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Cultura

José Iván Borges Castillo*

Estampas de fe

Todos los días es Viernes Santo para los pobres, para los necesitados, todos los días están pendientes de una cruz fijados por los clavos del alcohol, de empatía, de oportunidades truncadas, de trato digno a hombres a la mujeres.

En el tiempo de Yaxkín, de la sequía que sirve para tumbar y quemar la milpa, para que las primeras lluvias poder sembrar, tiene cabida la semana santa y un día especialísimo en ella, como lo es el viernes santo.

Y la antigua serpiente de plumas embrujadas –como escribe el maestro Lázaro Tuz Chi– como un fuerte remolino del “mosón iik” recorre los caminos de las milpas y parcelas, y aun aquellos “xtutul-be”, viejos caminos, marcados por el devenir de campesinos con mecapales en sus espaldas.

El mosón iik, en español el remolino, es Kújku Can, el aire que se deja sentir poroso por el polvo que contiene, hace alusión a kuj ku a plumas, can es serpiente y iik es viento, que dice a la frase kuj ku can iik. A fe de los mayores se dice que si tiras un sombrero y logras atrapar el remolino, al levantar el mismo se forma una culebra física o de aire, depende de la fe del que lo haga. Por eso no es de extrañarse lo que recientemente ocurrió en Chichen Itzá cuando en medio del equinoccio se formó el remolino, era desde luego la presencia fiel de Kujku can iik, del Kukulkán.

Alguna relación debió tejerse entre Kukulkán y el Crucifijo, ambas figuras de serpiente divinas, la primera emplumada de tremendo culto existente entre los pueblos yucatecos al momento de la conquista, en tanto que el Cristo crucificado de los evangelios es prefigurada en la serpiente de bronce que Moisés levantó sobre un pedestal, cuya lectura es propia según el misal tridentino en las fiestas de la Santa Cruz, en mayo y septiembre, quizá a eso se deba la creencias de que la serpiente emplumada cruza el cielo en la noches del 14 de septiembre.

Aquí en Tekal dicen que sobre los cerritos, sobre los antiguos “mules”, montículos prehispánicos, se escucha el canto de un gallo en la noche y al mediodía del Viernes Santo. Ese día nadie debe ir al monte, ni cazador ni mucho salir del pueblo para ingresar en los despoblados.

Se dice que en la lejanía, dentro del monte, se escucha el repique de una campana encantada y que al canto de un gallo las ciudades mayas precolombinas olvidados entre el denso monte flagelado por la sequía vuelven a la vida por instantes.

Desde el jueves, concluida la celebración del lavatorio de pies y del traslado del Santísimo Sacramento al monumento, las campanas enmudecían, y todos los actos religiosos serán convocados con matracas o los sonidos de arcaicos instrumentos prehispánicos, como el zacatán o el tunkul en los altos campanarios.

El Viernes Santo las iglesias en Yucatán montaban su monte calvario al frente, con su Cristo articulado en medio de dos ladrones, donde tenía lugar el Oficio de Tinieblas, según el antiguo sacro Concilio de Trento, hoy solamente llamado “Los oficios”.

“Las siete palabras…”, discurso donde se permitía a laicos católicos intachables exhortar en sermones a la comunidad, expondrán los males que flagelan al pueblo y los pecados públicos; se tocaban las llagas del dolor de las comunidades, la lengua maya era el instrumento, seguido del orador sagrado que explotaba en su elocuencia el sentimiento de los oyentes. ¡Y las lágrimas descendieron en los rostros de los hombres y mujeres!

A las tres de la tarde daba comienzo una función, cual teatro evangelizador, herencia de siglos pasados, un espejo atado a un palo en la ventana del coro es maniobrado desde abajo con fuerza, y los rayos del candente sol de la sequía se proyectarán simulando rayos y centellas hacia el presbiterio donde armado estaba el tumultuoso calvario, mientras una piedra corre rodando sobre las tablas de los antiguos soto-coros que hace las veces de truenos, que se unían a la matraca y el sollozo de los espectadores; mientras reinaba la confusión se descubría el Cristo… ¡Cristo ha muerto, y todos caían de rodillas!

Terminaba aquella función con un acto no menos estremecedor que el primero, el descendimiento de la cruz. El Cristo expuesto en el calvario será bajado entre los cantos más tormentosos que imploran perdón y suplican a los cielos, dos hombres se suben a hacer el trabajo y paulatinamente van zafando los clavos y los besan reverentes, cuando logran desprenderlo de la cruz tres hombres esperan con las manos extendidas con una sábana blanca para recibir el cuerpo muerto, en tanto una Virgen Dolorosa que mira desde abajo lo que ocurre, se pone de frente, y en tres momentos se hincarán con el cuerpo frente ella, que mira a su hijo… ¡Qué escena más conmovedora! ¡Si no fuera porque aquello es una función pedagógica de doctrina juraríamos haber mirado correr lágrimas de los ojos de la Virgen!

Todos salían de las iglesias golpeándose el pecho y en contrición. Que lástima que el Concilio Vaticano II haya despojado a nuestra santa madre la Iglesia de su verdadera riqueza como lo es la liturgia, que ensalzaba la gloria de Dios y que despertaba los sentimientos de piedad y contrición entre sus hijos. Creo firmemente que la iglesia hoy esta de verdad subiendo al calvario, por la enorme persecución que sufre por todo el mundo, y que peor aún, dentro de ella misma. ¿Dónde se ejecuta hoy el Oficio de tinieblas? ¿Dónde hoy una Santa Misa Tridentina? Todo son aplausos, chistes ridículos en las homilías… Para la iglesia también, todos los días es Viernes Santo.

Termino citando el Chilam Balam de Chumayel que dice:

“Allí bajará sobre una nube, para dar testimonio de que verdaderamente pasó el martirio en el árbol de la cruz, hace tiempo. Allí entonces bajará en gran poder y en gran majestad, el verdadero Dios, el que creó el cielo y la tierra y todas las cosas del mundo. Ahí bajará a medir por igual lo bueno y lo malo del mundo. ¡Y humillados serán los soberbios!”.

*Historiador.

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