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No pierdas tiempo, tienes la vida entre los brazos

Hortencia Sánchez

Ha llegado uno de mis meses favoritos, ya que se celebran varias cosas que han impactado de manera positiva en mi vida. Empezaré con una de ellas.

Un 21 de marzo de hace seis años una niña poderosa llegó a iluminar mi vida. Gracias a su llegada tomé decisiones que a la fecha vienen beneficiando mi andar. Dejé el cigarro que no soltaba; dejé de preocuparme por hacer y hacer. Ahora intento llevar las cosas con más calma.

No deja de sorprenderme cómo los seres humanos van desarrollándose, creciendo de a poco, cómo de pronto ya no son aquellas criaturas que tenías entre los brazos y se convierten en personitas que no dejan de cuestionar y disfrutar de todo lo que les rodea.

Pero también su sinceridad puede ponerte en situaciones incómodas, por lo que lo mejor será verles el lado gracioso para no pasar vergüenzas, como que en plena tienda de autoservicio te digan: “Abuela, tienes panza de embarazada”. Y no te queda de otra que sonreír y no tomar a pecho el comentario sincero.

O el compartir que las dos estemos asistiendo a citas con el dentista, por lo que te diga: “De lo que crees que te va a doler, es peor abuela, pero no importa, tienes derecho a llorar y tener miedo”.

Por lo que al llegar a la cita uno no puede evitar ponerse un poco nerviosa, para después sentir que nada era tan doloroso como te quería hacer creer la pequeña nieta.

De manera recurrente las personas me preguntan si cuido muy seguido a mi nieta. La respuesta es no, yo cuidé de mis hijos, ahora a mi hija le toca ver por la suya, hacer lo difícil, como poner el orden, señalar, educar.

A mí me toca disfrutarla y dejar casi siempre que se salga con la suya, estar pendiente de que es lo que más le gusta, por lo que apenas encuentro toallas para secarse las manos con forma de animalitos, no dudo en comprarlas y tener como agradecimiento el que me diga feliz: “Me encantan, son tan suavecitas. Traeré siempre conmigo la del perrito. Gracias abuela”.

O por primera vez llevar a la lavandería un oso de peluche del tamaño de una persona, acompañado por dos cobijitas, porque la niña ya dijo: “Abuela, no olvides lavar a mi oso para que no me de alergia el polvo”. Y, por lo tanto, esa tarde correr del trabajo al teatro y del teatro a la lavandería, pero saber que la encomienda se tiene que cumplir.

Parece que fue ayer que la vi por primera vez y supe lo que sería la felicidad completa, no tenía dientes, apenas un poco de cabello, cabía enterita entre mis brazos.

Hoy me presume que se arrancó sola un diente y sonríe pareciendo que su boquita ahora ya tiene una ventana abierta, para seguir dejando pasar las cosas de la vida, para seguir enseñándonos cómo se mira con ojos de niña y, por lo tanto, lo que se cree y desea siempre será posible.

Hoy sé que soy más poderosa porque el ser abuela me ha permitido la oportunidad de tener calma para mirar cómo las criaturas van creciendo, mientras yo continúo intentando ser ágil, fuerte, mejor ser humano y apreciar el tiempo y las cosas buenas que me ha dado, a manos llenas, la vida.

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