Cultura

Thomas Mann bajo el escrutinio del FBI

Pedro de la Hoz

J. Edgar Hoover, fundador y por muchos años director de la Oficina Federal de Investigaciones, desplegó su veta cínica cuando dijo: “Solo somos una organización de recogida de datos. No exculpamos a nadie; no condenamos a nadie”.

En realidad, el FBI no dejó de espiar a nadie y de violar sistemáticamente la privacidad de ciudadanos norteamericanos y extranjeros residentes en Estados Unidos. Antes, durante y después del macartismo. Gente común y celebridades. El fantasma del comunismo habitaba en las mentes de Hoover y sus agentes.

Una exposición instalada en el Archivo de la Literatura Alemana de la ciudad Marbach am Neckar, en el land Baden-Wurtemberg, sobre la presencia de Thomas Mann en Estados Unidos, trae a colación la actualidad de un dato revelador: el escrutinio al que fue sometido el célebre escritor por el FBI.

El expediente del órgano de contrainteligencia sobre el autor de La montaña mágica comenzó a nutrirse en 1937: los alemanes más prominentes que escogían a Norteamérica como destino debían ser rigurosamente observados como potenciales espías nazis.

Pero tras la derrota de la Alemania hitleriana el foco de atención pasó a ser otro. Qué tal si averiguamos si Mann milita o siente simpatías por el comunismo, se preguntó Hoover. No bastaba que al responder a finales de 1945 a la petición de la Academia Prusiana de Literatura para que se repatriara, escribiera: “Soy ciudadano estadounidense y mucho antes de la espantosa derrota alemana yo declaré, en privado y en público, que nunca sería mi intención darle la espalda a Estados Unidos. (…) Estoy demasiado viejo para salvar a un país tan profundamente turbado”.

Quizás a los agentes les pareció poco estimulante una oración contenida en la carta: “Aquí he sufrido el dolor del exilio, el desarraigo y la nerviosa conmoción de las personas del hogar”. ¿Estarían ante la confesión de un malagradecido, habida cuenta de cómo había transcurrido la vida de Mann en EE.UU., donde contaba con una fabulosa mansión californiana, diseñada por Julius R. Davidson y hasta con el mismísimo presidente fallecido meses antes, Franklin D. Roosevelt, se daba el lujo de desayunar el día que este asumió por tercera vez?

¿O estarían al tanto de lo que el escritor, en su intimidad, comentaba a su amigo, el destacadísimo científico Albert Einstein, acerca de la degradación que advertía en “el estado moral de esta sociedad”, según consta en el intercambio epistolar sostenido por ambos en esa época?

Hacia finales de los años 40 el expediente Mann siguió creciendo. Un viaje a Suiza en 1947 para asistir al Congreso del Pen Club internacional genera sospechas. Para el FBI, la reunión fue un cónclave dominado por la ideología comunista. El Comité de Actividades Antiamericanas de la Cámara de Representantes estaba en su apogeo. Sobre Erika, una de las hijas del escritor, pesaba la acusación de profesar el estalinismo y haber sido reclutada por la KGB.

Cuando un gacetillero norteamericano, pagado por el FBI, retrató a Mann como un fellow traveler del Partido marxista, este reaccionó airado: “No soy comunista y nunca lo he sido. Tampoco soy compañero de viaje ni podría nunca serlo a un destino totalitario. Para mí fue un honor y un gozo hacerme ciudadano de este país (EE. UU.). Pero el odio histérico, irracional y ciego al comunismo representa un peligro para América mucho mayor que el que representa el comunismo oriundo. En efecto, la manía persecutoria y la persecución maniática a la que hemos sucumbido, y a la que parece que estamos a punto de ofrendar nuestros cuerpos y almas, no puede conducir a nada positivo. Si no cambiamos el curso nos conducirán de lo malo a lo peor”.

Todo fue para peor. En 1952 Mann se instaló definitivamente en Suiza. Lo sintió como un segundo exilio. La exposición de Marbach documenta la pérdida de confianza de Mann en los Estados Unidos que lo habían acogido. El colega Juan Carlos Tellechea, al reseñar la muestra, apostilló: “¡Qué amarga decepción para Thomas Mann! El coloso del norte era (y es hasta hoy... como lo saben sus vecinos y otros pueblos que han sufrido sus pérfidos actos imperialistas) el país de los dos rostros; el que recuerda a Jano, dios de las puertas, los comienzos, los portales, las transiciones y los finales de la mitología romana, representado con dos caras”.