Luis Carlos Coto Mederos
252Don Teodoro ¡Qué genio batallador
se gastaba Don Teodoro!
Aquel viejo buey de oro
del ingenio El Salvador.
El nunca fue fumador
y no solo no fumaba,
es que si se le acercaba
alguien fumando un tabaco
se iba, porque en el saco
el olor se le impregnaba.
Un apoyo de su vida
era su esposa Raquel,
veinte años menor que él,
vieja, pero bien surtida.
Una fruta prohibida,
tierna, dulce, delicada,
era su hija Iluminada,
una chiquilla inocente
que estaba perdidamente
de un joven enamorada.
Aquel que tanto quería
y que Paco se llamaba
por costumbre se fumaba
veinte tabacos al día.
La muchacha preveía
su infortuno porvenir
y queriéndole cumplir
a su novio, se casó
ante el juez y se quedó
con sus padres a vivir.
Qué contenta Iluminada
y qué satisfecho Paco,
que entre tabaco y tabaco
pasaba la temporada.
Una idea acariciada:
con el tener más de un chico,
porque Paco era muy rico
en vigor y en coraje,
bateador de una averaje
de cuatrocientos y pico.
Pero un día a Don Teodoro,
viviendo al lado de Paco,
le dio el olor a tabaco
y se volvió un meteoro.
Le dijo, que por decoro
en su hogar no permitía
esa sucia bobería.
Fumar no, cien veces no,
y el pobre Paco dejó
de fumar desde ese día.
Esa rara contingencia
colocó a Paco en bajada
y ya empezó Iluminada
a notar la diferencia.
Ya Paco no era en esencia
el bateador de otro día,
se acostaba, se rendía,
sin un chícharo tirar
y a veces ni levantar
la cabeza conseguía.
Llorando a moco tendido
su esposa gritaba: Paco,
si no fuma algún tabaco,
mamá, Paco está perdido.
Y sigue Paco rendido
a la hora de aclarar,
figúrense, sin fumar
ni siquiera una Vitola
siente el ruido de la bola
pero no la ve pasar.
Entonces, los fumadores,
dijo la vieja, convienen
en el club cuando mantienen
los averaje mayores.
Trae doscientos cazadores
del bar de Luis, mi compadre,
que haré fumar a tu padre
y en cuanto fume un tabaco
te salvo a ti, salvo a Paco
y se va a salvar tu madre.
El viejo, efectivamente
comenzó por un tabaco
luego dos y el muy bellaco
siguió en escala ascendente.
La mujer intransigente
le extremaba la medida
con una breva encendida,
luego dos, otra después,
pero el viejo en todo el mes
no dio señales de vida.
Le llegaron a traer
a la vieja las Vitolas
y empezó en su cuarto a solas
a fumar para aprender.
El viejo queriendo hacer
un papel más socorrido
cogió el camino torcido
después de tanta hojarasca
y ahora ella fuma, y él masca,
pero el gusto es parecido.
Ramón Espinosa