Cultura

Paquita, ¿transgresión o venganza?

Pedro de la Hoz

Nadie pone en duda el poder de convocatoria de Paquita la del Barrio. El concierto que ofrecerá en el Auditorio Nacional este 24 de marzo, junto a la Sonora Santanera, debe confirmarlo. Tiene seguidores y detractores, gente que cae a sus pies y gente que revienta al escucharla. Es muy posible que hasta el morbo de estos últimos ayude, por oposición, a levantar la taquilla. Otras veces ha sucedido y no es extraño que así sea.

El problema no está en levantar o bajar el pulgar ante lo que, también sin lugar a duda, es uno de los más singulares fenómenos de la canción mexicana en las últimas décadas, al menos desde 1984 cuando grabó su primer disco. Hay que colocar otra escala de valores para la medición y preguntarse si en verdad es, como se proclama, reina y defensora de las mujeres y si las mujeres ven en ella una auténtica respuesta a la demanda social favorable a la equidad de género.

Estamos ante una víctima de la cultura machista. La propia biografía de Paquita, lamentablemente a veces contada con tintes melodramáticos y no como lo que es, una tragedia real, no puede echarse en saco roto. Oriunda de Alto Lucero, Veracruz, apenas accedió a la instrucción básica, en un medio familiar de precarios recursos, donde desde muy corta edad se vio obligada a complementar los recursos para la subsistencia de los suyos.

En el cine del pueblo soñaba con aparecer algún día al lado de Pedro Infante, pero apenas salió de la adolescencia se enamoró de un hombre casado, que la preñó y la explotó.

Viajó a Ciudad de México a buscarse la vida y para mantener a sus dos hijos. Junto a una hermana forma el dúo Las Golondrinas. La odisea continuó: residir de favor en el barrio Tepito, trabajar en un restorán de comidas populares, enamorarse nuevamente de un hombre dado a las farras –es el famoso “inútil” interpelado por ella en un programa de televisión–, ver morir a otros dos hijos y a la madre, y tocar a las puertas de las disqueras más de una vez hasta que le hagan caso.

Una narrativa pedestre diría que ascendió del fogón a la cima, pero habría que sopesar cuán favorable fue la coyuntura de su nacimiento profesional para que sus canciones conquistaran a ciertos sectores de la audiencia.

El periodista y sociólogo Carlos Bouza afirma que la artista se inscribe en los núcleos de preservación y desarrollo del bolero rebelde y la ranchera de combate, “dos subgéneros en los que las historias se envuelven en atmósferas de novela negra y el peligro se presenta bajo la forma de una masculinidad feroz”. Apunta que “en sus canciones nunca hay rodeos o palabras superfluas: la cantante entra directamente en barrena, describiendo el maltrato al que ha sido sometida por el macho de turno. Inmediatamente después, el hombre es ridiculizado en juicio público, Paquita le entierra con pico y pala en el hoyo del olvido y la canción se desvanece. Siempre es la misma canción, cruda en su exposición autobiográfica y necesaria como mensaje ‘para que las mujeres no permitan el maltrato, pero también para que ellos dejen de hacerlo’”.

Sin embargo, la explotación comercial de la cruzada de Paquita denota una operación bien pensada por la industria cultural. Es el momento de dar vuelta a la tortilla; si los hombres tradicionalmente la han emprendido contra las mujeres ¿por qué no permitir que las mujeres la emprendan contra los hombres? ¿Por qué no apostar por una especie de hembrismo vengador?

Una de las canciones emblemas de Paquita es Rata de dos patas. A un sujeto le espeta la cantante: “Rata inmunda / animal rastrero / escoria de la vida / adefesio mal hecho / infrahumano / Espectro del infierno / Maldita sabandija / Cuanto daño me has hecho / alimaña / culebra ponzoñosa / desecho de la vida / te odio y te desprecio / rata de dos patas. / Te estoy hablando a ti / porque un bicho rastrero / aun siendo el más maldito / comparado contigo / se queda muy chiquito. / Maldita sanguijuela…”.

Cuidado, porque el hembrismo es una trampa. El colega español Alex Grijelmo discernía recientemente acerca de la siguiente confusión ideológica: “El feminismo desarrolla una lucha justa, a diferencia del machismo que combate. El hembrismo, si existe en la realidad como se define en la teoría, es residual, mínimo; y el intento de que este término ocupe la idea entera de feminismo, para establecer así una simetría con machismo, constituye una descarada manipulación del lenguaje”. Y en este caso del arte de la canción.