de pesos en renta, aparte mobiliario, comunicaciones, papelería, luz, agua y un largo etcétera. Los encargados de recibir analizar y aprobar proyectos son gestores que ganan miles de pesos mensuales. ¿Y el artista? Para dar curso a la pretensión de apoyo económico, de parte de un artista, sus letras y papeles tienen que subir una enorme pirámide burocrática que cuesta millonadas al presupuesto de arte y cultura. De nuevo queda a la luz, la seguridad del lado del trabajador no artista y el santiamén de parte del que posee la visión de la creatividad. Viendo las cosas en la frialdad de los pesos y centavos, para otorgar un presupuesto artístico de cien mil pesos, el estado gasta millones en personas ajenas totalmente al arte. ¿Se darán cuenta de esta irrealidad las autoridades que distribuyen el presupuesto? ¿Es corregible esta realidad? Me parece que el Presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, tendría que aplicar sus criterios de otorgamientos económicas directas, en vez de la montaña de trabajadores ajenos a la creación artística.

Es probable que, al suprimir la costosa y gordísima burocracia artística y cultural, se pueda poner los ojos en los artistas y darles la seguridad laboral, económica y la posibilidad de un trabajo continuo y digno, sin tener que ofrecer indignantes “gracias” a fulano de tal, por la oportunidad de participar en este evento.

A mis setenta años y después de más de cincuenta de ellos dedicados al arte y la cultura, llego a la conclusión de que mi madre tenía razón al decirme que me dedicara a algo distinto al arte, que es lo que hago actualmente, debido a la “virtud humana” de dos funcionarias de la Sedeculta.

Siguiente noticia

El retablo de la iglesia de Tizimín