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Cultura

Pedro de la Hoz

Jean Nouvel se halla atado al mundo árabe. Por más que haya firmado el diseño de construcciones fabulosas como la sala de conciertos de Lucerna, en Suiza; el edificio Dentsu, en Japón; la deslumbrante Torre Agbar, en Barcelona; y en Francia, la Ópera de Lyon, la Fundación Cartier, el Museo del Muelle Branly y la nueva sede de la Filarmónica de París, sus obras más representativas tienen que ver con la cultura mesoriental.

Lo que comenzó en 1987 con el Instituto del Mundo Árabe, en París, donde probó su teoría de los “espacios sin límites” a base de luces, sombras y fachadas encristaladas, culminó de momento en Doha, con la apertura del Museo Nacional catarí, precedido por dos realizaciones anteriores: el Louvre de Abu Dhabi y la Torre Burj Doha.

Esta última, si se quiere emparentada con el proyecto barcelonés de Agbar, imanta la mirada no tanto por su altura de 232 metros, como por el revestimiento de la forma tubular que le confiere la textura de una celosía. La aguja en lo alto del edificio, en realidad un pararrayos, le confiere una dureza que contrasta con la textura visual de la construcción.

En Abu Dhabi, capital de los Emiratos Árabes Unidos (EAU), inauguró el Louvre local en 2017. A diferencia de otros proyectos suyos, optó por una maciza horizontalidad que cubre 24,000 metros cuadrados. De lejos parece una gigantesca concha que emerge en la plazoleta de la isla de Saadiyat, entre otros referentes culturales de la zona, con el objetivo de tender puentes entre occidente y oriente. En Francia decenas de artistas e intelectuales se opusieron al proyecto amparado por un convenio entre su gobierno y los barones de los EAU. El diferendo venía por la pertinencia o no de sus colecciones y programas de exhibiciones; nadie dudó, sin embargo, de la poética arquitectónica de Nouvel.

La norma estética de Nouvel se resume en pocas palabras: la ambición de crear paisajes. El museo catarí parece una rosa en el desierto, tanto en sentido literal –alusión directa a la forma petaloide de la especie floral– como metafórico, según lo han entendido los habitantes del emirato, que así nombran, por asociación, a un tipo de roca presente en las dunas, caracterizada por la peculiar disposición de sus cristales lenticulares.

Hasta ahora el museo se hallaba en uno de los palacios de la dinastía Al-Thani, a poca distancia de su nuevo enclave a orillas del mar. El volumen edificado, según el proyectista, surge a partir de la intersección de una serie de discos entrelazados y entrecruzados, de diámetros y de tamaños diferentes. Las piezas arquitectónicas diseñadas se disponen alrededor de un vacío central, como un anillo rodeando un gran patio de relación. La planta alude con esta disposición a los antiguos caravasares, los alojamientos beduinos destinados a acoger a peregrinos y caravanistas en sus travesías por el desierto. Los espacios intersticiales entre los discos se cierran con vidrio, recurriendo a enlaces mínimos que pasan inadvertidos. Las curvas y ángulos poco convencionales generan una sucesión de pabellones, cuyos salientes y voladizos producen grandes áreas de sombra y espacios protegidos de la radiación solar.

Al ser interrogado sobre los desafíos que enfrentó, Nouvel dijo: “El estudio arquitectónico propiamente dicho se combinó con un estudio programático, lo cual reveló la paradoja subyacente de este proyecto: mostrar lo que está oculto, revelar una imagen que se desvanece, anclar lo efímero, poner en palabras lo no dicho, revelar una historia que no ha tenido tiempo de dejar una huella mental. Una historia que es un presente en vuelo, una energía en acción. El Museo Nacional de Qatar es una prueba de patente de cuán intensa es esta energía”.

Faltaría por ver si esa energía fue captada por los famosos que asistieron a la apertura de la institución, desde Johnny Depp a Victoria Beckham, todos atraídos por el glamur y el petróleo.

Por experiencia propia, sé que toda empresa de Nouvel tiene asideros en las culturas donde inserta sus proyectos. Lo constaté cuando estuvo en La Habana en 2013, donde charló con artistas y colegas en la sede de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba y recibió el título de Doctor Honoris Causa de la Universidad de las Artes.

En la capital cubana las autoridades culturales lo incitaron a emprender el diseño de una institución que debía ser nombrada El Almacén, a partir de la reconversión de una estación de gasolina y unos talleres en desuso en zonas aledañas a la Plaza de la Revolución José Martí, El Almacén sería un museo exclusivo para la producción visual contemporánea de la isla, la de las tres o cuatro últimas décadas. Para ello el arquitecto se empapó en la tradición constructiva cubana, pero también indagó por las posibilidades vernáculas más recónditas, las que no saltan a la vista del turista.

Lamentablemente las dificultades financieras que ha debido afrontar el gobierno cubano en los últimos años obligaron a posponer el proyecto. Los artistas esperan que algún día, total o parcialmente, le llegue la hora a El Almacén cubano de Nouvel.

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