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Cultura

Los esquemas de Leñero

Jorge Cortés Ancona

Leí con interés el escrito de Joaquín Tamayo acerca de la narrativa de Vicente Leñero. En efecto, quizá por tendencia de ingeniero (carrera que estudió), en sus primeras etapas de escritor se centró mucho en los andamiajes del relato, complicados tal vez para el lector, pero que a fin de cuentas, pueden interpretarse como parte sustancial del mismo, en el entendido de que la organización de la forma es parte del significado mismo. Dos de sus novelas son representativas de ello.

En la novela El garabato (1967) emplea una construcción en abismo, ya que el narrador cuenta su propia historia como ensayista y sus conflictos sentimentales, pero a la vez, incluye capítulos de una novela policíaca de un escritor novel, sobre los cuales hace comentarios técnicos y propone correcciones.

Además de esta doble narración, una comentada en la otra, la novela inicia con una carta a Vicente Leñero, previa a la portada de la novela El garabato, con la cual el autor pasa a ser un personaje, al igual que también lo son otros personajes reales, como el filósofo y poeta Ramón Xirau, los periodistas Francisco Zendejas y Hero Rodríguez Toro y otros.

Esta construcción en abismo explica que se empleen cursivas para el título general de la novela “real” y redondas para las ficciones que integran esta misma.

Los elementos paratextuales, como la portada de la novela El garabato (en cursivas), del autor real Vicente Leñero; la novela El garabato, con el nombre del autor ficticio; la novela El garabato, del joven Fabián Mendizábal, y una página con el garabato mismo conforman una novela a base de cajas chinas, donde se rompen fronteras entre realidad y ficción, entrecruzándolas en una compleja estructura, en la que los diversos planos se entrelazan para mostrar la compleja maraña de lo que llamamos “realidad” y la duda esencial para delimitarla y comprenderla, circunstancia proyectada en el ámbito del crimen y de la justicia.

En la novela Redil de ovejas (1973), centrada en la propaganda anticomunista de la Iglesia católica en México y las prácticas y creencias populares relativas a la religión católica, se hace una superposición de tiempos, imbricados de modo que los personajes se desdoblan en determinados casos, mientras que en otros provocan una integración de los propios personajes, al grado de que se confundan en cuanto a nombres y personalidades.

El hecho de que haya cuando menos seis Bernardos (sacerdote adulto, niño, joven propagandista, joven incrédulo, hombre maduro casado, anciano propagandista) y cuando menos tres Rositas o Rosángelas (soltera beata, mujer madura casada, anciana beata), refuerza esa imbricación, que provoca una idea del tiempo perenne, idéntico aun con el paso de dos o tres generaciones, como una constante en la historia de México en el siglo XX.

Sólo es posible aferrarse a las fechas establecidas en algunos pasajes (1928, 1961, o bien, el dato de un mitin de Lázaro Cárdenas, lo cual permite deducir que se trata de la década de 1930). A esto se agrega la polifonía que incluye conversaciones de niños, voces anónimas con opiniones diversas y opuestas, notas de periódico, textos de volantes propagandísticos y expresiones ideológicas de la Iglesia católica en diversas épocas.

Por lo demás, persiste la incertidumbre para ubicar las épocas. Si se tratara de hacer una representación gráfica de esa cronología superpuesta, es posible que el resultado fuera una figura imposible. El gusto de Vicente Leñero por las complejas estructuras narrativas y dramáticas fue siempre un andamiaje para hacer visibles las diversas e imprecisas aristas del llamado mundo real.

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