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Cultura

El teatro como experiencia de vida

Pedro de la Hoz

Por segundo año consecutivo, el mensaje por el Día Mundial del Teatro (27 de marzo) ha sido encomendado a un creador de América Latina. Si en 2018, la mexicana Sabina Berman, ganadora cuatro veces del Premio Nacional de Dramaturgia y autora de Entre Pancho Villa y una mujer desnuda, compartió la tarea con la libanesa Maya Zbib, el indio Ram Gopal Bajaj, el británico Simon McBurney y la camerunesa Werewere-Liking Gnepo, en acto de inédita pluralidad por parte del Instituto Internacional de Teatro (ITI, por su sigla en inglés), en esta oportunidad la organización regresa a la práctica de singularizar una responsabilidad que constituye a la vez un alto reconocimiento.

El cubano Carlos Celdrán escribió el texto que hoy a lo largo y ancho del planeta, donde quiera se reúna la familia de la escena, será leído para celebrar la permanencia de una expresión artística que forma parte inalienable de la experiencia humana.

En la mayoría de los textos se nos dice que el teatro nació en la antigua Grecia. Ciertamente se conservan y aún representan obras de Esquilo, Sófocles, Aristófanes y Eurípides, pero reducir la historia del arte teatral a los límites de la cultura grecolatina equivale a adoptar una postura etnocéntrica excluyente. Dónde quedarían las representaciones rituales de otras regiones, en África o los territorios celtas, en China o las civilizaciones originarias americanas, tan respetables como las que consagra el paradigma occidental.

Por siglos, desde la décimo tercera centuria de nuestra era, una comunidad maya enclavada en Guatemala ha dado valor al Rabinal Achí, reveladora de un universo simbólico en el que el gesto, la palabra y la música dan cuenta de un modo peculiar de leer y sentir la realidad espiritual. No es casual que el Rabinal Achí haya sido proclamado por la Unesco en 2005 Obra Maestra del Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad.

Evidencias materiales visibles en Tikal (Guatemala), Chinkultic (Chiapas), Pechal y Edzná (Campeche) apuntan a la existencia de foros destinados a representaciones escénicas muy anteriores a la llegada de los conquistadores europeos, portadores de autos sacramentales y juguetes cómicos.

El respeto por la tradición maya y la legitimación de una teatralidad autóctona fue destacada por el notable teatrista y amigo yucateco Fernando Muñoz Castillo, colaborador de POR ESTO!, cuando en 1995 publicó el ensayo Teatro Maya Peninsular (precolombino y evangelizador), que en una de sus partes dice:

“Estas escenificaciones fueron hechas para la comunidad y siguen siéndolo; al observar el público maya de hoy, pienso que no se diferencia mucho al “de antes”. Este público observa, se ríe de las metáforas del lenguaje, de la ironía que maneja la voz, comenta sobre lo que pasa, y al final no aplaude. Este enigmático comportamiento del público puede desconcertar al espectador occidental, acostumbrado al aplauso, y al abucheo o a la exaltación. El público maya se observa en la representación, o recuerda la anécdota contada por los mayores y que se ha venido repitiendo como parte de la tradición cultural, se divierte con lo que ve, ya sea de manera alegre o de manera seria si el asunto representado es de otro tenor diferente a la farsa. Obviamente es respetuoso con el espectáculo y participativo. Es indudablemente más auténtico que cualquier público acostumbrado a “ver teatro”. La representación escénica significa un acontecimiento para la comunidad y como tal acuden a observarla y vivirla”.

Volvamos a Carlos Celdrán, protagonista del Día Mundial del Teatro en 2019. Es la primera vez que a un cubano se le pide redactar el mensaje por la celebración. Nacido en La Habana en 1963, clasifica como uno de los más sobresalientes dramaturgos y directores de la escena insular durante las últimas décadas, sobre todo a partir de fundar en 1997 la compañía Argos Teatro.

A él se deben versiones sumamente audaces de clásicos de la literatura dramática contemporánea, como El alma buena de Sechuan, de Bertolt Brecht; La señorita Julia, de August Strindberg, y La vida es sueño, de Calderón de la Barca. Su propia producción ocupa un espacio relevante en el colectivo que dirige; las más recientes puestas en escena, 10 Millones (2017) y Misterios y pequeñas piezas (2018) conquistaron por igual el favor del público y la crítica.

En su mensaje, traducido a 50 lenguas, Celdrán postula la trascendencia del acto escénico más allá de su condición efímera:

“Todos los maestros de teatro mueren con sus momentos de lucidez y de belleza irrepetibles, todos desaparecen del mismo modo sin dejar otra trascendencia que los ampare y los haga ilustres. Los maestros de teatro lo saben, no vale ningún reconocimiento ante esta certeza que es la raíz de nuestro trabajo: crear momentos de verdad, de ambigüedad, de fuerza, de libertad en la mayor de las precariedades. No sobrevivirán de ellos sino datos o registros de sus trabajos en videos y fotos que recogerán solo una pálida idea de lo que hicieron. Pero siempre faltará en esos registros la respuesta silenciosa del público que entiende en un instante que lo que allí pasa no puede ser traducido ni encontrado fuera, que la verdad que allí comparte es una experiencia de vida, por segundos más diáfana que la vida misma”.

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