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Cultura

Los botarates de café

Conrado Roche Reyes

A la fauna cafeteril desde siempre han acudido una variedad de personajes, personitas y personajazos. Dentro de la amplia gama de asistentes a los cafés, ya dijimos que hay de todo con predominio de los X’ma oficios. Poch chamba política. Políticos en la banca. Supersabios y sabihondos. Expertos algunos en determinado deporte. Todos tienen la verdad absoluta. Y… hablan mucho de sus aventuras galantes, mientras más viejos, más mujeres conquistaron ese día. También es muy común el que solamente habla de sus negocios, de su dinero, nombrando apellidos ilustres y rimbombantes como sus amigos del alma. Verdaderos poch burgueses y existe otra variedad que a sus setenta años aún presumen de estrechez, perdón, de sus habilidades para los golpes.

Lo que todos tienen en común es que son extremadamente codos, yo diría que hasta miserables, y… no les gusta el éxito o que le vaya bien a algún contertulio.

Al extinto Café Express, frente al parque Hidalgo, en donde hoy esta el restaurante La Parrilla, acudía un hombre muy rico, y cuando digo muy rico estoy diciendo inmensamente rico. Llegaba sigiloso al café todos los días. Tomaba asiento en la barra. Pedía un vaso de agua helada. De su bolsillo sacaba un limón. Pedía un cuchillo, lo partía a la mitad –el limón– y lo exprimía en el vaso. Le echaba una buena cantidad de azúcar y listo ¡eureka! Ahí estaba su limonada bien fresca. Eso sí, sin gastar un centavo. Y así se pasaba un buen rato.

Los negocios de Peto florecen en los cafés como hormigas en el campo. Cierta ocasión, un amigo de la misma tertulia se dedicaba a la venta y compra de relojes Rado, obviamente chafas. Su compañero en ese momento le pidió que le mostrara los relojes, mismos que guardaba en un portafolito de cobratorio. Le preguntó si él podía vender algunos, me parece que en cincuenta pesos de aquellos. El vendedor por supuesto aceptó. Entonces el contertulio se dirigió al teléfono y habló con alguien. Regresó a la mesa con la sonrisa en la boca diciendo: “Ya me rayé, una persona me los va a comprar todos, dámelos para que yo le lleve a su casa”. El otro, encantado, se los dio, previo pago por adelantado.

Pasaron unos minutos y un carro se detuvo frente a la mesa de los “goleadores” –así se le llama a los vendedores informales de café y cantina–, el negocio ya estaba cerrado. El vendedor con el dinero del contertulio, un personaje del más acomplejado que usted se pueda imaginar. Ambos contentos por el negocio realizado. Iba ya a levantarse de la mesa el contertulio cuando de pronto le pregunta al vendedor, que era su gran amigo : “Espera espera. ¿En cuánto los compraste tú?”. El otro respondió que en 30 pesos. Esto puso como una fiera al contertulio, quien exclamó como si esto fuera a ser una pérdida para él que iba a ganar bastante con la venta acordada. “Ah, sí ¡muy vivo!, tú vas a ganar el triple y yo nada más el doble. Ni madres, dame mi dinero y toma tus relojes”. El vendedor quedó de una sola pieza asombrado de que alguien, con tal de que otro no ganara buen dinero, prefirió echar el negocio atrás. Eso solo se ve en Yucatán. Desde entonces le dicen el suavitel.

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