Ivi May DzibFicciones de un escribidor
No duermo, tengo la boca abierta de tanta pared y los clavos,
los clavos no me hacen sangrar, más bien es la sed a falta de tortillas
y calma. Dos hombres lloran por sus pecados, cada uno al lado mío,
sienten agujas en el pecho porque su Dios no existe. De repente
alguien les susurró: dejad de preocuparse, no hay nada.
Solo luto, desolación, traición, todos los colores que una paleta santa
pueda soportar para componer un tétrico paisaje, donde bombas,
masacres, templos derruidos y almas en llamas convivan.
Un niño tiene en la boca la palabra que podría salvarnos, entonces
un comando armado lo balea y luego escapa, con alivio porque
por un breve momento llegó a creer que se harían realidad
sus peores pesadillas.
Cristo muere y nos sentamos afuera, con rencor en el alma retándolo a
resucitar. El se toma en serio la afrenta y toma un bidón y una cerilla
y rocía los lugares que creíamos intocables, los que nunca vimos, pero,
componían nuestra geografía. Extrañaremos los templos más que a las mujeres,
a nadie se le ocurre tener hijos para después adorarlos, todo lo contrario,
no hay que ofrecer amor, solo una bóveda de miedos, un laberinto de hordas
pirañas, que no se pelean por los huesos de los ideales y sí por los prejuicios
que no alcanzaron a morir en la alcantarilla.
Hoy es Semana Santa y cuento los días mirando la pared, los clavos y la corona
con más sangre que nunca, deseas tenerla en los ojos para no poder ver
la pequeña barbarie que corrompe tus manos.