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Pedro de la Hoz
Sesenta años atrás, exactamente el 3 de febrero de 1959, una noticia enluteció a decenas de miles de jóvenes aficionados al rock and roll: la muerte en un accidente aéreo de los músicos norteamericanos The Big Bopper, Buddy Holly y Ritchie Valens, este de origen mexicano
Se hallaban en el apogeo de una gira por varias ciudades del país, y a fin de acortar los tiempos de traslado de un punto a otro y la fatiga de las horas de rodamiento en autobús, alquilaron una avioneta para viajar de Mason City, en Iowa, a Fargo, en Dakota del Norte.
El aparato, un Beechcraft 35 Bonanza de cuatro plazas (los tres músicos y el piloto), fabricado en 1947, y alquilado a la compañía doméstica Dwyer Flight Service, se estrelló en un campo de maíz cerca de Clear Lake, a seis millas de distancia del aeródromo de Mason City. No hubo sobrevivientes.
El aniversario luctuoso fue evocado el pasado fin de semana por varios medios de la región, mucho más en Estados Unidos y los sitios vinculados a la tragedia. En el plazo transcurrido de entonces acá ha predominado el enfoque emocional por encima de la valoración objetiva. Influye en dicha óptica la juventud de las víctimas: los 28 años de Bopper, los 22 de Holly y los apenas 17 de Valens. Eran estrellas en ascenso en una época en que la industria del espectáculo aún no había alcanzado la apabullante dimensión de hoy, por lo que había que zapatear duro para ganar el favor de los fanáticos.
A esto se añade la puesta en circulación doce años después de la canción alusiva al evento, American Pie, de Don McLean –nada que ver con la película de 1999 de los hermanos Weitz–, balada rebautizada como El día que murió la música. La carga mítica del texto y las versiones de otros cantantes, incluida una de Madonna, contribuyeron a impregnar una pátina nostálgica a su difusión.
Cabría decir con mayor propiedad que el 3 de febrero de 1959 el rock perdió la inocencia. La muerte tocando a la puerta de una manera anticipada y brutal puso fin al sueño dorado de una juventud efervescente que creyó alguna vez vivir el mejor de los mundos posibles. Estaba a punto de comenzar una década en la que los Estados Unidos se embarcarían en una guerra de agresión de la que saldrían derrotados; la lucha por los derechos civiles y contra la discriminación racial de la población afronorteamericana alcanzaría máxima intensidad; estallarían protestan juveniles, se crearían las comunidades hippies y la Revolución cubana marcaría una nueva etapa en el patio trasero del imperio.
El rock and roll derivó en un complejo musical mucho más ramificado: la palabra rock lo definiría. De Elvis Presley a The Beatles y todo lo que fue pasando después. Colega de los caídos en Iowa, Eddie Cochran, dio la clarinada, al dejar atrás el estilo llamado rockabilly cuando interpretó Three Stars en honor a Bopper, Holly y Valens en el mismo 1959.
De los tres, Holly dejó huellas. Paul McCartney coleccionaba sus canciones. Por años The Rolling Stones solía abrir sus conciertos multitudinarios con una pieza de Holly, Not Fade Away. Había dado a conocer en 1957 su primer disco con el grupo The Crickets, con algunas canciones de pegada como That’ll Be the Day y Oh, Boy!
En el continente y la comunidad latina de los Estados Unidos, no se olvida a Ritchie Valens, sobre todo después que en 1987 Luis Valdez filmó La bamba, recorrido por la corta biografía del artista nacido como Richard Steven Valenzuela Reyes en Los Ángeles el 13 de mayo de 1941, donde en la adolescencia recibió por sobrenombre el de Little Richard Regional.
La conversión de un son jarocho tradicional en exitoso tema del rock latino tiene abundante tela por dónde cortar. La versión de Valens no es precisamente la más escuchada, sino la de Los Lobos para el filme de Valdez. La película puso un rostro diferente a Valens; no pocos cierran los ojos y ven al protagonista con el semblante de Lou Diamond Phillips. Así se fabrican las leyendas.