Es el concierto más mediático del mundo, transmitido en vivo para 92 países con una audiencia potencial de 40 millones de televidentes. La cita, como de costumbre, está pactada para una hora antes del mediodía del primer día de 2020 en la Sala Dorada de la Musikverein, de Viena, con la Orquesta Filarmónica de la ciudad, uno de los organismos instrumentales más famosos del planeta. Menos mal que la televisión facilita las cosas, ya que las entradas al concierto, en platea, ascienden a 1,039 euros.
Esta vez será dirigido por el letón Andris Nelsons, titular de la Sinfónica de Boston y de la Gewandhauseorchester de Leipzig. Desde 2010 data su vinculación con la Filarmónica de Viena, con la que completó un ciclo de grabaciones con la integral de las sinfonías de Beethoven, para el sello Deutsche Grammaphon. Los últimos directores en subir al podio en tan señalada entrega fueron el venezolano Gustavo Dudamel (2017), el italiano Riccardo Muti (2018) y el alemán Christian Thielemann (2019).
Pero Nelsons tendrá seguramente, en la memoria, la huella de un compatriota suyo que calificó como uno de los más notables conductores de nuestra época, Mariss Jansons, fallecido el pasado noviembre. Jansons lideró el Concierto de Año Nuevo de 2006, 2012 y 2016, es decir, tres veces, únicamente superado por el iniciador de la tradición, Clemens Krauss (13), el concertino de la agrupación por largo tiempo, Willi Boskovsky, que monopolizó entre 1955 y 1979 el evento (25 veces), el alemán Lorin Maazel (11), Muti y el indio Zubin Mehta (5). Increíblemente, Herbert von Karajan solo encabezó el acontecimiento una vez, en 1978.
De Nelsons se alaba su manera muy gráfica de transmitir conceptos y atmósferas a las orquestas bajo su mando. El mismo ha explicado su método: “Antes de llegar a la dirección de orquesta fui trompetista, y fue mi profesor de trompeta quien abrió mi imaginación a la música. Recuerdo que cuando no daba con la forma de hacer que algo sonase como debía ser, él me lo explicaba con imágenes. Si digo, por ejemplo, que los primeros acordes de la Tercera de Beethoven deben ser fuertes y cortos, esto no significa nada. En cambio, si digo que son como una guillotina que funciona en tiempos de revolución, la orquesta lo entiende perfectamente. Creo que cuando trabajas con estas imágenes del lenguaje eres capaz de profundizar en el significado de la pieza”.
Entre las novedades que introducirá Nelsons, se halla la inclusión de Beethoven en una jornada donde los valses y las polkas vienesas, en especial las de la familia Strauss llevan las riendas. Para ello ha seleccionado algunas contradanzas del genio de Bonn.
Compuestas para orquesta entre 1791 y 1802, en tonalidades mayores, estas obras, miniaturas deliciosamente trabajadas, revelan a un autor presto a insertarse en el espíritu festivo de los amantes de la danza en los inicios del siglo XIX –así sucedió en 1812 al dirigir él mismo la audición completa de la serie–, sin mayores complicaciones, pero con todo el rigor que se pueda concebir en el manejo instrumental.
Pero lo más llamativo del programa de Nelsons se sitúa en la versión que se escuchará de la Marcha Radetzky, con la que habitualmente cierra el concierto, palmeada por los asistentes a la Musikverein. Fue escrita por Josef Strauss (padre) en 1848 y se interpreta como colofón del Concierto de Año Nuevo junto al envolvente Danubio azul, de Strauss hijo.
Radetzky fue un mariscal de campo del ejército austriaco que preservó el país de la oleada revolucionaria que estremeció a Europa hacia la medianía del siglo XIX. La música representó, desde entonces, un símbolo del nacionalismo, pese a ensalzar a un símbolo ideológico retardatario. Cuando la selección de fútbol juega, se escuchan sus notas. Cuando los austriacos desean expresar su sentido de pertenencia, silban o tararean su melodía, por lo que puede afirmarse que con el tiempo la gente ha olvidado el talante del individuo al que se dedicó la pieza.
Y casi sucede lo mismo con su ejecución en el Concierto de Año Nuevo. Salvo que ahora los directivos de la orquesta, y Nelsons por supuesto, han querido limpiar la imagen de la marcha desmarcándola de su relación el autor de la orquestación que hasta ahora ha prevalecido en el repertorio de la Filarmónica.
El caso es que el arreglo que ha venido sonando desde el primero de enero de 1946, fecha en que comenzó a ser interpretada como final de la fiesta vienesa, se debe al compositor y director alemán Leopold Weninger. Cierto que en 1914 tomó la pieza de Strauss y la arropó con brillantez. Pero también es cierto que Weninger militó con entusiasmo en el Partido Nazi y colaboró activamente con los aviesos planes propagandísticos de Joseph Goebbels.
La Marcha Radetzky volverá mañana a su cauce original. No será la primera vez que se oirá en un Concierto de Año Nuevo, puesto que Nikolas Harnencourt en 2010 la ejecutó al principio del programa, aunque en el cierre desplegó la versión de Weninger.
Al explicar la decisión, Daniel Froschauer, concertino de la Filarmónica y presidente de la junta directiva, dijo que “el objetivo es ofrecer limpio de cualquier pasado nazi esa marcha del siglo XIX; sabemos lo que ocurrió en el pasado y eso no puede repetirse”.
¿Estaría pensando Froschauer en el origen del Concierto de Año Nuevo, inicialmente programado para el 31 de diciembre de 1939, con el nazi Krauss en el podio, para celebrar la atroz política goebbeliana?