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Cultura

Una fiesta de Navidad

Ivi May Dzib

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V y última

Llegamos a una casa, en realidad no presté mucha atención hacia dónde nos dirigíamos, ya que en el trayecto iba pensando en la gente que todavía estaba en la calle y que no pensaba reunirse con sus familias, a bordo del taxi podía ver gente ya borracha que dormía en las aceras, una pareja joven peleaba de manera escandalosa, parias de todas las edades que mendigaban o se resignaban a su soledad, fotografías sacadas de los cuentos más tristes que se han escrito a lo largo de la historia de la literatura. De ahí que cuando llegamos no tuviera idea de dónde estaba, aunque tampoco es que me importara mucho, uno se acostumbra a que la inercia de querer seguir bebiendo te lleve a cualquier lugar sin que te importe siquiera cómo llegarás a tu casa, siempre terminas regresando a tu hogar, y a veces no tienes ni idea de cómo lo lograste.

Néstor me dijo que no sabía quién era el anfitrión de la fiesta, que a él lo había invitado un amigo, pero era una de esas fiestas abiertas donde se podía hacer lo que sea, la casa era grande: una sala, un comedor, una cocina, tres habitaciones y un patio que se veía muy grande, en el segundo piso un baño y dos habitaciones. La música impedía que me sintiera tranquilo, ya que con el estruendo era imposible conversar con alguien, lo primero que hice fue quedarme sentado en un sillón que estaba en la sala y con la mirada poder saber si había alguien más a quien conociera, a pesar de que la ciudad es muy grande, el universo en el que nos desenvolvemos termina siendo bastante pequeño, así que no era descabellado pensar que me toparía con alguien más, si es mujer mejor, siempre me he llevado mejor con las mujeres que con los hombres.

Veía a hombres y mujeres jóvenes bebiendo y bailando al ritmo de la música mientras que en una habitación, ya que ninguna tenía puertas, unos chicos como de 17 años esnifaban coca y jugaban a las cartas, me serví una cerveza, sólo habían tarros como de a litro, y mientras bebía seguía viendo a la gente que llegaba, no conocía a nadie y nadie se me acercaba a hacerme plática, llegué a pensar que nadie me veía, que era invisible para aquella multitud, nunca me había sentido tan solo, incluso en mi propia habitación sentía más compañía que en ese lugar, tampoco veía a Néstor, llegué a pensar que se había ido y me había dejado ahí como para darme una especie de lección de cómo adaptarme al mundo real, lo bueno del asunto es que no había gastado casi nada del dinero que tenía para pasar la Navidad, pero a qué precio, me gustaba más la comodidad de mi soledad que toda esa compañía que sólo era un cero a la izquierda.

Estaba ya muy borracho cuando me dieron muchas ganas de mear, pero no quería levantarme, me sentía mejor en ese sillón, así que veía el ir y venir de la gente para saber dónde se ubicaba el baño, sabía que había uno en el segundo piso pero no veía a nadie subir ahí, por lo que pensé que ese lugar de la casa estaba vedado para los invitados, pero como ya las ganas eran incontenibles, decidí tomar cartas en el asunto, me levanté del sillón y la ebriedad me golpeó el cuerpo, me sentía bastante mareado, pensando que no llegaría al baño porque mi intención era ya no hablar con nadie, me dirigí al patio para mear ahí, camine hacia la cocina y fui a la puerta que me llevó a ese espacio abierto, donde los árboles, el viento y la Luna me saludaban, descargué y me sentí muy aliviado. Regresaba de nuevo a ese sillón cuando en la cocina, vi una hamaca que estaba colgada en un rincón, ahí había una niña como de 5 años que estaba acostada con la sábana encima y leyendo sigilosamente un libro, nuestras miradas se cruzaron, ella me sonrío y puso un dedo en la boca convidándome al silencio, lo primero que pasó por mi cabeza es qué hacía una niña ahí en medio de esa fiesta, y no terminaba de formular una posible respuesta cuando escuché gritos muy cerca, una mujer desaliñada y gorda me gritaba y con insultos me preguntaba qué hacía ahí, esos gritos llamaron la atención de un par de personas que se acercaron a ver qué pasaba y la señora gritaba que yo había entrado ahí por la niña, mi cara era de anonadamiento, cuando creí que iban a golpearme, llegó Néstor, le mentó la madre a medio mundo e inmediatamente me sacó de ahí. Ya en la calle, subimos a una especie de puente peatonal mientras yo seguía pensando en qué había ocurrido, cuando abrí la boca para explicarle a Néstor que yo no era un abusador sexual, él me interrumpió: “No es necesario que expliques nada, esa gente está loca, mira que hacer una fiesta con una niña de 5 años en la cocina, en vez de estar durmiendo en su habitación tiene que estar soportando a toda esa pinche gente”. Lo miré porque nunca había pensado tanta consideración de su parte para alguien tan pequeño, él tenía los ojos llorosos, nunca lo había visto llorar, “me voy a morir, muy pronto, tú en cambio tienes una vida por delante, vámonos a nuestras casas”. Entonces, con el dinero que tenía, tomamos un taxi. Fue el último día que vi a Néstor y sólo pude, años después, descifrar el regalo que significó ese encuentro y eso es algo que después les tendré que contar.

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