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Cultura

La Guerra de los Pasteles, una historia que se repite

Pilar Faller Menéndez

En 1838 unos militares mexicanos iniciaron lo que más tarde sería la famosa “Guerra de los pasteles”, a los que muchos le llaman la primera intervención francesa en México, al adentrarse en una pastelería del repostero francés Remontel, ubicada en las afueras de la Ciudad de México, en la cual se niegan a pagar los pasteles ahí consumidos, y saquear el negocio de este comerciante francés.

El embajador de Francia del aquel entonces, el barón Deffauis, exigió una indemnización totalmente desproporcionada por los hechos acontecidos de 60,000 pesos para Remontel, a lo que el gobierno mexicano del presidente Anastasio Bustamante no accedió, ya que Francia además exigió 600 mil pesos por las pérdidas de otros comerciantes franceses en territorio mexicano, suma extremadamente elevada, tomando en cuenta que en esa época el salario mínimo de un obrero era de un peso diario, aunado a la deuda externa que México tenía con Francia, lo cual Deffauis consideró una afrenta, o más bien una excusa para intervenir en México, por lo cual viaja a Francia, para regresar más tarde con una flota de guerra para exigir el monto pedido, así como privilegios para los comerciantes franceses en México.

La negativa del pago por parte del gobierno mexicano siguió en pie, por lo cual la flota francesa bloqueó durante siete meses los puertos mexicanos del Atlántico y apresó las naves mexicanas que encontró a su paso, pero la negativa de negociación por parte de México seguía en pie, defendiendo la soberanía nacional que se encontraba amenazada, por lo que la postura que sostuvo fue la de no tener la obligación de indemnizar ningún reclamo de daños a propiedades, durante conflictos armados.

El bloqueo tuvo una duración de 8 meses, por lo que los mexicanos comenzaron a utilizar como alternativa para poder mover sus mercancías, los puertos de Texas, pero Francia, al percatarse de esto, y no conforme de que México había perdido su principal fuente de ingresos, envió otra flota de veinte barcos, todos estos al mando de Charles Baudin, un veterano de las guerras napoleónicas, que bombardeó el fuerte de San Juan de Ulúa y del puerto de Veracruz, motivo por el cual ambas ciudades se rindieron sin la aprobación del gobierno mexicano, que le declaró la guerra a Francia enviando a Antonio López de Santa Anna como comandante de las tropas para hacerle frente al enemigo quien con apenas 3,000 hombres se dirigió a Veracruz, para hacerle frente a 30 mil soldados establecidos ya en ese puerto.

Como es de imaginarse, fue un combate muy desigual. Ambos bandos tuvieron un enfrentamiento en el puerto de Veracruz, siendo éste el hecho más grave acontecido en esta guerra, que no tenía otro sentido que aprovecharse de un suceso sacado de toda proporción por los franceses, dejando un saldo de 127 muertos y 180 heridos entre los cuales se encontraba Santa Anna quien fue herido en una pierna que posteriormente sería amputada, hecho que supo explotar para poder regresar posteriormente al poder.

Los ingleses se movieron a la zona de conflicto, con el fin de mediar en las negociaciones entre Francia y México, debido a que el bloqueo de los franceses impidió que muchos países europeos tuvieran acceso a uno de los mercados más importantes de América, por lo que el 9 de marzo, en la ciudad y puerto de Veracruz, se firmó el acuerdo de paz, mediante el cual México aceptó pagar la suma de 600 mil pesos exigida por Francia, a cambio de que ésta retirara su flota y devolviera los barcos apresados.

A 181 años de esta guerra, podemos ver en escala lo que continúa siendo una práctica común, que se ha extendido ya no entre países, sino dentro del mismo país en donde el que más tiene, explota las debilidades de quien tiene menos, para hacerse de más, por lo que tal parece que la historia no nos enseña, porque los mismos actos de injusticia se siguen repitiendo.

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