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Cultura

Cincinnati. Historia personal, de Manuel Iris*

Confieso que no conozco la nieve. En esta ciudad calurosa solo es producto de nuestra imaginación, pero estoy segura de que si algún día la conozco, voy a evocar los versos de Manuel Iris blancos, puros y fríos que queman la nostalgia vertida en su más reciente poemario titulado Cincinatti. Historia personal.

¿Si no se escribe de la vida, de qué se puede escribir entonces? Decía Jaime Sabines con toda razón, pues aunque exista la palabra ficción, lo cierto es que todo aquel que escribe deja algo de sí en las palabras que plasma, creo con mucha más frecuencia cuando se trata de poesía. Leer a Manuel Iris siempre es un deleite, especialmente para quienes sentimos la tersura de sus versos y la llama que arde en lo poético. Si como dice Javier Tinajero: “es el lector quien hace germinar el poema, el poeta solo lo planta”, de este poemario florecerá un jardín interior en cada lector, entre la blancura de la nieve que lo fecunda y le sirve de paisaje.

En este libro hay una voz poética muy libre y muy auténtica, una voz que lo mismo expresa la tesitura del amor y el desamor, como de temas sociales y políticos en una interesante conjugación entre prosa poética y poemas que aluden finalmente a la belleza, la del ser humano, del que ama, añora, desea, pero también protesta, se inconforma y sueña con un mundo mejor dentro y fuera de sus sábanas. No deja de ser la mujer un tópico recurrente en la poesía de Manuel Iris, como en el poema “Una mujer…”: “una mujer / que tiene labios de cadenas, /de perpetuas cadenas de la sed al beso / dejó su aroma / abandonado / en esta casa”.

Es muy frecuente en la poética del autor la presencia de la mujer vista desde los ojos del poeta que dibuja el cuerpo de la mujer como un mapa que recorre verso a verso entre el idilio y lo erótico, como sucede en el poema “La primera vez”, donde el deseo y el aliento de los dos amantes se enciende y derrite entre la nieve que cae afuera y se mira desde la ventana.

Cada poema nos da una muestra de la delicadeza del verso y la poesía de Manuel, quien en este poemario, parafraseándolo, ha desnudado a la poesía, ha logrado que en tres momentos que contiene se aglutinen vivencias, experiencias, recuerdos y quizás anécdotas que ha querido recuperar y dejar en la memoria de la nieve y la poesía. La voz de la lucha social que emerge en algunos de estos poemas creo marcan un rumbo interesante en la producción de Manuel Iris, pues como él mismo dice: “para ser contestatario: es suficiente vivir con dignidad”.

Esta oportunidad de volver al terruño, de mirar a su familia, sus amigos, su gente, le añaden un valor indiscutible a este poemario escrito en una ciudad que le pertenece igual o más que estos lares por donde creció y también nutrió sobre todo sus primeros versos. Si algo conserva Iris es ese amor a lo suyo, ese poder de adaptación sin perder su esencia, esa faceta de poeta cosmopolita que sigue siendo campechano-yucateco, del migrante que no niega nunca sus raíces y del amigo que no olvida a los otros poetas y a los amigos que aquí lo esperan. Citando a Manuel “Las pocas horas que nos quedan por vivir hay que vivirlas en la cima del amor” y qué mejor forma que leyendo a un poeta que no se cansará nunca de vivir de la poesía y para la poesía y encapsular en unos versos a esto que finalmente le llamamos vida.

Que de regreso a Cincinnati, Manuel, te lleves el cariño y el reconocimiento por tu poesía y por tu sensibilidad a la vida y al ser humano y que sigan nevando versos y encendiéndose estrellas en tu vida y en tu obra.

*Texto leído en la Filey el sábado 23 de marzo.

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