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Cultura

Ecos de mi tierra

Luis Carlos Coto Mederos

275

La guagua

Siempre en las grandes ciudades

hay horas en que viajar

acaba por presentar

algunas dificultades.

Pero las necesidades

nos ponen en ese aprieto,

y, aunque yo soy muy discreto,

no me gusta andar a pie,

y hace poco me monté

en un ómnibus repleto.

Había comprado en la plaza

huevos de gallina, un pollo

–que a aquella hora era un rollo

llevarlo para la casa–,

un trozo de calabaza,

un pedazo de pepino

y un paquete de comino.

Al frente estaba la P

de parada, y acampé

hasta que la guagua vino.

Sin meter ninguna brava

pude montar fácilmente

porque además la corriente

del público me empujaba.

Y al llegar adonde estaba

una mujer ya madura,

la rocé por la cintura,

y me dijo en el oído:

Oiga, ¿usted se habrá creído

que yo soy una montura?

Por huirle a la mujer

llegué al lado de un chinito

por cierto, bien vestidito

y noble a mi parecer.

Quién diablos se iba a creer

que me iba a armar un lío

hasta que dijo con brío:

Oye, chico, echa pa allá,

que la polla tuya está

picando el camiso mío.

Para irme metí el brazo.

En eso el chofer frenó,

y ahí mismo se me enredó

un huevo con el frenazo.

Yo decía: Es un fracaso,

tan cargado así no debo;

hasta que un muchacho nuevo

dio un grito de escalofrío

y me dijo: Oiga, mi tío,

me está embarrando de huevo.

Al fin y al cabo logré

agarrarme de una argolla

junto a una árabe rellolla

de esas que hablan con la be.

Y me dijo: Bonga el bie;

bero siga, siga andando

que el vasillo está esberando

y allí hay un buesto mejor,

bero bronto, bor favor

que el bollo me esta bicando.

Ya en la guagua no cabía,

estar allí me era un rollo,

tiré los huevos y el pollo

por la ventana que había.

Aquello me serviría

de lección, aprendí mucho,

tanto, que le dije a Chucho

que un hombre para viajar

nunca debiera llevar

los huevos en un cartucho.

Bernardo Cárdenas Ríos

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En El Tronco jaruqueño

En El Tronco jaruqueño

vive una guajira prieta,

y un isleño que es poeta,

que proclama ser su dueño.

Este pedazo de isleño,

que además de gago es ronco,

en un papel, sucio y bronco,

manchado por el sudor

le hizo una carta de amor

y se la mandó hasta El Tronco.

Orestes Pérez

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