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Cultura

Shostakovich en las manos de Nelsons

Pedro de la Hoz

La relevancia del álbum del sello Deustche Grammophon que reúne las Sinfonías no. 4 y la no. 11, del compositor ruso Dmitri Shostakovich, ejecutadas por la Orquesta Sinfónica de Boston bajo la dirección de Andris Nelsons, fue puesta de relieve el último domingo al recibir dos premios Grammy: uno a la mejor interpretación de música clásica y otro a la mejor ingeniería de sonido entre las producciones de esa categoría.

Interesante es el hecho de que estamos ante una grabación en vivo, o sea, de doble exigencia tanto por lo que compete a la interpretación propiamente dicha como a su registro fiel directamente en la Boston Symphony Hall. Pero mucho más de que se trata de un hito de un proyecto mayor: posibilitar a los melómanos de nuestra época el acceso a una nueva lectura del ciclo sinfónico integral de uno de los compositores más importantes y a la vez pasto de polémicas del siglo XX.

A Shostakovich (1906 -1975) no se le puede desligar de su contexto histórico. Su creación se halla indisolublemente vinculada a los avatares de la cultura rusa en el período soviético, a sus luces y sombras, estas últimas sobredimensionadas y las primeras disminuidas. Debido a aquellas hay quienes lo presentan como una víctima, sin tomar en consideración cuánto compromiso sincero se reveló, más de una vez, en el arte cultivado por el compositor.

¿Conservador? No lo creo. Si bien no tuvo que ver con las vanguardias de la música occidental de su tiempo, Shostakovich a partir de sus convicciones aportó mucho al sinfonismo del plazo que le tocó vivir.

¿Seguidor del realismo socialista? Los marbetes suelen ser engañosos. Al respecto, el escritor Julian Barnes ha observado: “Si un Estado comunista declaraba que alguien era un artista ejemplar, en Occidente muchos –independientemente de cuál fuera la verdadera realidad– suponían de forma automática que no podía ser bueno. El arte disidente era el único genuino; todo el que contara con la aprobación oficial debía ser una basura”.

Si se entiende por realismo socialista la homogenización formal y la castración estética de mediocres artistas, de esos que el Che Guevara calificó como “asalariados del pensamiento oficial”, basta con escuchar atentamente a Shostakovich para saber que ese traje nunca le sirvió.

¿Qué fue malentendido y hostigado en más de una ocasión? Es cierto. ¿Qué tuvo miedo? Parece que en determinado momento sintió justificados temores y se autocensuró. Pero su obra es mucho más trascendente que los accidentes de su biografía, y ayer y hoy se defiende sola, como un apasionado testimonio de los valores humanos intrínseco a los auténticos ideales revolucionarios, que no son otros que los de la entereza ética, la grandeza épica y la posibilidad de ser mejores.

La Sinfonía no. 4 nació entre septiembre de 1935 y mayo de 1936. Solo pudo estrenarla en 1961 en Moscú. Cuando acabó de componerla, el autor era visto con ojeriza por el funcionariado estalinista que no comprendió, o no quiso comprender, la forma revolucionaria de la ópera Lady Macbeth en Mtsensk presentada ese mismo año. Luego la partitura se extravió y el compositor se dio a la tarea de reconstruirla muchos años después sobre la base de las partichelas. Es una obra en deuda con el expresionismo, pero a la vez sobradamente instalada en los predios de la identidad musical rusa.

Una dificultad se halla en la propia estructura musical de la sinfonía. Dividida en tres movimientos simétricamente dispuestos –los extremos de larga duración y el intermedio mucho más breve– el autor juega a ocultar la forma sonata típica de los movimientos iniciales de las sinfonías, subvirtiendo las reglas: poca definición de los temas principales, exposición diluida y recapitulación de los temas principales en buena parte del material secundario. ¿Esto es o no es revolucionario?

La Sinfonía no. 11 lleva por subtítulo Año1905. Estrenada el 30 de octubre de 1957 en Moscú, esa referencia alude a un suceso capital en la historia rusa, antecedente obligado del Octubre Rojo liderado por Lenin. Un año antes, el compositor declaró a la prensa soviética: “Actualmente estoy trabajando en mi Undécima Sinfonía. El tema de esta sinfonía es la Revolución de 1905. Amo este periodo de la historia de nuestra Patria, de la cual encuentro una clara expresión en las canciones revolucionarias de los trabajadores. No se si realizaré extensas citas de estas canciones en mi sinfonía, pero su lenguaje musical, sin ninguna duda, será cercano en su carácter a la canción revolucionaria rusa”.

Una audición superficial pudiera conducir a una apreciación de la obra en función de una ideología. Sin embargo, el violinista y pedagogo Boris Schwarz, amigo del autor, comentó: “La Undécima Sinfonía es más una reflexión sobre el tema que su mera descripción”.

Nelsons, un experimentado director letón, proclamó ante la salida del disco con las sinfonías: “La música de Shostakovich está profundamente unida a mi educación musical y espero que expresa tanto a los que la escuchan como me expresa a mí. Quiero compartir con el público de todo el mundo esta profunda y significativa relación y me gustaría agradecer de corazón a nuestros compañeros de Deutsche Grammophon y nuestro maravilloso equipo de producción e ingeniería por hacer este sueño realidad”.

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