Ivi May Dzib
Año tres
A Zoe Emar
Es imposible hacer un recuento de lo que fue este año, no solo por las enfermedades y la incertidumbre de no saber si el cuerpo respondería a las cosas que pasaban, sino porque todos los días eran nuevos e iban sumando algo a lo que es crecer, dejar de ser una beba para ser una pequeña niña.
Hace tres años, la primera vez que te vi, lo supe. Y es que la sapiencia puede ser algo muy grave o puede ser también una especie de cura, no puedo olvidar entonces tus manos arrugadas, los ojos cerrados y la TOTAL dependencia, de esa imagen han pasado tres años y las cosas han cambiado, porque ahora corremos de la mano y dejamos a un lado la vida cotidiana para viajar por nebulosas. Siempre es el juego, ese redoblamiento de la convención, esa capacidad de crear vida de la nada, esa forma de imaginar con pequeñas cosas que se vuelven para nosotros el acontecimiento. Y es que los sentidos de nuestros días ahora prestan más atención a lo que en ti pasa, qué quieres aprender, qué vas aprendiendo y cómo lo aprendes mientras no paras de crecer, porque ahora casi todo nos lo revelas con acciones y palabras. Eso son los tres años.
Hoy quisiera hablar de las primeras veces, como la primera vez que dijiste “papá ven”, fue cuando la palabra se hizo presente que me convertí en tu sombra, una sombra que en algún momento querrás que dejé de estar; también la primera vez que le diste de comer a los gatos y cómo se hizo una rutina, la primera vez que te subiste al avión del centenario sin ayuda, siempre queriendo escalar y sonriendo, mientras los demás estaban con el Jesús en la boca. La primera vez que le puse atención a tus construcciones me maravillé del manejo del espacio y de la composición tan linda que solo alcanzan a realizar los pequeños de tu edad, cuya creatividad es tan espontánea que parece la mejor forma de reconstruir un mundo utópico. Eso son los tres años.
La idea de orden ahora cobra otro sentido y todo se ha convertido en juego, al igual que la autoridad, porque la autoridad tiene que ser un juego que tú aceptes jugar, conociendo sus reglas, hay que intentar crecer en libertad y así como todos tus juguetes tienen alma, así lo tienen también los mundos imaginativos en donde mientras yo te hago el desayuno tú haces el mío, y de los tres o cuatro muñecos que son tus preferidos, en la cocina de juguete que nos regalaron Laura y Rodrigo. Eso son los tres años.
Dijeron que esta es la edad del berrinche, la edad en la que se vuelven insoportables, el soporte no es difícil de encontrar cuando vienen las risas, porque eres toda risas, esa es la fórmula de la paciencia. Hemos aprendido a leerte, a saber qué significan ciertos comportamientos y tú también nos lees, ese es el confort de la vida, que nos estamos entendiendo y así uno quisiera que se vivan los años. Pero no es que sea sorda la vida, es solo que a veces susurramos, por eso construí junto contigo carreteras y casas, ciudades y costumbres de madera, crayolas, gises, pisos y papel. Desde el techo nos mira la luna y así de brillante nos canta y le cantamos, cuando salimos a la calle de noche siempre te pregunto dónde está la luna y a veces te digo que hoy no vino a trabajar, porque tú me dices que hoy no está la luna. Eso son los tres años.
A la hora de dormir has decidido que deje de ser yo quien cuente los cuentos, prefieres los de tu madre y cuando me acerco me dices que yo no, que ese no es mi lugar, que me vaya a la hamaca mientras te leen, porque ha sido en ese proceso lector donde tú te has puesto a leerle a los gatos y a los muñecos, aunque los gatos esperan de ti comida pero les regalas letras. Eso son los tres años.
Tu peso ahora es demandante, y es que de repente me vi cargando a una niña de quince kilos y no a una bebé de tres, a veces tu peso me pesa, pero eso no importa, no es impedimento para que sigamos adelante, sin problema alguno, o al menos esa es la mirada y la actitud, porque caminamos las calles y en ese caminar nos tocamos el corazón o siento tu rostro en la espalda. Cargarte y sentir un peso que te alivia el alma. Eso son los tres años.
Había actitudes que nos daban mucha risa, un día abriste el refrigerador y sacaste una caja de leche, la cual pusiste en la mesa para que te sirvamos un poco de ella, esa exigencia nos movía a la conmoción de que tienes claro muchas cosas y nos las estás haciendo saber, entonces cambiamos a rutinas más complejas, porque todo se complejiza, se mueve, avanza, construye y se va creando. Eso son los tres años.
Ahora hay dos tipos de formas de salir de casa: cuando me voy a trabajar y tú me dices que no vaya, a veces te pones a llorar y me abrazas para que no pueda salir, pero en ocasiones estás en otro juego que te interesa más y lo único que haces es ir en busca de mi sombrero y dármelo para que pueda marchar, regresar a casa con tu grito de alegría cuando me ves es una de las mejores formas de cerrar el día. Ahora que los dos tenemos sombrero, tú eres la encargada que nos lo llevemos puesto. Si el año pasado tuviste tu propio columpio, es posible que este tengas el triciclo, porque ahora vienen nuevos retos físicos, intelectuales, emocionales... en todos los órdenes. Los tres años ahora son quince kilos, noventa centímetros, nuevas palabras y muchos besos y qué más se puede decir...
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